Editorial:

Bajo la amenaza

Con los mayores poderes para usar la fuerza que un presidente haya obtenido del Congreso desde la famosa resolución del golfo de Tonkin de 1964, George Bush se adentra en un nuevo capítulo en su estrategia de confrontación con Irak. El lunes afirmó que una 'acción militar' no es 'inminente ni inevitable', lo que constituye un cierto giro. Pero EE UU insiste en que para que Irak tome en serio las advertencias, la amenaza de guerra debe ser creíble, lo que requiere que se vea como casi inevitable. El peligro es que desaparezca la distancia entre la guerra y la diplomacia.

La resolu...

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Con los mayores poderes para usar la fuerza que un presidente haya obtenido del Congreso desde la famosa resolución del golfo de Tonkin de 1964, George Bush se adentra en un nuevo capítulo en su estrategia de confrontación con Irak. El lunes afirmó que una 'acción militar' no es 'inminente ni inevitable', lo que constituye un cierto giro. Pero EE UU insiste en que para que Irak tome en serio las advertencias, la amenaza de guerra debe ser creíble, lo que requiere que se vea como casi inevitable. El peligro es que desaparezca la distancia entre la guerra y la diplomacia.

La resolución del Congreso de EE UU es prácticamente una carta blanca a Bush. Las dos Cámaras ni siquiera han pedido que una nueva resolución del Consejo de Seguridad de la ONU preceda a la eventual decisión bélica. El Congreso le autoriza de hecho a atacar Irak unilateralmente si la diplomacia no da los frutos buscados. Sin embargo, el otro cambio, positivo, es que, al menos de momento, Bush se ha atado al mástil del Consejo de Seguridad y del multilateralismo en la búsqueda de una coalición internacional. Es un discreto triunfo para el secretario de Estado, Colin Powell, frente a los halcones más belicistas como el vicepresidente Cheney o el jefe del Pentágono, Rumsfeld. Este giro favorece a su vez un cambio en la actitud francesa o rusa para una resolución que, sin embargo, previsiblemente no será una carta blanca como la del Congreso.

El cambio en la táctica de Bush puede deberse a las presiones internacionales, o, más probablemente, al giro de una opinión pública interna dividida. Las votaciones en el Congreso han mostrado una profunda división de los demócratas, habrá que ver con qué efectos en las elecciones del 5 de noviembre. Pueden haber calado los llamamientos a que Bush no se olvide de la guerra contra el terrorismo, especialmente tras el asesinato de un soldado en Kuwait y del atentado sufrido por un petrolero francés frente a las costas de Yemen. Pero, sobre todo, cuentan las peticiones de que Bush se preocupe más de una economía en dificultades, a la que nada le vendría peor que la incertidumbre añadida de un nuevo conflicto en una zona de por sí tormentosa. También influye que análisis de la CIA desclasificados por el Congreso concluyan que la amenaza que representa Sadam no es inminente, y que, por el contrario, si se siente acorralado, sus zarpazos sí pueden ser peligrosos.

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Bagdad está haciendo lo posible por no dejarse acorralar. Tras negarse de entrada a la inspección, va aceptando las exigencias de transparencia total ante la futura labor en Irak de los inspectores de armamentos de la ONU, incluidos los famosos palacios presidenciales, aunque semana tras semana, Washington plantea nuevas exigencias. Pero si Sadam Husein acaba aceptando todo lo que le plantee el Consejo de Seguridad de la ONU en su próxima resolución, difícil le resultará a Bush rechazarlo. La diplomacia, y la seguridad, tendrán una nueva oportunidad. Mientras, EE UU prosigue sus preparativos bélicos y Bush es bien explícito: Sadam Husein 'debe desarmarse él mismo' o EE UU 'liderará una coalición para desarmarlo'. Oficialmente, el objetivo de Washington se ha reducido al desarme de Irak, pero no esconde que su objetivo final es un 'cambio de régimen', que, según filtraciones a la prensa, ha empezado incluso a planificar. La realidad virtual que se está construyendo en Washington puede cobrar una dinámica propia y peligrosa.

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