Reportaje:

La última morada de los ingleses

Carabanchel Bajo alberga desde hace siglo y medio el cementerio británico, un enclave desconocido, recoleto y romántico

Madrid esconde en Carabanchel Bajo uno de sus enclaves históricos más recoletos y desconocidos para la mayoría de los ciudadanos. Si en los distintos camposantos de la ciudad, según los cálculos municipales, descansan unos tres millones de personas, en el subsuelo de este distrito del sur reposan varios cientos de ciudadanos británicos y protestantes. Por eso, en estos días del comienzo de noviembre, Carabanchel Bajo se ve frecuentado por personas en su mayor parte foráneas que acuden allí con el recuerdo puesto en sus deudos.

Se trata del British Cemetery, Cementerio Inglés de Madrid: ...

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Madrid esconde en Carabanchel Bajo uno de sus enclaves históricos más recoletos y desconocidos para la mayoría de los ciudadanos. Si en los distintos camposantos de la ciudad, según los cálculos municipales, descansan unos tres millones de personas, en el subsuelo de este distrito del sur reposan varios cientos de ciudadanos británicos y protestantes. Por eso, en estos días del comienzo de noviembre, Carabanchel Bajo se ve frecuentado por personas en su mayor parte foráneas que acuden allí con el recuerdo puesto en sus deudos.

Se trata del British Cemetery, Cementerio Inglés de Madrid: árboles, piedra tallada y memoria. Se encuentra en la calle del Comandante Fontanes, junto al cruce de las calles de Inglaterra y de Irlanda. Es visitable martes, jueves y sábados, entre las diez y la una del mediodía.

El camposanto fue destinado inicialmente a los difuntos de religión protestante
Entre sus más de 800 'huéspedes' se cuenta el domador Parish, heredero del circo Price

El paraje tiene menos de una hectárea. Está situado sobre el denominado Cerro de San Dámaso, no lejos del también camposanto sacramental de Santa María. El cementerio británico está vallado por un tapial histórico de ladrillo rojo y mampostería.

A su interior se accede por una puerta antigua de madera, que abre una fachada rematada por el escudo británico esculpido por Pedro S. Nicoli en piedra caliza. El cementerio alberga enterramientos de ciudadanos de hasta veinte nacionalidades, señaladamente ingleses. Por ser un camposanto y pertenecer a la Embajada del Reino Unido, constituye un islote doblemente transterritorial.

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En un principio, cuando fuera inaugurado en febrero del año 1854, fue destinado a la sepultura de aquellos difuntos que en vida abrazaban la religión cristiana protestante. Durante dos siglos, el Gobierno de su majestad británica se quejó al de Madrid de que sus nacionales, si tenían la desdicha de morir en España, carecieran de un recinto sagrado para acoger sus despojos. Por ello, reiteradamente lo demandaba.

Sin embargo, la política, que acostumbraba no arredrarse ni ante los contornos de las tinieblas, impidió durante muchas décadas que tan justa demanda se viera satisfecha por las autoridades madrileñas. El vigor del entonces ministro de Londres en Madrid, lord Howden, y el sentido común del marqués de Miraflores, según cuenta el estudioso británico David J. Butler, combinaron una fórmula en vigor desde hace 150 años, aunque con altibajos.

Hoy, la situación no parece hallarse en fase alta. Sí lo está en su belleza el cementerio, que muestra la pátina virginal romántica de la era en la que fuera fundado en el siglo XIX. Sus sepulturas, con inscripciones en lenguas tan extrañas aquí como el serbio, el griego o el hebreo -el camposanto da último cobijo a numerosos ciudadanos de religión judía-, dan cuenta de que en su solio se encuentran enterradas personas vinculadas a Madrid como el domador William Parish, casado con la hija de Thomas Price, el dueño del célebre circo Price que aquél heredara y que estuvo en funcionamiento hasta los años sesenta.

Nombres caros a Madrid, como el del fotógrafo Charles Clifford -que retrató las principales obras de ingeniería de la España del XIX-, los Bauer, Bristow, Loewe, Lhardy o Girod, figuran entre los 829 apellidos de personas o familias allí enterradas, como la de los Garrido, guardas del cementerio durante un siglo.

Pero este camposanto, hoy sin subvención oficial alguna y costeado por el dinero de particulares, brindó desde siempre y generosamente su lar para acoger a difuntos fieles de otras confesiones huérfanos también, en Madrid, de una última morada.

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