Editorial:

Alemania y Europa

La Unión Europea ha venido aplazando durante meses decisiones importantes -sobre la ampliación, sobre la reforma de la política agrícola, o sobre el respeto del Pacto de Estabilidad- a la espera de las elecciones alemanas. Éstas ya quedan atrás con una clara, aunque estrecha, victoria de la coalición rojiverde que venía gobernando. Es hora de que Europa se vuelva a poner en marcha.

El resultado electoral sitúa a Joschka Fischer como una de las referencias centrales con vistas al debate sobre el futuro de Europa, para el cual el ministro verde de Asuntos Exteriores tiene un diseño...

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La Unión Europea ha venido aplazando durante meses decisiones importantes -sobre la ampliación, sobre la reforma de la política agrícola, o sobre el respeto del Pacto de Estabilidad- a la espera de las elecciones alemanas. Éstas ya quedan atrás con una clara, aunque estrecha, victoria de la coalición rojiverde que venía gobernando. Es hora de que Europa se vuelva a poner en marcha.

El resultado electoral sitúa a Joschka Fischer como una de las referencias centrales con vistas al debate sobre el futuro de Europa, para el cual el ministro verde de Asuntos Exteriores tiene un diseño federalizante bastante completo. Berlín deberá antes recomponer sus relaciones con París. Chirac tendió ayer la mano a Schröder, aunque la carta de ministros de siete países, entre ellos Francia y España, en defensa de la política agrícola común indica que hay distancias que resultarán difíciles de salvar, especialmente con los verdes, que pugnan por una PAC distinta. Más difíciles serán las relaciones con España, pues es conocida la mala sintonía entre Schröder y Aznar, que apostó abiertamente por un Stoiber que le citaba en sus discursos. Ideologías aparte, la nueva Europa, si funciona, va a girar en torno al eje Berlín-París-Londres.

La gran asignatura externa pendiente del nuevo Gobierno va a ser reparar las maltrechas relaciones con Washington, que el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, considera 'envenenadas' por Schröder. No bastará la dimisión de la ministra socialdemócrata de Justicia, Hertha Däubler-Gmelin, a la que se atribuye la comparación de Bush con Hitler. El mayor peso de los verdes tampoco facilitará que el nuevo Gobierno se pliegue a la voluntad de Washington respecto a una operación en Irak. Fischer tendrá que hacer gala de todas sus habilidades diplomáticas para navegar entre varias aguas: su partido, una opinión antibelicista, y las imposiciones de la realidad mundial.

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Socialdemócratas y verdes seguirán gobernando en coalición, probablemente con una cuarta cartera para los ecologistas. No necesariamente será un Ejecutivo débil, ya que tiene cuatro escaños por encima de la mayoría absoluta. Pero Schröder tiene menos margen de maniobra. En el anterior Parlamento podía cambiar de pareja de baile, para optar por una coalición con los liberales. Ahora la aritmética resultante le ata de pies y manos a Fischer, salvo que vaya a una gran coalición, que no puede descartarse a medio plazo si se embarrancan las reformas urgentes que necesita la estancada economía. La foto electoral es la de una Alemania dividida. Socialmente, con un cuasi empate entre izquierda y derecha. Y geográficamente, entre un Este en el que los socialdemócratas se han llevado el voto perdido por los neocomunistas, y un rico Oeste en el que han ganado los democristianos; por no hablar de Baviera, donde ha arrollado Stoiber. Doce años después de la unificación, las elecciones todavía trazan la frontera entre las dos Alemanias del pasado.

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