Tribuna:DEBATE

Un contrato Norte-Sur

El Viejo Continente le hace cada vez más honor a su nombre. Hoy en día, la población de 60 años o más representa por lo menos el 20% de la población total en casi todos los países de la Unión Europea; en el 2050 se ubicará muy por encima del 30% y en algunos países como Italia, España y Austria probablemente superará el 40%. En Europa del Este y Asia Oriental la situación es parecida. Este envejecimiento hará que suban las cotizaciones al régimen de pensiones, aumente la edad de jubilación y se empeore la relación entre pensiones y salarios, y ni una mayor productividad ni cambios en los siste...

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El Viejo Continente le hace cada vez más honor a su nombre. Hoy en día, la población de 60 años o más representa por lo menos el 20% de la población total en casi todos los países de la Unión Europea; en el 2050 se ubicará muy por encima del 30% y en algunos países como Italia, España y Austria probablemente superará el 40%. En Europa del Este y Asia Oriental la situación es parecida. Este envejecimiento hará que suban las cotizaciones al régimen de pensiones, aumente la edad de jubilación y se empeore la relación entre pensiones y salarios, y ni una mayor productividad ni cambios en los sistemas de financiamiento podrán evitarlo.

Todos los sistemas de previsión para la vejez se basan de alguna forma en un contrato intergeneracional. Su concepto básico es que la generación económicamente activa produce no sólo lo que ella consume, sino también lo que consumen las generaciones pasivas de los viejos y los jóvenes. Cuando el porcentaje de las personas activas en la población total baja significativamente, la distribución de la riqueza nacional se hace más difícil. En Europa ya estamos en esta situación, la cual se agravará paulatinamente. Pero miremos más allá de nuestras fronteras. La población mundial en conjunto envejece mucho más lentamente que la europea; entonces, ¿por qué no pensar en un contrato intergeneracional internacional entre productores jóvenes y consumidores viejos?

La primera opción, a menudo propuesta, es la de reunir geográficamente -dentro del marco de una migración masiva hacia los centros europeos- a los consumidores viejos europeos y a la población joven productora de África, Asia y América Latina. Sin embargo, para que tenga un efecto económico significativo, la magnitud de los flujos migratorios tendría que ser tan alta que ninguna sociedad europea soportaría las consecuencias. Otra solución sería vincular económicamente el consumo europeo a la producción de los países 'jóvenes', sin reunir físicamente a sus poblaciones. Esto significaría que la población vieja de Europa consumiría buena parte de lo producido en aquellos países. Pero aquí surgen preguntas: ¿por qué van a entregar estos pueblos parte de su producto nacional al Viejo Continente? Además, ¿estarán en condiciones de producir lo suficiente como para satisfacer las demanda de los pensionados europeos?

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Primero hay que señalar que un superávit comercial es bastante común y con frecuencia ha sido una meta de la política económica (por ejemplo, en Alemania y Japón de la posguerra). El comercio internacional entre los países del Norte y del Sur, normalmente, presenta un superávit para los primeros y un déficit comercial para los segundos. Este déficit les brinda a estos últimos posibilidades de inversión y consumo más allá de sus propias capacidades económicas. La contraparte financiera del déficit comercial son deudas externas y la venta de activos nacionales al extranjero. Así se les concede a los países exportadores derechos sobre parte de la producción nacional futura.

Con el futuro envejecimiento, cuando la población mayor de los países industrializados se vea obligada a movilizar sus ahorros para financiar su consumo, los países industrializados venderán los derechos e inversiones adquiridos en el extranjero. Esto conviene de nuevo a los países menos desarrollados, que habrán alcanzado -es la esperanza- economías fuertes y competitivas y estarán en condiciones de sostener un superávit comercial, lo que les permitirá reducir sus deudas y recuperar el patrimonio antes vendido a los países desarrollados.

Esta secuencia podría ser útil para la previsión del envejecimiento en los países industrializados, sobre todo si la política de los fondos de pensiones hace énfasis en inversiones que generen y fortalezcan una economía competitiva en los países jóvenes. Desafortunadamente, los países que por su potencial demográfico serían candidatos para ser incluidos en este esquema, son países que actualmente no son atractivos para la inversión. Están situados en el sur y occidente de Asia, en África y parte de América Latina, donde la dinámica económica es baja y, en algunos casos, la situación política es difícil. En cambio, las áreas más dinámicas de la economía mundial, aquellas que atraen la mayor parte de la inversión extranjera, ya han entrado ellas mismas en el proceso de envejecimiento.

El reto y el mensaje son claros: apoyar al Sur en sus esfuerzos por lograr un desarrollo dinámico y sostenible ya no es sólo una cuestión de solidaridad y justicia social, sino de beneficio propio para los países industrializados. Si el Viejo Continente no logra incluir a los 'países jóvenes' en un contrato intergeneracional internacional, le será muy difícil enfrentar los problemas del envejecimiento social.

Alfred Pfaller y Lothar Witte trabajan en la Unidad de Análisis de Política Internacional de la Fundación Ebert. Este artículo es una versión revisada del publicado en el Neue Züricher Zeitung.

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