CARTAS AL DIRECTOR

La Administración, enemiga de la democracia

Ésta es la segunda semana en la que día a día he dedicado, por lo menos, dos horas a marcar incesamente el teléfono del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes esperando oír una voz cuando menos amigable o servicial. Ni lo uno ni lo otro. No sé por qué el Gobierno se digna, con la esperanzadora idea de que España va bien, en poner bajo el nombre de Servicio de Atención al Ciudadano a no sé cuántos funcionarios cuya máxima aspiración profesional es conseguir que su periodo de vacaciones sea más aprovechable que el de su compañero.

No podemos hablar ilusoriamente de democracia en nues...

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Ésta es la segunda semana en la que día a día he dedicado, por lo menos, dos horas a marcar incesamente el teléfono del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes esperando oír una voz cuando menos amigable o servicial. Ni lo uno ni lo otro. No sé por qué el Gobierno se digna, con la esperanzadora idea de que España va bien, en poner bajo el nombre de Servicio de Atención al Ciudadano a no sé cuántos funcionarios cuya máxima aspiración profesional es conseguir que su periodo de vacaciones sea más aprovechable que el de su compañero.

No podemos hablar ilusoriamente de democracia en nuestro país cuando la Administración pública ha dejado de realizar precisamente la labor para la que fue creada: servir al ciudadano que la eligió, que la mantiene económicamente y que le otorga una razón de ser. De nada sirve que los trabajadores públicos presuman de haber realizado una compleja prueba de acceso al puesto que ahora ostentan cuando después son incapaces de realizar una tarea tan simple como contestar un teléfono.

Desde estas líneas quiero manifestar no sólo el malestar que me produce comprobar la ineficacia de nuestro sistema administrativo, sino también la profunda preocupación que me produce pensar que presumimos de entrar en el siglo XXI con una democracia madura y asentada cuando lo que en realidad tenemos es una burocracia inmóvil y escasamente competitiva. Espero sinceramente que éste no sea el final de nuestros supuestos días de gloria como un país democráticamente correcto y occidental.

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