Editorial:

Mundo envejecido

La imagen clásica de la vejez se ha quedado vieja. Muchos siguen teniendo en la cabeza los vetustos clichés de jubilados llenos de achaques y con una capacidad física y mental drásticamente disminuida. Pero ya no es así: a los 60 o 65 años queda mucha vida por delante, que puede ser disfrutada por el individuo que la posee y aprovechada por el resto de la sociedad. Que el 17,1% de los españoles supere la barrera de los 65 años es un logro cultural, social, sanitario y económico que, sin embargo, puede convertirse en problema si no asimilamos su significado profundo.

La II Asamblea Mundi...

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La imagen clásica de la vejez se ha quedado vieja. Muchos siguen teniendo en la cabeza los vetustos clichés de jubilados llenos de achaques y con una capacidad física y mental drásticamente disminuida. Pero ya no es así: a los 60 o 65 años queda mucha vida por delante, que puede ser disfrutada por el individuo que la posee y aprovechada por el resto de la sociedad. Que el 17,1% de los españoles supere la barrera de los 65 años es un logro cultural, social, sanitario y económico que, sin embargo, puede convertirse en problema si no asimilamos su significado profundo.

La II Asamblea Mundial del Envejecimiento, que se celebra en Madrid durante la presente semana, dedicará sus trabajos a analizar el fenómeno social de mayor trascendencia en este principio de siglo. El mundo envejece y envejecerá de manera aún más acelerada en las próximas décadas. Europa es donde esa aceleración se prevé mayor. Y dentro de Europa es España el país que las estadísticas y los pronósticos de Naciones Unidas sitúan en cabeza. El cambio demográfico en la España de las últimas décadas es espectacular: el porcentaje de personas de más de 65 años era el 9,7% en 1971 y se sitúa en el 17,1% en la actualidad, lo que supone su casi duplicación en 30 años. A la inversa, el porcentaje de menores de 15 años era del 27,8% en 1971 y en la actualidad se ha reducido al 14,57%, aproximadamente la mitad. En la década de los setenta, la tasa española de fecundidad era la mayor de Europa, sólo por debajo de Irlanda. Hoy es la menor.

Los demógrafos coinciden en señalar que esta reducción extrema del número de nacimientos, fruto de la incorporación de la mujer al trabajo y de la superación de algunos prejuicios ancestrales, es algo que va a marcar a la población española durante el próximo medio siglo. La relación entre la población potencialmente activa y los mayores de 65 años es actualmemnte de 4 a 1, pero las proyecciones hacia el año 2050 la reducen a un escaso 2 a 1. Cambios tan profundos deben ser abordados cuanto antes para minimizar sus aspectos negativos. Obviamente, se han de estudiar los mecanismos que garanticen las pensiones a los futuros jubilados. El Pacto de Toledo fue un primer paso en ese sentido. Pero al menos otros dos son igualmente tan importantes que incluso podrían llegar a cambiar esas proyecciones: la fecundidad y la inmigración.

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Promover la fecundidad supone poner en marcha ayudas familiares efectivas, medidas reales que hagan compatibles la vida familiar y laboral, mecanismos que faciliten el acceso a la vivienda, un plan de escuelas infantiles (mal llamadas guarderías) digno de tal nombre. A pesar de que la caída de la fecundidad en España es la mayor de Europa, la inversión en ayudas a la familia es la menor de la UE. De otro lado, aprovechar el enorme potencial social y económico de la inmigración supone poner en marcha políticas de acogida bien planeadas en lugar de mecanismos de contención meramente policiales.

La asamblea de Naciones Unidas que hoy se inicia propondrá 'nuevas formas de jubilación flexible y voluntaria' ante la evidencia de que la reducción del porcentaje de personas menores de 65 años va a hacer insostenible el mantenimiento de la situación actual. Es un tema a abordar con valentía, pero no aisladamente. Y desde luego, siempre desde el respeto hacia los mayores, un sector de la población al que aún se mira más con piedad que como ciudadanos con todos los derechos. Y eso debe cambiar.

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