Columna

Aniversario

Hoy se cumple la efeméride de un suceso que quedó grabado con sangre y ceniza en la memoria de muchas personas: individuos anónimos, insignificantes, que contemplaron cómo el horror irrumpía en sus vidas de la manera más violenta para desbaratar todos sus cálculos de futuro. El edificio del centro de una ciudad ardía, una siniestra columna de humo negro se llevaba hacia el cielo la esperanza de millares de personas; y era como si ese mismo humo hubiera descendido luego sobre el país y hubiera condenado a sus habitantes a una espesa noche sin luna ni estrellas. Todavía hoy, las víctimas y los d...

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Hoy se cumple la efeméride de un suceso que quedó grabado con sangre y ceniza en la memoria de muchas personas: individuos anónimos, insignificantes, que contemplaron cómo el horror irrumpía en sus vidas de la manera más violenta para desbaratar todos sus cálculos de futuro. El edificio del centro de una ciudad ardía, una siniestra columna de humo negro se llevaba hacia el cielo la esperanza de millares de personas; y era como si ese mismo humo hubiera descendido luego sobre el país y hubiera condenado a sus habitantes a una espesa noche sin luna ni estrellas. Todavía hoy, las víctimas y los descendientes de las víctimas viven enredados en encontrar respuesta a esas preguntas que hieren como llagas: por qué, con qué derecho, para qué fin. El terrorismo puede ejercerse de muchas formas, también con tanques y picanas, como muy bien saben los chilenos desde aquel aciago 11 de septiembre de 1973.

Hay fechas que son quemaduras en la lengua, que se interponen con un incómodo escozor en cuanto queremos introducir algún alimento en la boca: las cifras de desaparecidos que vinieron a continuación, de torturados y exiliados, los testimonios de todas las personas que fueron vejadas, cuya dignidad fue reducida a un trapo sucio que se arrastraba por el fango, el pisoteo sistemático de los más elementales derechos civiles y humanos, el sarcasmo de los asesinos que quedaron libres y que se reían de sus víctimas desde los banquillos, todo convierte este día en una ocasión para el luto y los silencios. En las vidas de muchos, aquella siniestra fecha en el calendario no marcó sólo el inicio de un nuevo siglo o el cambio de una era, sino la aparición de una cesura que iba a dividir sus existencias en dos mitades, tan alejadas la una de la otra como lo están la felicidad del desastre. Hace exactamente veintinueve años, el Palacio de la Moneda de Santiago de Chile ardía en los televisores y muchos espectadores buscaban motivos entre la sorpresa y la rabia para la oscuridad que estaba a punto de solapar sus vidas: y de haber sabido que existían países que amparaban a aquellos terroristas, tal vez habrían desembocado en la lógica conclusión del bombardeo.

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