Tribuna:

Mi historia con Dora Maar

'Mme Maar, yo no quiero hablar de Picasso, quiero hablar de usted. Creo que es una gran fotógrafa y que su obra no está suficientemente valorada ni estudiada. Quisiera hacer una exposición sobre su trabajo'. Esta conversación se producía en una fría mañada de febrero de l994, en París, y su teléfono me lo había dado Marcel Fleiss, un marchante especializado en surrealismo. 'Se lo doy, pero le colgará el teléfono como a todo el mundo', me dijo Fleiss. Y ahí estaba ella, ni muerta ni loca, como todos creían, al otro lado del hilo, con su famosa voz gutural, firme y elegante a la vez. Para mi sor...

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'Mme Maar, yo no quiero hablar de Picasso, quiero hablar de usted. Creo que es una gran fotógrafa y que su obra no está suficientemente valorada ni estudiada. Quisiera hacer una exposición sobre su trabajo'. Esta conversación se producía en una fría mañada de febrero de l994, en París, y su teléfono me lo había dado Marcel Fleiss, un marchante especializado en surrealismo. 'Se lo doy, pero le colgará el teléfono como a todo el mundo', me dijo Fleiss. Y ahí estaba ella, ni muerta ni loca, como todos creían, al otro lado del hilo, con su famosa voz gutural, firme y elegante a la vez. Para mi sorpresa, no sólo no me colgó, sino que convinimos, ella y yo, otras citas telefónicas posteriores. Yo estaba en vilo los días anteriores a su convocatoria, y el día señalado me levantaba a las seis de la mañana y me tomaba tres cafés para estar despierta al llamarla a las ocho. Como toda la gente mayor, Dora dormía poco, y se aburría bastante. Acabamos hablando extensamente de sus fotografías en donde ella muestra magistralmente su gusto exclusivo por lo extraño y lo deforme, como sucede en su Ubu, un feto de armadillo retratado en l936, o en su Mendigo ciego, encontrado en los aledaños de la Boqueria en la Barcelona de l934.

Dora Maar fue una amante entregada de Picasso y a la vez una gran fotógrafa

Dora Maar estaba intrigada por mi vida privada, que yo callaba celosamente. En aquellas épocas yo vivía en París con un personaje célebre y público, anarquista convencido, protagonista del Mayo del 68 y notorio erotómano. No me parecía apropiado hacer confidencias a una persona que había pasado de ser una activista radical en los años treinta a ser una ferviente católica que ya nada tenía que decirse 'con los surrealistas de izquierda'. Pero acabamos incluso hablando, como se habla 'entre mujeres', y también de Picasso, de quien me dijo que 'como todos los españoles, era anarquista y creyente' y que 'se apropiaba generosamente de sus derechos'.

La exposición que ahora acabamos de inaugurar en Tecla Sala pretende restituir el lugar que ocupa Dora Maar en el terreno de la fotografía francesa de los años treinta, y valorar muy especialmente su brillante participación en el surrealismo. Frente al cliché de la víctima desolada tras el abandono de Picasso, yo aspiraba sobre todo a dar la imagen de la gran dama que ella fue, una mujer sumamente inteligente, emancipada, con ideas políticas propias y amante de hombres tan brillantes intelectualmente como el cineasta Louis Chavance, el poeta Georges Hugnet y el filósofo y revolucionario Georges Bataille.

Por un extraordinario y rocambolesco azar que ahora no viene al caso explicar, pude consultar su correspondencia amorosa con Picasso. Su entrega al genio era total, y sus ataques de celos, totalmente fundados, le causaban un gran sentimiento de culpa. Ella le prometía que haría todo lo que él quisiera y le manifestaba incluso su temor a perderlo. Por su parte, Picasso le enviaba en esta primera época mensajes amorosos, dibujos y poemas automáticos.Y sobre todo, la inmortalizaba en sus lienzos. Es sumamente gratificante ser la musa de un artista; sea o no sea finalmente cierto, a las mujeres nos parece una prueba de amor; en todo caso, el nivel de mirada deseante en dibujos como Adora (l938), en el que la bella croata está vestida tan sólo con un collar y con las piernas abiertas en una postura de satisfecho ofrecimiento, no dejan ninguna duda sobre el interés sexual que ella despertaba en Picasso. Seguramente más tarde el pintor se debió cansar para pasar a otros sexos (sin olvidar nunca el de su anterior amante, Marie Thérèse Walter), mientras Dora seguía apasionadamente disponible y, en consecuencia, desesperada. Sus diarios íntimos traducen, en efecto, la soledad y la frustración de este nuevo estado.

Sin embargo, ella era aún una modelo privilegiada del artista, sólo que ahora con un rostro atravesado por aristas, sin duda metáfora de su atormentado espíritu, o bien violentamente dislocado, cada vez más cercano al de un animal.

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La historia amorosa de Dora Maar tenía tantas concomitancias con la mía que me quedé literalmente bloqueada, sin poder escribir ni una línea (tan sólo acumulando información y un gran sentimiento de estupor) durante varios años. Entre tanto ella murió y yo fui hilvanando, lenta y penosamente, los hilos de esta historia: un ejemplo más de estas mujeres fuertes y con talento, y sin embargo dependientes de sus geniales parejas. Frida Kahlo y Diego Rivera; Lee Miller y Man Ray, Jacqueline Lamba y André Breton... Libres e independientes, sucumbieron sin embargo al aura, tan exaltante como devoradora, de sus gloriosos amantes.

Victoria Combalía es crítica de arte.

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