Tribuna:

El error de Aznar

La agresión a Alberto Fernández Díaz en Reus constituye la culminación de una campaña contra el PP que viene de lejos, desde mucho antes de los preparativos de esta guerra. La responsabilidad intelectual de esta campaña recae, en buena parte, tanto en la actitud pasiva de la clase política ante inaceptables insultos como en la colaboración activa de sectores de la prensa y, sobre todo, de la radio y la televisión en el "todo vale siempre que sea contra el PP" con la finalidad subliminal de situar a dicho partido al margen del campo de juego de la política catalana.

No basta ahora que po...

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La agresión a Alberto Fernández Díaz en Reus constituye la culminación de una campaña contra el PP que viene de lejos, desde mucho antes de los preparativos de esta guerra. La responsabilidad intelectual de esta campaña recae, en buena parte, tanto en la actitud pasiva de la clase política ante inaceptables insultos como en la colaboración activa de sectores de la prensa y, sobre todo, de la radio y la televisión en el "todo vale siempre que sea contra el PP" con la finalidad subliminal de situar a dicho partido al margen del campo de juego de la política catalana.

No basta ahora que políticos y medios de comunicación simplemente condenen unos hechos concretos, sino que se precisa, por decencia democrática, rectificar el rumbo: el PP es parte de la sociedad catalana, tan respetable como cualquier otra. Toda actitud que, explícita o implícitamente, ponga esto en duda se autoexcluye de lo que debe ser una opinión pública libre, la propia e imprescindible de una sociedad democrática.

Aznar se ha equivocado dando apoyo a un Gobierno americano de extrema derecha

Dicho esto, ante la actual guerra, creo que el presidente Aznar ha caído en un tremendo error, de consecuencias imprevisibles para él y su partido, que intentaré explicar.

Hace ya unos años, el Gobierno del PP hizo una notable rectificación de la política exterior española que había mantenido el Gobierno socialista. Si Felipe González daba prioridad a situarse en el núcleo de los gobiernos que mantenían posiciones "europeístas clásicas" -las de Delors, Mitterrand y Kohl que condujeron a Maastricht-, Aznar fue inclinándose hacia posiciones "atlantistas", las defendidas por los liberales y por la tercera vía de Blair y Clinton.

El giro fue importante, tanto ideológicamente como por su repercusión en la construcción de la unidad europea. En cuanto a lo primero, ello significaba dar prioridad a la política de privatizaciones, al libre comercio -siempre que no afectara a intocables intereses de los países ricos- y a la potenciación de los mercados financieros; en resumidas cuentas, a la retirada del Estado como propietario en el campo de la economía sin que disminuyera su control público sobre ella. Desde el punto de vista de la construcción de Europa, las distancias con los gobiernos socialistas todavía eran más evidentes: frente a una Europa federal, se optaba por la posición anglosajona y nórdica de una Europa como espacio predominantemente económico y de seguridad interior, por tanto, no mucho más allá de lo que ya es hoy la Unión Europea. Esta posición excluye que Europa disponga de una política propia de defensa y de relaciones internacionales, materias en las que debe quedar subordinada a Estados Unidos. En congruencia con todo ello, Aznar escogió como ministro de Asuntos Exteriores a Josep Piqué, es decir, a un economista y no a un experto en relaciones internacionales.

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Esta posición tenía una indudable lógica desde el punto de vista de un Gobierno de centro derecha como es el de Aznar. Sus militantes y votantes podían sentirse cómodos con esta orientación política, y tampoco podían discrepar de ella partidos ideológicamente afines, como CiU, Coalición Canaria y el PNV. Pero Clinton fue sustituido por Bush. El error de Aznar, el gran error de Aznar, y también de Tony Blair, ha sido mantener esta preferente alianza con Estados Unidos a pesar de que la política de aquel país ha variado sustancialmente de orientación, estilo y calidad técnica. Y ahora está a la vista que las radicales consecuencias de esta mutación no han sido aceptadas ni por los partidos afines al PP, ni por buena parte de sus votantes ni, probablemente, por muchos de sus militantes, incluidos importantes cargos públicos, quizá miembros del mismo Gobierno. Aznar, en cambio, sigue inmutable.

En efecto, el cambio de presidente en Estados Unidos no ha sido un cambio cualquiera. El equipo que dirige la política del presidente Bush no sólo es la extrema derecha del Partido Republicano, sino que es también de una vulgaridad política fácilmente perceptible. Kristol, Perle y Kagan son ideólogos fanáticos: antes del 11-S nadie sensato podía imaginar que llegaran a tener la decisiva influencia que hoy tienen. Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz son mediocres políticos de la época reaganiana. Su visible desprecio por una Europa unida -que quizá esconde el temor más generalizado a la competencia que supone el euro-, su explícita decisión de convertir las Naciones Unidas en una ONG de lujo para que sea sustituida en su actual función pacificadora de conflictos por el Gobierno norteamericano, su deseo de acabar con un sistema de derecho internacional imperfecto pero que se iba lentamente consolidando, su torpe arrogancia en el ejercicio del poder y su escasa credibilidad moral por su turbio pasado en también turbios negocios, todo ello aliñado con fundamentalismo religioso, hace que estos personajes poco tengan que ver con el conservadurismo norteamericano clásico.

Además de todo ello, ¿cómo Aznar y Blair no se han dado cuenta de su incompetencia? Unos políticos que no han logrado, ni de lejos, una mayoría en el Consejo de Seguridad para el ataque a Irak ni han previsto la posición de Turquía, que han caído en el triunfalismo de una guerra fácil y breve, y que han sido tan ingenuos para creer que las tropas anglo-norteamericanas serían aclamadas por los iraquíes son de una zafiedad política y una ignorancia intelectual tales que parece mentira que Aznar y Blair hayan confiado en ellos.

Por último, seguir dando apoyo a Estados Unidos hasta el extremo de colaborar en una guerra jurídicamente ilegítima es impropio de un gobernante democrático. Ésta ha sido la gota que ha colmado el vaso. Toda la credibilidad que Aznar había adquirido al conducir en España la lucha antiterrorista por los caminos del Estado de derecho ha quedado en entredicho. El error de Aznar -y el de Blair- no ha sido tanto de orientación política como de no bajarse a tiempo -como ha hecho en el último momento un caradura profesional como Berlusconi- de un barco conducido por unos locos incompetentes. Alguien de la confianza de Aznar debería hacerle reflexionar sobre todo ello para que bajara del pedestal en el que se halla instalado.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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