GUIÑOS

Modular

Las exposiciones de Aitor Ortiz (Bilbao, 1971) siempre sorprenden. La última lleva por título Modular y deslumbra desde las paredes de la Sala Rekalde. Es una muestra más de la capacidad creativa de este autor salido del Instituto Técnico de Erandio y que, a través de la fotografía, traslada a los observadores de su obra hacia un nuevo cosmos difícil de catalogar por manifestarse con una intensa abstracción. Desde estos parámetros genera incertidumbre, dudas que implican valoraciones encontradas. Puede uno preguntarse dónde radica el interés de la obra: en su alma (si se puede en...

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Las exposiciones de Aitor Ortiz (Bilbao, 1971) siempre sorprenden. La última lleva por título Modular y deslumbra desde las paredes de la Sala Rekalde. Es una muestra más de la capacidad creativa de este autor salido del Instituto Técnico de Erandio y que, a través de la fotografía, traslada a los observadores de su obra hacia un nuevo cosmos difícil de catalogar por manifestarse con una intensa abstracción. Desde estos parámetros genera incertidumbre, dudas que implican valoraciones encontradas. Puede uno preguntarse dónde radica el interés de la obra: en su alma (si se puede encontrar) o en una simple funcionalidad limitada al ejercicio decorativo. Otros pueden encontrar explicación válida en la pragmática corriente todovalista, ésa de que todo sirve mientras se venda, muy en boga en todos los ámbitos, incluido el artístico, y zanjar el tema. Pero la obra de Aitor Ortiz, cuando se observa a corazón abierto (que es la única manera de acercarse al arte), sin reparos ni celos absurdos, merece algo más que eso, porque afortunadamente preña de amables emociones.

La génesis del trabajo que ahora podemos contemplar llega, aparentemente, desde su anterior Destructuras. En esta ocasión, también en blanco y negro, ha cerrado aún más el ángulo de visión sobre los objetos captados para desbaratar la referencia original. Rompe escala y perspectiva, nos aproxima hasta una desconocida médula, que encuentra en los pilares de una estructura arquitectónica. Hace que el hormigón, con su fría apariencia, preñado por una delicada luz, excelentemente elegida, se trasforme en una masa algodonosa y acogedora.

No contento, y quizás por ofrecernos algunas claves de interpretación, con la superposición de los paneles (los módulos) que soportan la imagen en distintos planos, emula la colocación de las vigas de un edificio en construcción. Así, promueve una tercera dimensión y consigue al final del trayecto una materialización escultural. El conjunto denota un importante vigor creativo que ha sido emulado por quienes se denominan pintores y han dejado pinceles de lado para tomar, como gran descubrimiento, la cámara oscura en sus labores. Ahora bien, los más notables han elegido otros motivos macrofotográficos y han empleado el color. Vivir para ver.

Para recoger una obra tan compleja se ha recurrido a un curioso catálogo, también en módulos. Se presenta en una caja de cartón piedra con el título y el nombre del autor en un fino relieve. En su interior aparecen tres libros donde imágenes y textos explicativos se conjugan por la magia de un diseño de Iñigo Ordozgoiti. Un colaborador imprescindible durante los últimos trabajos de Aitor Ortiz.

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