Tribuna:

Costa de hormigón y turismo en retroceso

El turismo, la principal actividad económica del país da síntomas de cansancio. Esta temporada han sonado las alarmas y los peores augurios se han concretado en la caída de la ocupación hotelera en el conjunto nacional -el 7% en junio, el 5,5% en julio- con mayor incidencia en la Comunidad Valenciana. El 2002 va a ser el tercer año consecutivo de recesión turística en España, si bien en el 2000 y en el 2001 el descenso no superó el 1,5%. Los empresarios del sector más optimistas predicen una disminución en torno al 10% en los ingresos anuales. Sin embargo, los políticos se limitan a echar balo...

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El turismo, la principal actividad económica del país da síntomas de cansancio. Esta temporada han sonado las alarmas y los peores augurios se han concretado en la caída de la ocupación hotelera en el conjunto nacional -el 7% en junio, el 5,5% en julio- con mayor incidencia en la Comunidad Valenciana. El 2002 va a ser el tercer año consecutivo de recesión turística en España, si bien en el 2000 y en el 2001 el descenso no superó el 1,5%. Los empresarios del sector más optimistas predicen una disminución en torno al 10% en los ingresos anuales. Sin embargo, los políticos se limitan a echar balones fuera y brilla por su ausencia un análisis sincero de la situación y con sentido crítico, que no se limite a atribuir las causas de manera generalizada a esos dos grandes cajones de sastre en que han convertido la desaceleración económica mundial y los efectos sicológicos del 11 de septiembre, mientras nuestros competidores -Yugoslavia, Túnez, Bulgaria, Grecia, Croacia, Hungría y Checoslovaquia- pasan por períodos expansivos en cuanto a la actividad turística se refiere.

Un crecimiento sostenido del turismo debe ir de la mano de una política de ordenación del territorio, urbanística y del medio ambiente rigurosa, y esto ha fallado estrepitosamente en nuestro país y, en especial, en nuestra Comunidad, sobre todo en los municipios costeros en los que la ambición insaciable de los promotores y constructores ha acabado imponiéndose a cualquier otro criterio. De forma metódica se ha desfigurando el paisaje sustituyéndolo por una masa de construcciones en las que predomina la peor de las estéticas, con densidades abusivas y relegando las infraestructuras necesarias, sin tener en cuenta las disponibilidades de recursos tan básicos como el agua. ¿Cabe pensar que un turista que haya alquilado un apartamento en alguno de los municipios de La Marina, por poner un ejemplo, que haya sufrido diarios cortes de agua impidiéndole ducharse a gusto al volver de la playa, o usar el lavavajillas o la lavadora y se haya visto obligado a beber agua embotellada querrá volver el año que viene? Si añadimos los apagones del verano pasado, la falta de cobertura de los teléfonos móviles, los atascos, el ruido diurno y nocturno sin control, la suciedad, la escasez de depuradoras, la falta de espacios verdes, la recesión de las playas a causa de la proliferación de puertos deportivos sin tener en cuenta las corrientes marinas, no nos extrañemos de que prefiera irse a otro sitio. Ha sido un proceso duradero, porque larga en kilómetros es nuestra costa. Pero todo un conjunto de intereses parecen haberse puesto de acuerdo para matar la gallina de los huevos de oro. Gran parte del daño es irreparable. El invierno pasado la Generalitat anunciaba un plan de ordenación de la costa, cuando sólo queda un 17% del litoral sin construir. ¡Qué ironía! Y, sin embargo, aún no hemos visto ni el borrador del mencionado proyecto. Sólo sabemos de retrasos sospechosos.

Gestionar bien el turismo implica partir del convencimiento de que nuestro patrimonio radica en la singularidad de nuestro paisaje y de nuestra cultura. Dos elementos que constituyen el único tesoro a defender con uñas y dientes. Cuando España, y la Comunidad Valenciana en particular, esté homologada al resto de los países cuya oferta se limita a sol y playa, muchas de baja calidad, el único elemento de atracción será el precio de ese lote de siete días de alojamiento y media pensión en hoteles carentes de personalidad y dudosas cuatro estrellas. Con el agravante de que España ha dejado de ser un país barato. Terras Míticas hay tantas que su capacidad de atracción se diluye en un magma anónimo de parques temáticos disperso casi en cualquier geografía y, de hecho, es notorio que no acaba de levantar cabeza.

La ecotasa de Baleares que, desde luego, no ha sido la causa del descenso del turismo en las islas, como lo demuestra que la Comunidad Valenciana lo haya sufrido igual, está bien si el dinero recaudado revierte en proyectos de inversión serios para regenerar el medio natural, modernizar el sector y rehabilitar el patrimonio histórico-artístico. Demostrará que, por una vez, el gobierno regional está en el camino correcto y que trabaja a largo plazo por un turismo selectivo y de calidad, como lo hacen los corredores de fondo inteligentes.

Aquí, en la Comunidad Valenciana, duele que se siga calificando suelo apto para urbanizar sin límite, a costa de la huerta o de lo que sea, desecando marjales, construyendo paseos marítimos absurdos en una costa que no ha resuelto el problema de que el mar se la vaya comiendo cada año, puertos deportivos sin ton ni son, campos de golf que beben ingentes cantidades de agua y carecen de argumentos decentes que los defiendan y parques de atracciones que hipotecan un presupuesto público que debiera estar destinado a mejores fines. Milagro será que el enfermo no entre en fase terminal.

María García-Lliberós es escritora.

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