Reportaje:

Golpe al corazón de 'la Suiza de América'

Uruguay salva 'in extremis' su crisis financiera, pero sigue afectada por los problemas argentinos

La llamaban 'la Suiza de América', pero algo ha fallado en el históricamente sólido sistema financiero uruguayo. Por primera vez en cinco años, los bancos se han visto obligados a cerrar sus puertas, y la economía uruguaya se ve afectada por la crisis de sus vecinos brasileños y argentinos, donde coloca la mitad de sus exportaciones. La ayuda de 1.500 millones de dólares por el FMI ha permitido la apertura de los bancos, pero la economía tardará mucho más en recuperarse.

El pasado 6 de junio, en una entrevista que concedió a la cadena Bloomberg de televisión, el presidente...

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La llamaban 'la Suiza de América', pero algo ha fallado en el históricamente sólido sistema financiero uruguayo. Por primera vez en cinco años, los bancos se han visto obligados a cerrar sus puertas, y la economía uruguaya se ve afectada por la crisis de sus vecinos brasileños y argentinos, donde coloca la mitad de sus exportaciones. La ayuda de 1.500 millones de dólares por el FMI ha permitido la apertura de los bancos, pero la economía tardará mucho más en recuperarse.

En diciembre, Uruguay tenía 4.000 millones de dólares de reservas. Seis meses más tarde ya se había retirado el 45% de los depósitos
En todo el país han subido los precios y tarifas, y se extiende la pobreza, que alcanza ya a la mitad de los 3,4 millones de habitantes

El pasado 6 de junio, en una entrevista que concedió a la cadena Bloomberg de televisión, el presidente uruguayo Jorge Batlle negaba enfáticamente la posibilidad de que su país pudiera contagiarse de una crisis como la que afectaba a la vecina Argentina: '¡No me compare con los argentinos, son una manga de ladrones, del primero al último!'. Al día siguiente viajó a Buenos Aires para disculparse ante el presidente argentino Eduardo Duhalde, y trató de sobrellevar con algunas lágrimas la vergüenza del escándalo. Le perdonaron y regresó con la cola entre las piernas. Desde entonces, casi no volvió a hablar en público.

El 18 de julio, Batlle desmintió los rumores sobre la renuncia del ministro de Economía, Alberto Bensión, en estos términos: 'Mire, si anda a caballo y va a atravesar un arroyo embravecido, no cambie de caballo en la mitad del arroyo'. Algo le habrá pasado al caballo que se ahogó cuatro días más tarde. Antes de irse, Bensión anticipó: 'Por lo menos vamos a ser más pobres que hace cinco años'. Le reemplazaron por un ministro más político y menos técnico como Alejandro Atchugarry. Para entonces detonaba una de las crisis más dramáticas en el históricamente sólido y confiable sistema financiero uruguayo. El 30 de julio, los bancos eran obligados a cerrar por primera vez en veinte años para impedir la fuga masiva de depósitos.

La tradicional Suiza de América, como la llamaron, parecía tocada en el corazón de la caja fuerte. 'Bien me quieres, bien te quiero, no me toques el dinero', entonaban con Joan Manuel Serrat los ciudadanos de clase alta alterados y temerosos por la estafa descubierta en el Banco de Montevideo, propiedad de la familia Peirano, que sucedió a su vez a la del Banco General de Negocios, administrado por los hermanos Rohm. La película del derrumbe argentino se proyectaba en cámara lenta desde el pasado enero, y nadie hacía nada para evitar que se llegara al mismo final. ¿Cómo no iba a contagiarse una economía que coloca en los países vecinos, Brasil y Argentina, casi la mitad de sus exportaciones? El presidente Batlle sólo atinaba a recomendar a los ciudadanos 'que no miren la televisión argentina'.

Ahorradores inquietos

En diciembre, cuando Argentina imponía el corralito que confiscaba los depósitos de los ahorradores, Uruguay tenía 4.000 millones de dólares de reservas para calmar a los ahorradores inquietos. Seis meses más tarde ya se había retirado el 45% de los depósitos, colocados en el Banco República y en el Hipotecario. Las reservas del Banco Central uruguayo se reducían a menos de 700 millones de dólares. Sólo quedaban fondos para resistir dos o tres semanas más. El efecto dominó hacía caer bancos, uno detrás de otro.

El Banco Galicia fue el primero en admitir que no podía ya devolver el dinero a los depositantes argentinos. En junio, el Ministerio de Economía anunciaba la intervención del Banco de Montevideo, que no había completado aún la fusión con Caja Obrera, y quedaban los vaciamientos llevados a cabo en sus bancos y empresas por los Peirano, la emblemática familia de banqueros uruguayos que ya desde los años setenta eran acusados por la administración fraudulenta del Banco Mercantil. Se suspendían las operaciones del Comercial y del de Crédito, intervenidos por el Estado. El nuevo ministro descartaba la imposición de una solución para Argentina: 'La única medida que no vamos a considerar es la aplicación de un corralito'.

Al borde del abismo, con los bancos cerrados y la ayuda urgente reclamada al Fondo Monetario Internacional (FMI) al borde del fracaso, porque no había forma legal de parar el drenaje de fondos, el presidente Batlle convocó a una cumbre de líderes políticos. En una sesión extraordinaria de 36 horas, inédita para el Parlamento uruguayo, el Congreso aprobó entre el sábado 3 y el domingo 4 de agosto la Ley que impuso el corralito a los fondos depositados a plazo en los bancos Hipotecario y República -que serán devueltos ahora en tres cuotas anuales hasta 2005-, y creó a su vez el Fondo de Estabilización del Sistema Financiero.

Poco después del mediodía del domingo, el debate se suspendió para aprobar el proyecto porque ya no había más tiempo. Media hora más tarde, el embajador de Estados Unidos en Montevideo, Martín Silverstein, anunció que el Tesoro anticipaba las cuotas del crédito concedido por el Fondo Monetario. Eran 1.500 millones de dólares ahora, y otros 2.000 comprometidos a futuro. El lunes 5 se produciría la reapertura de los bancos. La respiración boca a boca y el electrochoque reanimaba el corazón del sistema. En medio de los suspiros de alivio nadie se preguntaba entonces a cambio de qué.

Fin de una era

El lunes 5 de agosto, cuando reabrían los bancos tras cuatro jornadas de fiesta obligatoria, El Observador, periódico de información económica que se edita en Montevideo, advertía a sus lectores en un tono dramático que podía percibirse aún en la letra escrita: 'El Uruguay al que estábamos acostumbrados ya no existe'. Y añadía: 'Con o sin ayuda financiera internacional desaparece igualmente la función del Banco de la República como salvador de cualquier apremio sectorial o individual con créditos frecuentemente refinanciados a expensas de todos los uruguayos, o la del Banco Hipotecario, que debía tomar depósitos en dólares para otorgar préstamos en pesos o en Unidades Reajustables que muchas veces ni puede cobrar. De ahora en más el Banco Central, tantas veces laxo en sus controles, será responsable de que sólo operen bancos privados confiables y de que la banca estatal sea administrada con los estrictos criterios de eficiencia que tantas veces se soslayaron antes'.

Pues, si para todo esto había servido la crisis financiera, ¿a qué lamentarse entonces?

Sin embargo, el clima general de los ahorradores y clientes de los bancos era de pérdida casi definitiva. No necesitaban de los analistas para comprender quién y cómo pagaría la factura por tanta estafa, robo, impunidad y por la incapacidad de los responsables políticos. Estaban allí, en las colas, esperando cobrar el salario demorado, la jubilación, preguntando por sus ahorros, preocupados por el alza en la cotización del dólar y al mismo tiempo de las cuotas de los créditos con los que compraron sus viviendas. No tenían otra opción que seguir confiando en los dos bancos del Estado supervivientes, el República y el Hipotecario, y los 14 privados, ocho de ellos sociedades anónimas uruguayas, y 6 que operan como sucursales de sus casas matrices.

Atrás quedaban los saqueos, asaltos a mercados y almacenes hasta ahora inéditos en Montevideo, el pánico ante la incertidumbre, el miedo. El Gobierno abrió más comedores comunitarios para contener el hambre. En los barrios se instaló el temor por la creciente inseguridad, se teme una nueva emigración masiva de jóvenes, suben los precios y tarifas, se extiende la pobreza que alcanza ya a la mitad de los 3,4 millones de habitantes. Puede verse, en el cuerpo y en las calles, sangrar las viejas heridas nunca curadas.

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