AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA

Blair: más dificultades que las de la guerra

EL PRIMER MINISTRO BRITÁNICO, Tony Blair, que durante muchos años ha vivido una permanente luna de miel con su opinión pública, se enfrenta ahora a más problemas que los derivados de su agresiva política a favor de una guerra con Irak. La intendencia está dejando de funcionarle. Hay negros nubarrones sobre la evolución de la economía del Reino Unido, lo que no sería peculiar si no fuera porque, al estar al margen de la unión monetaria europea (no pertenece a la zona euro), es más frágil a la hora de esquivar los choques externos que pueden sobrevenir de un conflicto bélico.

Que las cosa...

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EL PRIMER MINISTRO BRITÁNICO, Tony Blair, que durante muchos años ha vivido una permanente luna de miel con su opinión pública, se enfrenta ahora a más problemas que los derivados de su agresiva política a favor de una guerra con Irak. La intendencia está dejando de funcionarle. Hay negros nubarrones sobre la evolución de la economía del Reino Unido, lo que no sería peculiar si no fuera porque, al estar al margen de la unión monetaria europea (no pertenece a la zona euro), es más frágil a la hora de esquivar los choques externos que pueden sobrevenir de un conflicto bélico.

Que las cosas no iban bien lo anunció hace unas semanas el Banco de Inglaterra. Los bancos centrales, si son independientes del poder político, suelen ser portadores de los augurios más negros cuando las cosas se tuercen. El Banco de Inglaterra tomó una decisión y dio un aviso. La decisión: bajó los tipos de interés hasta el 3,75%, mientras el Banco Central Europeo mantenía los suyos, lo que parecía indicar que veía perjudicadas las perspectivas económicas. El aviso lo confirmó unos días después: la economía británica no crecerá este año el 3%, como decía el ministro de Finanzas, Gordon Brown, sino sólo un 2,5%. Y en 2004 lo hará sólo un 2%, no el 3,5% oficial.

La debilidad de la economía, unida al coste de la guerra contra Irak y a la necesidad de aumentar las inversiones públicas en sanidad, educación y transportes, hacen que el déficit pueda superar el 3% del PIB. Anatema

Que disminuya el crecimiento del producto interior bruto (PIB) siempre es malo. Que lo haga en una coyuntura en la que los gobernantes han decidido -¡por fin!- aumentar la inversión pública para mejorar los deterioradísimos servicios públicos británicos (sanidad, educación y transportes) significa un incremento del déficit. Para evitar que éste se les fuera de las manos, Blair subió algunos impuestos y las cotizaciones a la Seguridad Social, en una política interior socialdemócrata alejada de las modas al uso.

No ha sido suficiente. Si no aumenta el crecimiento, sí lo hará el déficit público. Las previsiones son de que se pasará del equilibrio presupuestario en 2002 a un déficit del 1,8% durante el año en curso y al 2,4% en 2004. Nada preocupante, máxime si recordamos que, en la década de los noventa, el Reino Unido tuvo un déficit anual medio del 6%, y que hubo un año, 1992 (en plena recesión), que alcanzó el 8%.

Pero ahora intervienen, además, los costes de la guerra. El ministro del Tesoro, Gordon Brown, acaba de estimar en el Parlamento que dichos costes serán de alrededor de 2.750 millones de euros, mucho más de lo previsto hace dos meses. El Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) evalúa esos gastos -en el caso de una participación de 42.000 soldados- entre los 4.800 y los 5.300 millones de euros. ¿Cómo se costearán?

Y aquí se abre una nueva batalla. Los ministros de Economía de la UE (Ecofin) acaban de reconocer en su última reunión que el déficit público del Reino Unido podría superar el 3% del PIB, lo que superaría el tope máximo dispuesto en el Plan de Estabilidad y Crecimiento (PEC) del que se ha dotado la zona euro. Hecho este reconocimiento, no han lanzado una severa advertencia a las finanzas británicas, como sí lo hicieron con Portugal, Alemania y Francia. ¿Por qué esta laxitud? Porque han aplicado la razón política: para facilitar la entrada de Gran Bretaña en la zona euro y no ahuyentar a los votantes británicos que la tienen que aprobar en un referéndum todavía sin convocar.

Ello ha abierto otro cisma en la UE. Para flexibilizar las condiciones del PEC en su aplicación al Reino Unido hubo que apelar a una votación cualificada. España, Francia y Bélgica, más el representante de la Comisión Europea, Pedro Solbes, se opusieron a esa razón política bajo el argumento de que no se pueden hacer excepciones a las reglas del juego. En este punto -el corsé del PEC en tiempos de dificultades- se ha abierto otra entente muy poderosa: Alemania, Francia y el Reino Unido están de acuerdo.

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