ELECCIONES 25M | La campaña municipal

Los tragos futuros

El 6 de septiembre de 1998 publiqué en estas páginas un artículo titulado Tortura y asedio, en el que hablaba largamente de la gravísima situación de los madrileños, sometidos a lo uno y a lo otro desde hacía ocho infinitos años por parte del alcalde Álvarez del Manzano. Tan desesperado estaba ya por entonces (y era uno entre más de un millón) que concluí aquella pieza con la siguiente propuesta, a fin de que no pudiera acusárseme de "partidista": "Si para las municipales del 99", dije con temeridad, "el Partido Popular elige a otro candidato a la alcaldía de Madrid que no sea Termináto...

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El 6 de septiembre de 1998 publiqué en estas páginas un artículo titulado Tortura y asedio, en el que hablaba largamente de la gravísima situación de los madrileños, sometidos a lo uno y a lo otro desde hacía ocho infinitos años por parte del alcalde Álvarez del Manzano. Tan desesperado estaba ya por entonces (y era uno entre más de un millón) que concluí aquella pieza con la siguiente propuesta, a fin de que no pudiera acusárseme de "partidista": "Si para las municipales del 99", dije con temeridad, "el Partido Popular elige a otro candidato a la alcaldía de Madrid que no sea Terminátor Beátor" (así había llamado a Manzano, lo primero por destructor compulsivo y lo segundo por su veneración a obispos y curas en general), "me comprometo ahora mismo a votarlo, sea quien sea, y hasta a escribir algún artículo recomendándolo. No me digan que la cosa no va en serio y no tiene mérito".

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El Partido Popular despreció tal transacción (era de prever), volvió a promocionar al señor Beátor, el cual salió reelegido por una población masoquista, cautiva, vergonzante y fantasmal -en Madrid es muy difícil encontrar a nadie que reconozca haber votado jamás a don Terminátor-, y los ocho años de tortura y asedido han pasado a ser trece. Como es fácil imaginar, la ciudad está para el arrastre y los madrileños más desequilibrados y desquiciados que su prolongado alcalde, lo cual ya es decir.

Ahora sí, ahora el PP ha nombrado a otro candidato. Pero no sólo me llega con cuatro años y pico de retraso, sino que en ese tiempo han cambiado unas cuantas cosas, y hoy no podría haber contraído en modo alguno aquel compromiso, ni aunque ese partido hubiera logrado clonar, para presentarlo, al rey Carlos III, probablemente el último alcalde decente que tuvimos en esta capital desdichada. No creo que haya para ella remedio, tras su devastación sistemática y los incontables abusos y despropósitos municipales que la han convertido en un lugar invivible. Y si el inminente y nuevo regidor no es del PP, mucho me temo que de aquí a tres años estaremos hartos de él o de ella. Al menos es seguro que por una vez está descartada la máxima de que en política siempre puede irse a peor, porque peor que bajo Manzano es una figuración tan horrible que ni siquiera es comprensible para la imaginación. ¿O sí lo es?

Una de las cosas que para mí han cambiado en estos cinco lentísimos años es la anticuada e ingenua creencia de que, en las elecciones locales, podían contar más las personas que los partidos e ideologías que las amparasen; y, por tanto, la también nebulosa y cándida idea de que un mismo partido era capaz de proponer a un candidato inepto (Beátor) o a uno competente (a saber quién, porque en el 99 se insistió en el inepto). Y no, lo más que hoy puedo vislumbrar al respecto son diferencias estéticas, superficiales, de estilo. No es que éstas sean del todo desdeñables (las formas nunca lo son), pero sí resultan insuficientes en situaciones extremas o de emergencia, y la de Madrid lo es desde hace demasiado tiempo. Así que no nos llamemos a engaño: no hay ninguna razón de peso para pensar que, siendo tan férreo el control que en la actualidad ejercen los aparatos de los partidos sobre sus cargos, y tan dictatorial la política que imponen a todos ellos, de ministros para abajo; y no hay razón seria alguna, digo, para pensar que Ruiz-Gallardón vaya a enmendar nada, ni una sola de las doce mil tropelías cometidas por Manzano. Al contrario; en la lista de Ruiz-Gallardón figuran varios concejales del equipo manzanil, lo cual supone su sonoro y explícito aplauso a la atroz gestión anterior, así como su taciturno anuncio de que la va a proseguir. Dado que cada año añadido a los trece ya padecidos de desconsideración municipal supondrá varios grados más de desequilibrio de la ciudadanía, al final sí resulta que la agorera máxima continúa en vigor, porque más de lo mismo, cuando es tan malo, equivale a mucho peor.

Pero además hay otra cuestión. El partido que presenta a Ruiz-Gallardón y a tantos otros ha dejado de ser uno entre varios equiparables (a nadie se le escapa que en la práctica, y en circunstancias normales, hay pocas diferencias entre ellos), que puede gustarnos más o menos o con cuya concepción de gobierno podemos estar en mayor o menor desacuerdo. Y se ha convertido en algo único, sin parangón en la historia de nuestra democracia, a saber: en el único que nos ha involucrado en una guerra ilegal, al margen de las Naciones Unidas, y que nos involucra ahora en la ilegal ocupación de un país. El paso dado por su presidente Aznar y por todos sus subordinados, incluido Gallardón, ha sido de una gravedad extrema, de una imperdonable frivolidad y de un servilismo indecoroso hacia la Administración Bush, compuesta por un grupo de antiguos conspiradores faltos de escrúpulos y de veracidad, como demuestran los documentos (muy anteriores a las Torres Gemelas) del lobby llamado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, que ha denunciado, entre otros, el periodista y escritor Eliot Weinberger allí donde le han dejado.

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Esa guerra duró poco, y el PP confía (quizá no sin razón) en el acelerado olvido de los votantes españoles. Y sin embargo, no es sólo que la rápida conclusión de los bombardeos no los haga menos condenables. Tampoco es que hayamos pasado un mal trago y ya se acabó. Es que a nadie debe caberle duda de que este partido nos hará beber ese trago cuantas veces haga falta, es decir, nos apuntará en el futuro a cuantas guerras ilegales e injustificadas le señalen Rumsfeld y Bush (o más Rumsfeld que Bush). Así, quien en las municipales del próximo día 25 vote por sus candidatos habrá de tener bien claro que, además de por ellos, lo estará haciendo también por nuestra segura implicación en las guerras ajenas que estén por venir; y, en el caso de Madrid, y para mayor mortificación, por Álvarez del Manzano por cuarta vez. Y sería cruelmente irónico que, tan blando y delicuescente como ha sido siempre don Terminátor, acabara ganando una batalla tras ser depuesto, a imagen de aquel caballero tan duro y bizarro, Rodrígo Díaz de Vivar, al que habría que rebajar, entonces, a Campeátor nada más.

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