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La ciudad que redescubre su río

Tortosa, el río. Se celebra su nacimiento. En absoluto milenario. La rareza de las generaciones hoy disponibles sobre el suelo de Tortosa habrá sido la de ver el nacimiento de un río. Sucedió hace algo más de tres años, cuando el Plan Hidrológico. Lo que se produjo está descrito en unos memorables párrafos de Ferlosio. El narrador de El testimonio de Yarfoz, cuando contempla el maravilloso ingenio de la rueda hidráulica: "Tenía su girar vuelto aguas arriba, como si pretendiese ser como la memoria hecha sensible, remontando al igual que ella el curso de las aguas discurridas, señalando e...

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Tortosa, el río. Se celebra su nacimiento. En absoluto milenario. La rareza de las generaciones hoy disponibles sobre el suelo de Tortosa habrá sido la de ver el nacimiento de un río. Sucedió hace algo más de tres años, cuando el Plan Hidrológico. Lo que se produjo está descrito en unos memorables párrafos de Ferlosio. El narrador de El testimonio de Yarfoz, cuando contempla el maravilloso ingenio de la rueda hidráulica: "Tenía su girar vuelto aguas arriba, como si pretendiese ser como la memoria hecha sensible, remontando al igual que ella el curso de las aguas discurridas, señalando el sentido que vuelve hacia el origen, el agua que retorna al manantial". Esto es lo que hicieron los ciudadanos de Tortosa, a partir del primer día de la agresión: remontar el río de su memoria hasta que encontraron el río. Orbe Ebro.

No es que la Tortosa moderna viviera de espaldas a su río. Es que se avergonzaba de él
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Ernest Valls, por ejemplo. Técnico en medio Ambiente del Ayuntamiento. Debe de estar sobre los cuarenta años. Se le pregunta por su infancia en Tortosa. "No recuerdo el río". Es decir: no que haya olvidado la primera vez que su padre le llevó allí, pretensión imposible con las cosas que uno ha visto desde siempre. Es que no hay río en sus juegos de niño. Ni siquiera en sus terrores. No hay río en los deberes infantiles, en las primeras tentativas de la identidad, yo soy éste y mi ciudad es ésta. El río era como el cielo. Absurdo tenerlo como propio. ¡Cómo si alguien pudiera dar nombre y señas al trozo de cielo que lo ampara!

Algo más. Social y territorial y político. No es que la Tortosa moderna viviera de espaldas a su río. Es que se avergonzaba de él. El mundo del río era el delta. Porque a partir de Tortosa el Ebro ya no cuenta como corriente. Ese mundo y toda su ácida sociología. La pobreza. La enfermedad. La vida insalubre. Los colonos duros, semisalvajes. Pasados de cárcel. Alcohol. Alguna navaja. Mosquitos, siempre. Lo natural en los deltas: materiales arrastrados, embozados, malolientes. Idóneo para la poética de Arbó, que era un hombre de San Carlos y de Amposta, y que había visto en el fondo de los canales a la mujer suicidada de amor y el subsuelo de Dostoievsky. Pero demasiado fuerte y rudo para la elegantísima curva con que el río se dobla en Tortosa. Tortosa, la profunda Dertosa de los romanos. Un lugar con memoria. Lo que nunca tuvo el delta palúdico, sombrío y deshabitado. Que le dijeran a don Joaquín Bau, procurador en Cortes, cortesano de Franco, el que entre sus muchas provisiones trajo hasta aquí el ferrocarril, desafiando la razón geográfica, y fue santo y seña local hasta más allá de su muerte. Que le dijeran al gran patricio de Tortosa que él era un hombre del río. De esa muchedumbre.

El gran cambio. La política de la ciudad se orienta sin vacilaciones a ser la capital del río. El caudal ha crecido. Llega hasta las instituciones políticas de Cataluña y de España. Pero también de Bruselas y Estrasburgo. Hasta las universidades americanas. Hasta el turista que se disfraza de viajero. El río, y su pugna, ha fundado un territorio físico. Y una unánime opción moral. Del río ha surgido Manolo Tomás, el líder político de las Tierras del Ebro más importante y más creído de la democracia. Tomás, de Tortosa.

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Una nueva manera de verse. Entre ellos. Me habla el técnico Valls de los viernes: De esa convocatoria semanal en el centro de Tortosa que ha acabado vertebrando mucho más que una protesta. Una conciencia. Una penitencia. Río arriba por la memoria de la ciudad que llevaba el río como un estigma. Habla Valls de los hijos, que ahora entienden, y Valls se lo había explicado muchas veces a los suyos, con poco éxito, lo del antifranquismo. ¿Qué hacíais?, preguntaba la niña incrédula de que alguien dejara de estudiar, de trabajar, incrédula ante esa interrupción deliberada de la vida. Esto, le contesta ahora el cuarentón. Hablar y gritar. El antifranquismo. Está en el fondo individual, intransferible, casi indecible, de muchas protestas españolas. La política. El retour d'âge.

Un río es una corriente continua. Una electricidad.

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