Crítica:

Contra la barbarie

Erika Mann (1905-1969) fue la primogénita del matrimonio formado por el escritor Thomas Mann y la acaudalada Katia Pringsheim. Muy apegada a su hermano Klaus, un año menor que ella, se reveló enseguida como una chica plena de vitalidad y dotada de una extraordinaria fantasía. Desde niña se apasionó por el teatro; mediocre en los estudios convencionales, terminó por cursar arte dramático en Berlín con la célebre compañía de Max Reinhardt y debutar como actriz en obras de autores contemporáneos así como en un par de piezas 'escandalosas' -el incesto era el tema- escritas por Klaus Mann. Su extra...

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Erika Mann (1905-1969) fue la primogénita del matrimonio formado por el escritor Thomas Mann y la acaudalada Katia Pringsheim. Muy apegada a su hermano Klaus, un año menor que ella, se reveló enseguida como una chica plena de vitalidad y dotada de una extraordinaria fantasía. Desde niña se apasionó por el teatro; mediocre en los estudios convencionales, terminó por cursar arte dramático en Berlín con la célebre compañía de Max Reinhardt y debutar como actriz en obras de autores contemporáneos así como en un par de piezas 'escandalosas' -el incesto era el tema- escritas por Klaus Mann. Su extraordinario talento paródico, su imaginativa e ingeniosa inteligencia así como unos tiempos en que los jóvenes vivían de manera alocada en medio de una sociedad nihilista, destrozada anímica y económicamente, condujeron a Erika a crear un espectáculo propio de cabaret satírico en Múnich, su ciudad natal, justo poco antes de que Hitler accediera al poder en Alemania. El teatro donde se presentaba el célebre Molinillo de Pimienta, de Erika y su troupe, que enseguida ganó el favor del público, se ubicaba a escasa distancia de la cervecería donde los nazis organizaban sus mítines. A la joven nunca le había interesado la política, más bien los lujosos coches y los amores equívocos, pero ante una agresión de los camisas pardas que irrumpieron en un acto donde ella recitaba poemas pacifistas arremetió sin piedad contra ellos desde su cabaret. A partir de entonces, además de ejercer despiadadamente la crítica social, se las ingenió para ridiculizar la brutalidad y el descerebramiento de la ralea que aspiraba a dominar el país, advirtiendo al público de la catástrofe que sobrevendría si aquella gente accedía al gobierno de la nación. Por lo demás, nunca se adhirió al movimiento comunista, tal como solía suceder entonces. Ningún idealismo redentor la sedujo, lo único que perseguía era poder disfrutar de una libertad que veía amenazada.

PRECISAMENTE YO

Erika Mann. Traducción de Cristina García Ohlrich Posfacio de Irmela von der Lühe y Uwe Naumann Minúscula. Barcelona, 2002 190 páginas. 12,50 euros

Nunca se declaró, pues, 'de

izquierdas', sino únicamente a favor de la razón y en contra de la barbarie. Poco después del incendio del Reichstag, el 27 de febrero de 1933, a punto de estrenar un nuevo teatro en Múnich para su cabaret, Erika abandonó Alemania junto con su hermano Klaus; asimismo conminó a sus padres, de vacaciones en Suiza, a que no regresasen a un país que cada día se volvía más peligroso para quienes pensaban de forma abierta y no nacionalista. Los miembros de la familia Mann -padres e hijos, por separado- iniciaron, así, un exilio que los conduciría finalmente a Norteamérica, donde residirían hasta 1952.

A semejanza del lúcido publicista Sebastian Haffner y pocos más que no fueron perseguidos a causa de su ascendencia biológica, también Erika dejó su patria por esa simple 'cuestión de olfato': la atmósfera se tornaba poco a poco más irrespirable; las marchas de ciudadanos de mente uniformada, aclamando a aquel fantoche que se presentaba como un Mesías; el ascenso de lo vulgar-nacional en todos los ámbitos y, lo peor, las detenciones y los asesinatos; todo ello impedía que una persona decente pudiera permanecer impasible. Ante tales perspectivas, se afianzó en ella la idea de luchar contra el totalitarismo nazi y en favor de la democracia. Tal sería su cometido hasta el final de la II Guerra Mundial. En Francia y luego en Norteamérica, propagó los horrores del régimen hitleriano en cientos de artículos y desde innumerables tribunas: la reeducación de los niños, el sometimiento de la mujer, la persecución de los diferentes; pero, además, conminó a las naciones democráticas a combatir con contundencia la maldición que se cernía sobre Europa, así como a despertar de su apatía frente a Hitler. Esos años magníficos del exilio los ha narrado de forma soberbia Klaus Mann en su magnífica novela El volcán. Erika publicó asimismo algunos libros para niños; también, un verdadero éxito de ventas de la época: School for Barbarians, acerca de la educación en el III Reich (1938).

Sólo desde esta circunstancia vital se comprenderá este excelente Precisamente yo, volumen que recoge una selección de breves escritos -magníficamente traducidos-, entre autobiográficos y de combate, de esta valiente mujer. Destaca el ensayo que da título al volumen, en el que la autora narra su huida de Múnich y expresa claramente sus preocupaciones políticas, además de denunciar con suma lucidez y en cuatro palabras esa escasez de imaginación que mostraron los alemanes al permitir el ascenso de Hitler al poder. Entre algunas piezas menores, meramente anecdóticas, destacan cinco crónicas datadas en 1937, cuando el fascismo entrenaba su maquinaria de terror en España; Erika y Klaus visitaron la Península. Desde la Barcelona bombardeada, Valencia o el frente del Ebro, la esforzada reportera describía con emoción el sacrificio de un puñado de idealistas. Las cultas brigadas internacionales y los comisarios políticos enseñando al pueblo literatura y disciplina militar, los hogares infantiles donde se recogía a los huérfanos, apadrinados por soldados que les cedían su salario; acaso propaganda de color de rosa, pero que tocaba el corazón de la joven y el de cuantos creían en la libertad. Otro estupendo relato describe el ambiente que reinaba en la neutral Lisboa, plagada de refugiados desesperados que anhelaban salvar el océano a fin de arribar a un continente amigo.

Se incluyen también otros textos de posguerra; Erika entrevistó a Churchill, visitó a los criminales de guerra nazis poco antes del juicio de Núremberg, criticó la falacia de la 'desnazificación' alemana y, durante la guerra fría, protestó activamente contra las armas nucleares en Europa. Como Hannah Arendt, también Erika Mann observó que la solución europea era el One World for all people y que los más crasos crímenes mostraban una etiqueta en la que podía leerse con claridad la palabra nacionalismo.

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