Columna

La anti-antiglobalización

Después de habernos mostrado lo que significa ser un buen patriota, nuestro presidente del Gobierno nos acaba de presentar su versión de lo que es un buen demócrata. Buen demócrata es aquel que, además de afirmar lo existente como lo único posible, hace lo que interesa al Gobierno de turno. Sobre todo cuando toca puesta de largo europea y lucimiento personal. Y lo mismo que en el País Vasco no tiene ningún empacho en marcar el 'camino único' que deben seguir los 'demócratas', ahora hace lo propio respecto de la cumbre de Barcelona. En ambos casos recurre, además, a una estrategia que le...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Después de habernos mostrado lo que significa ser un buen patriota, nuestro presidente del Gobierno nos acaba de presentar su versión de lo que es un buen demócrata. Buen demócrata es aquel que, además de afirmar lo existente como lo único posible, hace lo que interesa al Gobierno de turno. Sobre todo cuando toca puesta de largo europea y lucimiento personal. Y lo mismo que en el País Vasco no tiene ningún empacho en marcar el 'camino único' que deben seguir los 'demócratas', ahora hace lo propio respecto de la cumbre de Barcelona. En ambos casos recurre, además, a una estrategia que le ha dado siempre un resultado innegable y que se puede resumir en la fórmula siguiente: quien no hace lo que yo digo está haciendo el juego a los violentos.

Tras mostrarnos lo que debe ser un buen patriota, Aznar nos presenta ahora lo que es un buen demócrata

En el País Vasco la cosa es, ciertamente, bastante más compleja, pero en el tema de Barcelona han tocado hueso. Aunque sólo se trate de una declaración pública, cualquier demócrata sensato debería sentirse indignado por tamaña restricción fáctica de un derecho fundamental como es el de manifestación. También por el olímpico desdén que comporta para toda posición política que suponga un cuestionamiento mínimo del status quo. El problema de fondo no es Batasuna, desde luego, que no sólo desfila en otra manifestación y bajo consignas distintas a las de los integrantes del Foro Social Europeo. La finalidad buscada no es otra que persistir en la estrategia de demonización de la oposición que viene persiguiendo el PP a medida que se van aproximando las elecciones. Parece como si Aznar no tuviera excesiva confianza en su heredero y quisiera dejarle el legado de una contienda electoral sin auténtico adversario. En el fondo denota, sin embargo, algo que es todavía más preocupante: una incomprensión total del mecanismo básico a través del cual funciona la democracia. Y, a su debido tiempo, esta torpeza puede volverse como un bumerán contra el PP.

La democracia es, en efecto, indisociable de la distinción entre Gobierno y oposición. Sin ella no se podría acceder a una visión plural y diferenciada de la realidad. La función de la oposición consiste, precisamente, en ser siempre capaz de ofrecer opciones y visiones del mundo distintas de aquéllas abrazadas o sostenidas por el Gobierno. Y en tratar de ganar el mayor número de adeptos que se sientan atraídos por ellas. El Gobierno, por su parte, debe esforzarse por mostrar la preferibilidad de las suyas. Pero ni unos ni otros pueden caer en la trampa de presentar al adversario como indigno de ser elegido. Ello equivaldría a negar el código mismo del sistema democrático, pues equivale a cegar la teórica posibilidad que tienen los ciudadanos para elegir entre auténticas alternativas.

La reacción frente a una política democrática que se reproduce a sí misma sin ofrecer auténticas alternativas a lo dado es uno de los factores que ha alimentado la aparición de los movimientos de la mal llamada 'antiglobalización'. Gran parte del activismo político se ha refugiado así en los nuevos movimientos sociales, las ONG u otras formas de expresión 'no institucional' de las inquietudes políticas. Y muestra bien a las claras cómo la relación entre Gobierno y oposición dentro del sistema político ha sido superpuesta por otra distinta: la relación entre éste y su oposición de fuera del mismo.

Nos ha obligado a tomar conciencia también de la apabullante unidimensionalidad del discurso político al uso. De ahí, precisamente, que haya que dar la bienvenida a que un sector del 'sistema' -los partidos de izquierda y los sindicatos, al menos- comience a ser permeable a todo ese conjunto de demandas que abogan por un mundo distinto. ¿Qué hay de indigno en que se pueda producir dicho acercamiento o en que la izquierda vuelva a reclamar la herencia que fue siempre suya: abogar por una efectiva transformación del mundo? No parece sensato hurtarle esa posibilidad por el hecho de poseer 'representantes' a uno u otro lado de los lindes físicos marcados por la línea policial de Barcelona. Hay muchas formas de acceder al mismo fin.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Sobre la firma

Archivado En