Editorial:

La verja de Sharon

No hay nada que muestre mejor el fracaso de la política de represión israelí contra los atentados suicidas que el inicio de los trabajos de construcción de una verja de 110 kilómetros -a millón de dólares el kilómetro- para separar a Israel de los territorios palestinos con el fin de impermeabilizar el país contra el terror. Y no es que la verja sea íntrinsecamente mala; si se hubiera alcanzado un acuerdo de paz para la división del territorio, Israel sería hoy muy libre de añadir precauciones amuralladas a su desconfianza de cualquier promesa palestina; pero es que, al contrario, el muro es e...

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No hay nada que muestre mejor el fracaso de la política de represión israelí contra los atentados suicidas que el inicio de los trabajos de construcción de una verja de 110 kilómetros -a millón de dólares el kilómetro- para separar a Israel de los territorios palestinos con el fin de impermeabilizar el país contra el terror. Y no es que la verja sea íntrinsecamente mala; si se hubiera alcanzado un acuerdo de paz para la división del territorio, Israel sería hoy muy libre de añadir precauciones amuralladas a su desconfianza de cualquier promesa palestina; pero es que, al contrario, el muro es el corolario de las recientes declaraciones del primer ministro, Ariel Sharon, según las cuales, 'no ha llegado el momento para un Estado palestino'. Y si de él depende, habrá que esperar sentados. Peor aún, si esa verja recorriera fielmente la frontera entre Israel y los territorios conquistados en 1967 no prejuzgaría ningún acuerdo, pero, de seguro, no va a dejar de englobar lo que le plazca de tierra palestina, remachando otro clavo en el ataúd de la paz.

Y la paradoja final es que tanto los palestinos como los colonos israelíes ultras se sublevan contra la verja divisoria. Los primeros, porque temen anexiones de hecho a lo largo de su trazado o, como el presidente Arafat, la ven como un tipo de apartheid; los segundos, porque el muro divide en algunos puntos los asentamientos, separando a esa avanzadilla ultra de sus posiciones de retaguardia.

Sharon, con la audacia que le caracteriza, reclama al presidente Bush, que lleva una temporada asegurando que va a dar conocer su posición definitiva sobre el conflicto, que no vaya demasiado lejos en sus propuestas porque él cree que todavía es posible ahogar con la ayuda de una pared la amenaza de los terroristas palestinos.

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Las circunstancias hacen que la iniciativa de Jerusalén sea hoy un elemento retardatario más para cualquier planteamiento negociador. Y si algo puede afirmarse con certeza en esta prolija historia es que Yasir Arafat, aunque sea con las aviesas intenciones que algunos le suponen, está dispuesto a hablar de paz, entre otras cosas, porque ya no tiene mucho que perder; mientras que Sharon no quiere conversar de ello ni con su espejo porque cree que aún puede encontrar la paz por el camino de la guerra. Y el presidente Bush no parece capaz de sacarle de su error.

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