Tribuna:

A remolque de Barcelona

Reconozco que el tan traído como llevado arco mediterráneo existe, pues de no existir, no se le llevaría ni traería tanto. No seamos mal pensados. Ocurre, no obstante, que el dichoso arco es una figura geométrica indeterminada; sus límites difieren mucho, según la ubicación geográfica del observatorio y según los talentos y el cariz de los resortes emocionales del observador. Así es como, visto y entendido desde Valencia, el arco es ampliamente identificado como un triángulo; desde el Gobierno central, una indefinición real o calculada. ¿Y desde Barcelona? Para muchos valencianos, es desolador...

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Reconozco que el tan traído como llevado arco mediterráneo existe, pues de no existir, no se le llevaría ni traería tanto. No seamos mal pensados. Ocurre, no obstante, que el dichoso arco es una figura geométrica indeterminada; sus límites difieren mucho, según la ubicación geográfica del observatorio y según los talentos y el cariz de los resortes emocionales del observador. Así es como, visto y entendido desde Valencia, el arco es ampliamente identificado como un triángulo; desde el Gobierno central, una indefinición real o calculada. ¿Y desde Barcelona? Para muchos valencianos, es desolador el delirio paternalista y barroco del secretario general de CiU Josep A. Duran i Lleida. No porque se le haya confundido con la reencarnación en un solo cuerpo de Pericles, Julio César y Mirabeau; ni siquiera de un César Borgia. También por estos predios valencianos hay ojo clínico, aunque, salvo excepciones, desprovisto de impiedad. La desolación alcanza cuando se comprueba que el artículo de don Josep Antoni es el resumen de una idea bastante extendida entre quienes cortan uno u otro bacalao en Barcelona y Cataluña. Consuélenos pensar que aún existen por allí poderosas e irreductibles voces discordantes; personas sin funestos sueños olímplicos, sino que al igual que nosotros, se darían con un canto en los dientes si los peninsulares del reborde costal y los del interior no terminamos en fortificada frontera sur, pero sí en nuestra posición actual de quinta potencia económica europea por más al este que se desplace Europa.

El arco mediterráneo, desde el observatorio plasmado en el artículo de Duran i Lleida (Voluntad política para el arco mediterráneo, EL PAÍS, 23-11) abarca en su dimensión más estricta el reborde costal de España, Francia e Italia. Desde "Andalucía hasta el Lacio, pasando obviamente por el País Valenciano, el Languedoc, La Provenza, la Liguria, la Toscana, además de las islas Baleares, Córcega y Cerdeña". Trescientos mil kilómetros cuadrados y cuarenta millones de habitantes. Zona de enorme dinamismo económico, con proyección europea, asiática y americana, concretamente, "América Latina". También figura en el listín el norte de África. Esta formidable eurorregión tendrá una cabeza visible y bien visible, Cataluña, que no en vano "goza de una situación geográfica privilegiada". El incordio es Madrid, que aunque no forma parte del arco ribereño, también se vería beneficiado, si bien a remolque, como a remolque del punto neurálgico, del epicentro, irán Valencia y la Liguria y la Provenza, etc. Todo esto dice Duran i Lleida, explícita e implícitamente. "... Cataluña necesita y puede convertirse en la gran plataforma logística del sur de Europa... Cataluña debe ser la plataforma estratégica que comunique los mercados centroeuropeos con todo el Mediterráneo, y aún más allá, con Oriente y América Latina". Por supuesto, Madrid, zona de influencia del gran eje ("nuestros referentes se encuentran en Francfort, Milán o Amsterdam"), correrá con la cuenta: vías de ancho europeo, AVE al megapuerto Barcelona-Tarragona, conexión por vía principal con el Prat, nueva pista para el aeropuerto, con el fin de convertirlo en transoceánico...

Como valencianos y españoles, deseamos que Cataluña y su capital progresen en todos los ámbitos. No pienso insistir en ello, por más que estas palabras no basten para disipar recelos. La retórica lip service a lo Duran i Lleida (y afines políticos, económicos y mediáticos) no nos va. Lo que nos amohína, asenderea y fatiga es el a costa de, que se desprende de esa literatura. Entre los satélites de ese sol rutilante (aunque eso sí, dentro del sistema, no como el periférico Madrid) estamos nosotros, los valencianos, por más que compartamos lengua, cultura, e historia, datos estos convertidos en bla, bla, bla. Sacrificios bíblicos. Papilla. El señuelo europeo no tendría que requerir esta vuelta de espaldas al hermano menor, quien, por cierto, no se chupa el dedo. Gregorio Martín, director del Instituto de Robótica de la Universidad de Valencia, dolido y enfadado por el artículo de Duran, que es vinagre para la herida, replica diciendo que "a nadie debe extrañarle que en la Comunidad Valenciana se vayan imponiendo los que hablan de mirar más hacia Madrid". Diablos. Según el influyente periodista catalán Bru de Sala, mirar a Madrid es nuestro modelo y viene de antiguo y aún lo estamos perfeccionando. Fraude fiscal, economía sumergida y "hacer la rosca a Madrid, a la descarada y sin tapujos", arrimar la sardina al caballo ganador, gracias a un olfato que las ve venir, "sistemas propios y más bien opacos de relaciones sociales", gran número de inválidos permanentes... Madrid lo sabe, pero se derrite de placer y nos permite ser "el sitio donde se vive mejor". Y todo. Autopista gratuita a Madrid, Euromed, AVE al centro... la monda. Autopista que es gratuita porque no es autopista sino autovía, Euromed que no es AVE y AVE al centro que llegará cuando en Cataluña ya esté anticuado. ¿Es Valencia el sitio donde se vive mejor gracias a la pelota y a una economía sumergida y a un fraude fiscal presuntamente tolerados como en ninguna otra parte del Estado? No conocemos una sola estadística que nos sitúe en los primeros lugares en nivel y calidad de vida. No se nos percibe como un peligro, eso es todo. En esta España fracturada y convulsa, el victimismo no es la única razón de ser del nacionalismo; pero en una autonomía con el peso demográfico y económico de la nuestra, el victimismo y la rosca sagazmente concertados habrían dado pie a un nacionalismo robusto que aquí brilla por su ausencia.

Madrid (léase Gobierno central, como Fuster escribió que debería hacerse), siempre indeciso con respecto a este asunto, ha perdido un tiempo precioso. El AVE a Valencia y el del corredor mediterráneo deberían estar ya en funcionamiento. No podrían protestar en voz alta los Duran (¿Cómo volverse explícitamente contra el hermano menor, habida cuenta además de que ya no sería tan menor?), el centro tendría su mejor salida al mar y Cataluña se vería abocada a mirar más hacia el sur del Ebro, con lo que ganaríamos todos. Más vale pájaro en mano que equis quimeras volando. Como las que se olvidan del puerto de Marsella y, en general, de una ubicación geopolítica contra la que más nos vale defendernos, pero sin confundir gigantes con molinos.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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