Reportaje:

"Nos relajó ver al capitán tranquilo"

Los primeros marineros españoles que llegaron al 'Prestige' relatan que Apostolos Mangouras les ayudó a dar remolque

Antonio Caínzos y César Collazo, dos tripulantes del remolcador Ibaizabal 1, fueron los primeros marineros españoles que a la una y media de la madrugada del 14 de noviembre subieron al Prestige en pleno temporal, cuando el petrolero estaba herido de muerte a pocas millas de las costas gallegas y el capitán Apostolos Mangouras se afanaba en corregir una escora que amenazaba con hundir el barco. La misión de los recién llegados era conseguir enganchar el petrolero a otro remolcador próximo, el Ría de Vigo, para frenar la deriva del barco hacia la costa.

En medio del ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Antonio Caínzos y César Collazo, dos tripulantes del remolcador Ibaizabal 1, fueron los primeros marineros españoles que a la una y media de la madrugada del 14 de noviembre subieron al Prestige en pleno temporal, cuando el petrolero estaba herido de muerte a pocas millas de las costas gallegas y el capitán Apostolos Mangouras se afanaba en corregir una escora que amenazaba con hundir el barco. La misión de los recién llegados era conseguir enganchar el petrolero a otro remolcador próximo, el Ría de Vigo, para frenar la deriva del barco hacia la costa.

En medio del temporal, el patrón del Ibaizabal explicó a César el trabajo que le esperaba:

-Nos han pedido dos tripulantes para subir a ese petrolero en helicóptero. Sólo podéis ir Antonio y tú. La decisión es vuestra.

Más información

César no tiene ninguna duda. Dice que no. Jamás en su vida ha subido en un helicóptero y, además, hay otro asunto que no le seduce en absoluto:

-Yo no salto a un barco abandonado.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

El patrón, que está al corriente de las labores de rescate, le explica que en el petrolero hay tres hombres, un capitán, su primer oficial y el jefe de máquinas. Y le convence. Antonio sí sabe lo que es saltar de un barco a otro con fuerte oleaje. Es delgado y fibroso, una auténtica ardilla.

Todo ha sido muy rápido. La decisión se ha tomado en siete minutos. Dos horas y cuarto después, Antonio y César están a bordo del Prestige. Lo primero que les llama la atención es el fuel derramado por todas partes.La grieta abierta en el barco ha permitido que el alquitrán -77.000 toneladas almacena el Prestige- salga a chorros de alguno de sus tanques. "Del olor ni me acuerdo", dice César. "Cuando tienes miedo no estás para esas cosas".

El capitán Mangouras, el primer oficial, Ireneo Maloto, y el jefe de máquinas, Nikolaos Argyropoulos, les reciben con amabilidad. Los españoles no perciben ningún recelo. Es más, Argyropoulos, el jefe de máquinas, los obsequia con algunas palabras en castellano. "Lo que más nos sorprendió fue verles tan tranquilos, como si no pasara nada. Nos relajó bastante".

Sus impresiones contrastan con la que, horas después, sacaría el inspector marítimo Serafín Díaz, enviado al petrolero por las autoridades españoles para arrancar las máquinas. Díaz declaró al juez que no encontró colaboración en el capitán y su jefe de máquinas, sino todo lo contrario. Esta falta de colaboración es uno de los argumentos que el juez esgrime para decretar la prisión provisional de Mangouras.

A las tres de la madrugada, el petrolero sigue a la deriva. El mar de fondo contribuye a que las olas parezcan verdaderas montañas. La primera operación en la que intervienen Collazo y Caínzos fracasa. Se rompe el virador de alambre.

En ese intento colaboran los cinco tripulantes que siguen a bordo del Prestige. Mangouras y su gente regresan al puente de mando para descansar y cenar algo, mientras se prepara la siguiente intentona.

"El capitán nos trató siempre de forma muy amable. Nuestros guantes se mancharon con el chapapote y nos proporcionó unos nuevos. Nos trajo café, nos echó una mano en el primer intento y le fastidió bastante que saliera mal. Pero, claro, no deja de ser una persona de 68 años. Y uno de los otros tenía también más de 60. Tampoco podían hacer gran cosa", recuerda el marinero César Collazo.

La noche avanza. Falla el segundo intento. Y el tercero. De pronto, los dos españoles se encuentran solos en la proa. Las olas saltan por la cubierta. "Nos empezaban a comer el frío y el miedo". Deciden darse una tregua. Informan al Ría de Vigo de que se dirigen al puente para descansar.

El capitán Mangouras les ofrece galletas y refrescos. César se dirige a la cocina para buscar algo mejor que llevarse a la boca, pero no encuentra nada. Descubre que los filipinos, en su huida apresurada, dejaron sobre el fuego una olla con carne que lleva muchas horas cociendo. La carne está quemada. Apaga el fuego. No encuentra comida. Piensa que en un barco hay muchos sitios donde guardar los alimentos y no va a perder tiempo en buscarlos.

Aún no sabe que, horas después, el Helimer Cantábrico tendrá que llevar víveres al Prestige. ¿Dónde estaba la comida en el petrolero? César y Antonio regresan a proa para un nuevo intento de fijar el remolque. Otro fracaso. Se vuelve a partir el cable. Queda claro que dos hombres no son suficientes para una tarea así. Lo viene diciendo el capitán del Prestige, pero no terminan de hacerle caso. Ahora, con la madrugada del jueves tan avanzada, los responsables del centro de Finisterre empiezan a valorar la idea de que quizás Mangouras tenga razón. Se ha perdido demasiado tiempo y se ha inutilizado un remolcador. Definitivamente, hay que llevar más gente al Prestige.

Sólo unas horas después, tras numerosos intentos fracasados, los remolcadores consiguen enganchar el gigante cargado de fuel y evitar que continúe a la deriva. El Prestige inicia entonces su última travesía. Agonizante, pone rumbo a alta mar.

Un grupo de voluntarios procedentes de Madrid limpia rocas en la costa de Muxía ayer por la mañana.EFE

Archivado En