Columna

Fiebre

Estoy resfriada y la fiebre me tiene sumergida en una vaga sensación de irrealidad, como si el mundo hubiera dejado de ser reconocible. Aunque tal vez suceda lo contrario: tal vez el malestar del constipado me haga ver las cosas tal como son, sin el embustero maquillaje de la rutina o el aturdimiento. De todos es sabido que, por las noches, si te atrapa el insomnio, a veces te asaltan los pensamientos angustiosos, y puedes obsesionarte con problemas que en la oscuridad de tu cama te parecen inmensos y que por el día consideras una tontería. Y lo que yo no acabo de tener claro es cuándo nos enc...

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Estoy resfriada y la fiebre me tiene sumergida en una vaga sensación de irrealidad, como si el mundo hubiera dejado de ser reconocible. Aunque tal vez suceda lo contrario: tal vez el malestar del constipado me haga ver las cosas tal como son, sin el embustero maquillaje de la rutina o el aturdimiento. De todos es sabido que, por las noches, si te atrapa el insomnio, a veces te asaltan los pensamientos angustiosos, y puedes obsesionarte con problemas que en la oscuridad de tu cama te parecen inmensos y que por el día consideras una tontería. Y lo que yo no acabo de tener claro es cuándo nos encontramos más cerca de la verdad, si en las preocupaciones nocturnas o en la relativa narcosis matinal. Con el catarro, en fin, quizá suceda lo mismo. Quizá el delirio febril termine siendo más verdadero que ese maldito delirio al que solemos llamar realidad.

Y es que el mundo es despampanantemente absurdo, o al menos eso nos parece a mis virus y a mí. Amodorrados en la cama, los microbios y yo miramos las noticias como quien lee el manifiesto surrealista. Por ejemplo, los japoneses han inventado unos zapatos con motor y ruedas en el tacón. Un anuncio de la tele clama, con rimbombantes ínfulas, que "ahora ya no somos lo que podemos comprar", una sentida y primorosa frase tan sólo deslucida por el pequeño detalle de que están intentando vender coches de lujo. Y la televisión vasca elige a Arnaldo Otegi como el vasco más guapo. Recórcholis. El ánimo decae, la fiebre aumenta.

Por no hablar del Prestige, ese cúmulo de despropósitos políticos. Ésta sí que es una tragedia delirante, empezando por el hecho de que, al comienzo de la catástrofe, Fraga estuviera cazando en Madrid y Álvarez Cascos en los Pirineos. Al margen de su ausencia deplorable, ¿no les parece que estos políticos nuestros cazan demasiado? ¿No creen que este afán matarife, este gusto infantil por las escopetas, los sombreritos tiroleses y el reventarle la cabeza de un tiro a un pobre venado daría un poco de risa si no diera un poco de asco? Cada vez que vuelva a mirar a los del PP, les imaginaré con unas ridículas polainas de cazador pringadas de gasóleo. La fiebre, en sus alucinaciones, es bastante sabia.

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