Crítica:LOS NUEVOS

Literatura civil

LA ATMÓSFERA de cinismo y cambalache que, de un modo ya endémico, rodea a los más sonados premios literarios de este país, hace que paguen justos por pecadores y que demasiado a menudo sean metidos en el mismo saco los llamados premios comerciales, impulsados generalmente por un determinado sello editorial, aquellos otros que, con intereses menos venales, y en una atmósfera mucho más proba y discreta, promueven todo tipo de instituciones más o menos públicas.

No es éste el lugar para profundizar en esta distinción, pero sí el de reparar en ella para consignar la naturaleza tan distinta ...

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LA ATMÓSFERA de cinismo y cambalache que, de un modo ya endémico, rodea a los más sonados premios literarios de este país, hace que paguen justos por pecadores y que demasiado a menudo sean metidos en el mismo saco los llamados premios comerciales, impulsados generalmente por un determinado sello editorial, aquellos otros que, con intereses menos venales, y en una atmósfera mucho más proba y discreta, promueven todo tipo de instituciones más o menos públicas.

No es éste el lugar para profundizar en esta distinción, pero sí el de reparar en ella para consignar la naturaleza tan distinta tanto de los procedimientos como de los resultados de unos premios y otros. Creados por motivos de política cultural (generalmente campañas de promoción local), y sin ánimo de lucro (por mucho que estén a menudo muy bien dotados económicamente), dichos premios institucionales suelen contar con mecanismos de deliberación nada tendenciosos y con jurados que actúan con plena libertad e independencia. En cuanto a los textos premiados (y aquí se habla de los galardones concedidos a originales inéditos), suelen circular, en su mayoría, de forma semiclandestina, publicados bien por la propia institución, bien por alguna casa editora de distribución más bien azarosa. Si se echaran las cuentas, el número total de publicaciones promovidas por esta vía resultaría sin duda sorprendente. Sobre su incidencia real en el sistema literario de este país no cabe hacerse ilusiones: es prácticamente nula. Pero, antes de encontrar en ello razones para la denuncia, la desesperación o la queja de lo que sea, conviene reparar, sin condescendencia ninguna, en un factor positivo de todo este tinglado: su contribución a la existencia y el fomento de lo que podría ser considerado, un tanto pomposamente, qué se le va a hacer, como el 'tejido civil' de la institución literaria propiamente dicha. Lo que quiere decirse es que estos premios sirven en definitiva de cauce por el que, fuera de los circuitos comerciales, se cumple -peregrinamente, si se quiere- la legítima demanda de muchos ciudadanos, escritores o no de profesión, de publicar, de ser leídos siquiera por unos pocos, y de probar acaso una vía de acceso a esa feria de las vanidades en que se compra y vende la literatura.

Silencio en Belvalle

Jesús de las Heras. Diputación Provincial de Cuenca. Cuenca, 2001. 286 páginas. 9 euros.

No suelen darse, entre los textos distinguidos por las instituciones públicas, sorpresas ni revelaciones, pero sí una cierta calidad media que en no pocos casos resiste la comparación con productos editoriales de mayor circulación. Así ocurre, en muy distintos grados y formas, con las cuatro novelas que a continuación se reseñan, todas ellas las primeras que sus autores publican.

Silencio en el valle, de Jesús de las Heras (Cuenca, 1943), obtuvo el Premio Alfonso VIII de Novela 2001, que concede la Diputación Provincial de Cuenca. La novela narra en clave detectivesca, y con un estilo a la vez sincopado y redicho, infestado de exasperantes circunloquios, las pesquisas mediante las que su protagonista, un investigador económico metido por azar en asuntos criminales, consigue despejar el rocambolesco enigma en que le introduce una mujer supuestamente amenazada por su marido.

El puente roto, de Sonia Mollá (Madrid, 1963), obtuvo el Premio de Novela Principado de Asturias 2001 que concede la Fundación Dolores Medio. Un formidable atasco producido por la rotura del puente de Los Remedios, en la ciudad brasileña de São Paulo, sirve a la narradora para trenzar, desde la perspectiva de un hombre aquejado de una dolencia mortal, y en trance por tanto de hacer un balance retrospectivo de su vida, el abigarrado tapiz de una compleja realidad social que se imbrica en la mente del protagonista a través del montaje, sobre la corriente de su conciencia, de las noticias de la radio y de lo que va ocurriendo a otros conductores atrapados en las mismas circunstancias.

Siempre llueve en Santa Urgosia, de José María Royo (Madrid, 1950), quedó finalista del XXXII Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro 2001. Se trata aquí de un relato escrito en clave de realismo mágico, con saludable sorna y con maneras antiguas. Santa Urgosia es una fabulosa localidad cantábrica donde el prodigio de un hombre demediado que sobrevive pronunciando oráculos desata toda suerte de supersticiones y supercherías, con las que se las ven un juez y un médico destinados en el lugar.

Exquisito cadáver, de Rafael Acevedo (Puerto Rico) obtuvo una primera mención en el Premio Casa de las Américas 2001. Con seco lirismo, no exento de amaneramiento, y con un ritmo cortante y sentencioso, se urde aquí una sofisticada y a momentos atractiva fantasía futurista que recuerda inevitablemente -y deliberadamente, sin duda- a Blade Runner, y que como su modelo endereza una embrollada reflexión metafísica envuelta en un lenguaje oscuro y brillante a la vez, lleno de plasticidad y de carga simbólica.

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