Columna

Música en la calle

En una de estas frescas noches de la bonanza climática madrileña que ya nos augurara nuestro ínclito y nunca bien denostado alcalde Álvarez, cerca de esa medianoche que la ley nos marca para volvernos inaudibles y casi clandestinos, escuchaba yo el Bodily functions de Herbert, ese gran músico que, así como pasa por el Sónar de Barcelona, hace mutis por el Foro y no viene, claro, a los Veranos del Villorrio 2002, cuando subió a mi casa, en pijama, el vecino del primer piso, del tal guisa que más bien parecía un Paco Martínez Soria tratado con esa hormona del crecimiento que por lo visto ...

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En una de estas frescas noches de la bonanza climática madrileña que ya nos augurara nuestro ínclito y nunca bien denostado alcalde Álvarez, cerca de esa medianoche que la ley nos marca para volvernos inaudibles y casi clandestinos, escuchaba yo el Bodily functions de Herbert, ese gran músico que, así como pasa por el Sónar de Barcelona, hace mutis por el Foro y no viene, claro, a los Veranos del Villorrio 2002, cuando subió a mi casa, en pijama, el vecino del primer piso, del tal guisa que más bien parecía un Paco Martínez Soria tratado con esa hormona del crecimiento que por lo visto hace hoy furor entre los Dorian Greys de los Estados Unidos de América. La famosa hormona del crecimiento, que promete a quien la ingiera un rejuvenecimiento de quince años en apenas seis meses de tratamiento, había hecho un efecto asombroso en mi vecino, cuya apariencia física no pasa de los cincuenta aunque su edad mental roza el siglo, pero no así en su pijama, uno de esos de rayas desvaídas propios del desarrollismo de El abuelo y uno más. El caso es que mi vecino, que subía cuatro pisos sin ascensor sólo para protestar, se refirió al exquisito disco de Herbert como 'ese estruendo incomprensible'. 'Disculpa, ¿te molesta la música?', le contesté con toda la simpatía de la que me siento capaz en su presencia. 'Ese estruendo incomprensible', insistió el del pijama de Martínez Soria. Lo recuerdo ahora que las autoridades han calificado como ruido la música que no comprenden. Las autoridades del distrito Centro.

Resulta que el concejal-presidente Carlos Martínez Serrano, del PP, ha decidido prohibir a los locales de copas la instalación de altavoces en las calles durante las fiestas de la Paloma, san Cayetano y san Lorenzo, y los bares han amenazado, en tal caso, con cerrar durante esas fechas. Yo no sé dónde vivirá el señor Martínez Serrano, y con qué clase de coros y danzas amenizará las fiestas en su barrio, pero me temo que en las zonas de Lavapiés y Latina a la gente le gusta divertirse y celebrar sus festejos con música en las calles. Que conste que a mí, particularmente, no, porque a mí, particularmente, ni siquiera me gustan las fiestas populares. Pero la medida del concejal es una muestra más del rancio estilo de nuestros gobernantes, que va en contra de los afanes vecinales: 'El Ayuntamiento de Madrid quiere imponer un nuevo estilo de fiestas', denuncia uno de los carteles que los propietarios de los bares han hecho para protestar por la medida, pues da la casualidad de que a los feriantes que instalan provisionalmente sus puestos sí se les permitirá poner música, lo que resulta económicamente sospechoso. Lo más gracioso es que Martínez (Serrano, no Soria) les ha propuesto contratar entre todos a una charanga. A mí esta aliterativa palabra me daría mucha risa si no me diera repelús y dolor de cabeza, pues hasta su propio nombre lo indica: ¿se puede imaginar algo más ruidoso que una charanga? Los dueños de los bares del distrito Centro han calificado la propuesta de 'claramente insatisfactoria', con ese lenguaje eufemístico y propio de las actas que también es muy gracioso. 'Claramente insatisfactorio' encierra, en dos palabras, toda una educación sentimental que incluye exabruptos y una suerte de crítica musical.

Tampoco podrán tocar en la calle músicos de los que habitualmente interpretan en el metro o los pasos subterráneos de Madrid. Hace unos meses, junto a mis colegas periodistas Pepe Rubio y Sergio Castro, conocí en el pasillo de Banco de España a Abel Ydrogo, un violinista peruano que empezó a tocar en la calle para ayudarse en sus estudios. Le costó salir ('el primer día lo pasas fatal, no quieres que te confundan con un mendigo'), pero descubrió una experiencia fantástica ('tiene algo que engancha, la reacción de la gente es directa, cuando empecé no tenía la seguridad suficiente para tocar en una orquesta y en la calle la encontré'). Nos contó que una señora se le había acercado en el metro para decirle que aquello era el 'submundo', y él le dijo que 'hay un rollo buenísimo entre los que tocan y la gente que pasa'. Ese rollo buenísimo, que el Ayuntamiento debería contratar para aliviar nuestras esquinas de sus desmanes, es el que, ni en fiestas (de las que no me gustan), apoya el concejal del PP. ¿Habrá recibido a los de los bares en pijama de rayas Martínez Soria? ¿Por qué los madrileños no votan a políticos menos casposos?

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