FÚTBOL | Finaliza una era en el Barcelona

El calvario como vocación

Joan Gaspart, profesional de la caída, ha aceptado poner fin a su descenso. Tuvo una gestión desacreditada por cualquier taxista. El misterio de su agonía fue que durara tanto y ocurriera en las entrañas de una institución centenaria con una forma progresivamente rara de ser más que un equipo. Nadie duda del fervor barcelonista de Gaspart. Circundó el Bernabéu portando una bufanda blaugrana y se arrojó a un inclemente río inglés para celebrar el triunfo de Wembley. Por desgracia, también encarna el dictum de Oscar Wilde: "Todo hombre mata lo que ama". Esta rutina de ...

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Joan Gaspart, profesional de la caída, ha aceptado poner fin a su descenso. Tuvo una gestión desacreditada por cualquier taxista. El misterio de su agonía fue que durara tanto y ocurriera en las entrañas de una institución centenaria con una forma progresivamente rara de ser más que un equipo. Nadie duda del fervor barcelonista de Gaspart. Circundó el Bernabéu portando una bufanda blaugrana y se arrojó a un inclemente río inglés para celebrar el triunfo de Wembley. Por desgracia, también encarna el dictum de Oscar Wilde: "Todo hombre mata lo que ama". Esta rutina de Dr. Jekyll y Mr. Hyde fue una de las peculiaridades de un hombre que sufrió muchísimo por hacer sufrir muchísimo.

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Hubo épocas felices en que los directivos eran señores gordos a los que nadie conocía. Gaspart pertenece a la nueva estirpe de gestores que no pueden pasar inadvertidos. Quizá la folklórica presencia de Piterman en el Racing tenga algo positivo: por vía de la caricatura, transparenta las decisiones peligrosas que los poderosos toman en nombre del futbol. En una época ávida de especialistas, resulta inconcebible que el Barça carezca de un director deportivo responsable de los fichajes.

De poco sirve hacer escarnio de quien ya sufrió lo suficiente al fracasar desde el palco, ante el ojo insomne de la televisión. El más somero balance de la etapa Gaspart arroja un saldo deplorable. Incapaz de retener a figuras emblemáticas como Sergi, Figo y Guardiola, se equivocó de entrenadores y promovió fichajes incomprensibles. Luego de su evaporado tránsito por el Lazio y el Mundial, Mendieta parecía un muy improbable salvador del Barça; Rivaldo prefirió ganar menos en el Milan, y Riquelme fue recibido como si no tuviera visado y de vez en cuando recibiera un salvoconducto para salir al campo (el jugador que marcaba el ritmo del Boca y retenía el balón para matar de angustia a los rivales, parece tan ausente como debería estarlo De Boer). Un mal rollo de dimensiones metafísicas se fue apoderando de todo lo relacionado con el club, incluidos los llaveros que frotamos como talismanes desde la infancia (el mío de plano se rompió) hasta la noche fatídica en que una cabeza de cerdo fue lanzada en pos de Figo y Gaspart quiso convertir al ultrajado en agresor: "Vino a provocarnos".

No es una ironía menor que Antic, admirador de Milosevic y guía del Atlético y el Oviedo a Segunda, entrene a un Barcelona con posibilidades de balcanización y descenso. Gaspart se va antes del referéndum o la movilización popular. Mientras no haya un director deportivo, el empresario que surja como presidente tendrá que improvisarse como gestor de ilusiones. Un desafío mayúsculo en estos tiempos de irrealidad en que los colores blaugrana sólo adquieren prestancia cuando los usa Spiderman..

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