Columna

Propuestas varias

En varias galerías de arte bilbaínas se pueden encontrar por estos días exposiciones de indudable interés. En la galería Juan Manuel Lumbreras, Eduardo Gruber (Santander, 1949) muestra un nutrido surtido de pinturas de variados formatos. En el arranque de esas obras se busca un escenario impositivo creado por un fondo rudo y escueto de manchas informales, pero con el cuidado especial de permitir que sean las líneas del dibujo las verdaderas protagonistas de los cuadros y las grandes captadoras de atención de los espectadores. La controlada regularización de espacios en blanco -o bien de...

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En varias galerías de arte bilbaínas se pueden encontrar por estos días exposiciones de indudable interés. En la galería Juan Manuel Lumbreras, Eduardo Gruber (Santander, 1949) muestra un nutrido surtido de pinturas de variados formatos. En el arranque de esas obras se busca un escenario impositivo creado por un fondo rudo y escueto de manchas informales, pero con el cuidado especial de permitir que sean las líneas del dibujo las verdaderas protagonistas de los cuadros y las grandes captadoras de atención de los espectadores. La controlada regularización de espacios en blanco -o bien dejados sin tocar apriorísticamente en los lienzos o a través de collages- ejerce una función liberadora de aire gozoso. Aires gozosos y blancos, donde una grafía reticular y aspada desarrolla sobre ellos un vaivén de temblores y fulgores de sutilísima poesía visual. Lo que parece azaroso está impregnado de un control sabio de lo más atractivo.

En esa misma galería, pero en su planta baja, se muestran unos aguafuertes, varias serigrafías y dos tablas de Pepe Ortega (Ciudad Real, 1921- París, 1990). Son obras dolientes, de raíces republicanas e influencias picassianas.

Una vez más, vuelve a la galería Ederti Alfredo Alcaín (Madrid, 1936), a quien se ha descrito como 'uno de los escasos representantes de un Pop Art genuinamente español'. Este artista presenta alrededor de una docena de bodegones, seis collages y tres esculturas. Destacan los bodegones por su variedad dentro de lo que, a primera vista, parecen meras repeticiones. Aunque los trazos sintácticos que delimitan el dibujo de los bodegones sean en esencia iguales, es el juego que habita en las sombras y luces de los objetos de cada bodegón, más los bordes próximos a las líneas, lo que los distingue a unos y otros. La factura de los collages, está bien hecha, pese a que no aporta nada nuevo. Las esculturas, laboradas con diminutos trozos astillados de maderas, se dejan ver con gusto por la sala.

El veterano e incansable artista Antonio Lorenzo (Madrid, 1922) ofrece en la galería Aritza un vasto racimo de collages, trabajados con cartulinas de colores. Sin dejar de permanecer fiel a su visión particular del arte, la introducción de los collages le ha llevado a acercarse, en cierta manera, a los mundos de dos artistas como Kandinsky, muy en especial, y Ben Nicholson. A veces las cartulinas se presentan tal cual y otras veces son manchadas y manipuladas por determinados trazos gestuales. Estamos ante el arte de recortar papeles, conducente al encuentro de un lirismo cósmico. A una actividad lúdica mediante la colocación de recortes de cartulinas de tamaños diversos repartidos por un espacio bidimensional. La función de los recortes, en los que se utiliza papel de lija, consiste en representar lo que llamaríamos elemento matérico.

El pintor guipuzcoano Ricardo Azkargorta (Bergara, 1958) deja en el ámbito de la galería Berta Belaza unos cuantos acrílicos en forma de paisajes. Son unos paisajes más o menos reales, más o menos entrevistos. En casi todos sus cuadros conviven dos o más realidades pictóricas. Si por un lado aparece la imagen de un paisaje abundante de hierba, maleza y flora, a su lado se muestran fragmentos netos de líneas y manchas que son puras abstracciones. Surge la dualidad, mas es una dualidad que acaba por no serlo del todo. Pero no sólo eso, sino que al final las dos corrientes, abstracción y naturaleza, concluyen felizmente abrazadas en plenitud armoniosa. Sin duda, uno de los valores que contribuyen a dar calidad a estas obras reside en la buena cocina que atesora Ricardo Azkargorta en sus manos. La introducción de líneas estructurales de edificios y pasajes de autopistas trazados con artificiosos puntos de fuga resultan quizá sobradamente evidentes. Va mejor cuando utiliza la intención discreta de sugerir para hacer soñar.

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