Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA

Novela con precipicio

Antes que nada: Vía revolucionaria es una obra maestra de la literatura norteamericana. Esta novela publicada en 1961 marcó el debut de Richard Yates, fue celebrada por Tennessee Williams, Dorothy Parker, William Styron y por críticos que no demoraron en etiquetar a su autor como "el más impactante desde John O'Hara" a la hora de explorar la pesadilla del Sueño Americano. Con los años, Vía revolucionaria tuvo la buena suerte de perder su estigma de succès de scandale para adquirir otro más elegante pero menos provechoso: ser uno de esos libros reverenciados por escritores ...

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Antes que nada: Vía revolucionaria es una obra maestra de la literatura norteamericana. Esta novela publicada en 1961 marcó el debut de Richard Yates, fue celebrada por Tennessee Williams, Dorothy Parker, William Styron y por críticos que no demoraron en etiquetar a su autor como "el más impactante desde John O'Hara" a la hora de explorar la pesadilla del Sueño Americano. Con los años, Vía revolucionaria tuvo la buena suerte de perder su estigma de succès de scandale para adquirir otro más elegante pero menos provechoso: ser uno de esos libros reverenciados por escritores -Kurt Vonnegut lo considera "El gran Gatsby de mi generación"- y desconocidos para el público lector hasta que llega el día de la revancha. Le pasó lo mismo que antes le había sucedido a Fitzgerald -incrédulo en cuanto a la posibilidad de "segundos actos en las vidas americanas"- y de quien Yates solía citar aquello de "acerca tu silla al borde del precipicio y te contaré una historia".

VÍA REVOLUCIONARIA

Richard Yates Nota final de Richard Ford Traducción de Luis Murillo Fort Emecé. Barcelona, 2003 332 páginas. 18,50 euros

Dicho esto, conviene advertir que Vía revolucionaria es un animal terrible, impiadoso hasta el sadismo, que se alimenta de las partes más míseras y amargas de un matrimonio, y que parece pensar más en el precipicio que en la silla como el mejor sitio desde donde escuchar la historia: una tragedia doméstica que abre con la vergüenza de una función de teatro amateur, culmina con el lamento por una muerte estúpida, y acaba siendo una novela de terror sin monstruos imposibles que la hagan soportable.

Vía revolucionaria es la crónica de la caída libre de Frank y April Wheeler en el barrio residencial Revolutionary Hill, año 1955, y se lee todavía hoy -casi duele pensar cómo se habrá leído hace más de cuatro décadas, en unos Estados Unidos donde American Beauty era nada más que el perfumado nombre de una rosa- con el regocijado espanto de quien espía a través de la cerradura, descubre algo todavía peor de lo imaginado y, de golpe, comprende que al otro lado de esa puerta sólo hay un espejo.

¿Y qué tiene este libro que no

tengan otras novelas "de pareja" escritas por Cheever, Updike, Salter, Homes, Moody & Co. y que de tanto en tanto denuncian, una vez más, el eterno fin de la inocencia de un país culposo? Richard Ford -autor de un perceptivo ensayo incluido como nota final- ofrece una pista al destacar las claras intenciones didácticas de Yates: "Vía revolucionaria nos mira a la cara con ojos admonitorios y sabios, nos invita a prestar atención, a ser conscientes, a hacer caso, y a vivir la vida como si importara lo que hacemos, en la medida que hacer menos lo pone todo en peligro". Algo parecido apunta Richard Russo -otro fan confeso- en su prefacio a The Collected Stories of Richard Yates: "La excitación que uno experimenta al leer a Yates es la euforia que uno siente al encontrar, reconocer y abrazar a la verdad. ¿No es una verdad agradable? Lo siento mucho. El reconocernos en la ceguera, las necesidades, las soledad y hasta en la crueldad de los personajes de Yates tendrá que bastarnos".

Manual que nos enseña todo lo que no hay que hacer, ficción "moral" en el sentido más estricto del término, novela huérfana de epifanías y redenciones de último momento, Vía revolucionaria parece poco interesada por piruetas estilísticas o innovaciones formales y opta por una prosa precisa como un bisturí y fuerte como un puñal. Yates acuchilla y opera sin anestesia el corazón enfermo de "un país podrido de sentimentalismo" sin preocuparse por mancharse y mancharnos con sangre inocente y no tanto. A no confundirse: no es minimalista realismo sucio. En estas amplias casas de prosa fértil y césped perfecto, todos están recién bañados, en sus pijamas de seda y -después de un whisky doble, los niños durmiendo escaleras arriba- hasta pueden convencerse de que siguen creyendo en un amor invulnerable, lejos del precipicio. Y sin embargo...

Abandonad toda esperanza quienes entren aquí.

El autor neoyorquino Richard Yates (1926-1992).JILL KREMENTZ

Grandes desesperanzas

VETERANO de la Alemania ocupada, de la tuberculosis y de dos matrimonios; bebedor y fumador compulsivo; profesor por necesidad; escritor de discursos para Robert Kennedy (un manuscrito inconcluso, Uncertain Times, se ocupa de ese periodo de su vida); huésped de clínicas psiquiátricas; y autor de siete novelas y dos colecciones de relatos; a Richard Yates (Nueva York, 1926-Alabama, 1992) se le puede leer como a una triunfal épica del fracaso.

Luego de Vía revolucionaria y los relatos de Eleven Kinds of Loneliness (1962) -definidos como "el equivalente neoyorquino de Dublineses"- hubo que esperar siete años para A Special Providence: novela de madre desesperante e hijo desesperado que pasó desapercibida quizá por ser demasiado clásica para aquellos tiempos adictos a la modernidad. Disturbing the Peace (1975) es, seguro, uno de los libros más feroces sobre el fino arte de perder la razón en Hollywood, pero impresionó todavía menos a quienes ya consideraban a Yates como alguien que había dado lo mejor de sí en sus inicios. Apenas un año más tarde, Yates sorprendió a todos con The Easter Parade, su segunda obra maestra -tal vez el mejor de sus libros- y contraseña para connoiseurs invocada por Woody Allen en una escena de Hannah y sus hermanas. A Good School (1981) es la más gentil y casi pastoral novela de Yates: una escuela en decadencia durante los años de la Segunda Guerra Mundial es su escenario. Liars in Love reunió el resto de sus cuentos y, en 1984, Young Hearts Crying pudo leerse como una suerte de Vía revolucionaria 2: veinte agobiantes años en las vidas de Michael y Lucy Davenport fracasando tanto en el mundo de las artes como en el de las sábanas. Cold Spring Harbor (1986) es casi una coda: otro apocalipsis matrimonial sólo apto para aquellos muy seguros de estar enamorados de su pareja. En 2001, con The Collected Stories of Richard Yates, llegó el justo redescubrimiento y el inicio de la reedición de sus novelas.

Aquellos propensos a la mitificación romántica pensarán que Yates escribió y murió por nuestros pecados. No es cierto: muy lejos estaba de la bondad evangélica y más de un testigo de sus últimos días lo recuerda vencido por el rencor y capaz de responderle a un desconocido -que se había acercado a decirle que gracias a él supo que quería ser escritor- con un "yo también quiero ser escritor".

Como Fitzgerald -su héroe-, Yates goza hoy de un potente y espectral segundo acto. A los lectores les corresponde celebrarlo. Y ser valientes. Y-al borde del precipicio- oír y leer lo que Yates tiene para contarles.

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