Columna

Iberlibro.com

Cada lengua -es una perogrullada- tiene sus particularidades. Del español llama la atención la presencia de un rico vocabulario árabe que coexiste con el latino mayoritario. Del inglés, destaca la convivencia insólita de palabras anglosajonas y otras procedentes del francés, que brinda a la lengua literaria una extraordinaria variedad de registros expresivos. Como se sabe, las voces anglosajonas fueron el recio cimiento sobre el cual, tras la conquista normada, se levantó el idioma inglés, al cual el léxico galo añadió un vocabulario intelectual, culto. Todos los que escribimos en inglés somos...

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Cada lengua -es una perogrullada- tiene sus particularidades. Del español llama la atención la presencia de un rico vocabulario árabe que coexiste con el latino mayoritario. Del inglés, destaca la convivencia insólita de palabras anglosajonas y otras procedentes del francés, que brinda a la lengua literaria una extraordinaria variedad de registros expresivos. Como se sabe, las voces anglosajonas fueron el recio cimiento sobre el cual, tras la conquista normada, se levantó el idioma inglés, al cual el léxico galo añadió un vocabulario intelectual, culto. Todos los que escribimos en inglés somos muy conscientes de esta dualidad, de esta tensión, y de los peligros y posibilidades que conlleva. En mi caso el inglés literario, muy influido por el manejo diario del español, tiende a ser demasiado "latinista": mi editor me lo reprueba y soy consciente de tener que proceder con pies de plomo para... no meter la pata.

Una palabra inglesa que siempre me ha entusiasmado es el verbo to browse, "ramonear", de procedencia francesa pero con influencia del anglosajón sobre su "o" larga. En su acepción figurativa, la voz significa "leer ociosamente", según el Collins, que indica a continuación que se trata de lo que hace la gente al "hojear los libros en una librería". Pero las expresiones "leer ociosamente" y "hojear libros" no captan el fuerte componente de placer transmitido por browse. Componente que conoce y celebra cualquier amante de las bibliotecas con estanterías abiertas al público. Y, sobre todo, cualquier amante de las librerías de ocasión, donde la finalidad, más que encontrar un tomo largamente buscado, reside en ir saboreando, despacio, gozosamente, páginas inesperadas.

Hoy los que amamos los libros y nos gusta to browse tenemos a nuestra disposición un servicio de búsqueda tan asombroso que casi provoca un atávico impulso de ponerse de rodillas. Hace unos meses un amigo mío librero me recomendó que buscara en Iberlibro.com los títulos que no encontraba en ningún sitio. ¿"Iberlibro.com"? No me sonaba nada. Lo apunté. Desde entonces la vida no es la misma. A la primera prueba me encontré en Buenos Aires la tercera edición de las Poesías completas de Machado, que desde hacía años me había eludido. En la segunda, en Manresa, un ejemplar de un libro mío agotado que un lorquista italiano llevaba años buscando en vano y del cual ni yo mismo tenía ni tengo un ejemplar disponible (se lo comuniqué en el acto y media hora después lo había adquirido).

Apenas me lo creo. Dices lo que buscas y salen todos los ejemplares actualmente disponibles en las librerías adheridas, aquí y al otro lado del Atlántico, con la ventaja para el cliente de poder cotejar precios y ediciones, estado de conservación, etc., antes de tomar la decisión de comprar. Si uno tiene prisa, y está dispuesto a pagar los gastos de mensajería, el libro puede estar en casa en un par de días.

¿Y los títulos nuevos? Eso no. Para ellos, y los libros de fondo, debemos apoyar más que nunca al librero tradicional, ese abnegado amenazado. Y evitar, por supuesto, las grandes superficies: otra competencia desleal.

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