Columna

Mineros

'La columna minera descendió confiada por la Cuesta del Caracol Los guardias civiles comenzaron a ametrallar. Los camiones cargados de dinamita saltaron por los aires entre infernales explosiones. Sevilla entera oyó sobrecogida las explosiones La Pañoleta. Los sublevados respiraron aliviados, mientras en los barrios obreros cundía la desazón'. Ocurrió el 19 de julio del año fatídico y así lo describe Ortiz Villalba en Sevilla, 1936, con escalofriante precisión. Es verosímil que si la columna minera, enviada por el Gobierno de la República contra los sublevados, hubiera estado menos conf...

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'La columna minera descendió confiada por la Cuesta del Caracol Los guardias civiles comenzaron a ametrallar. Los camiones cargados de dinamita saltaron por los aires entre infernales explosiones. Sevilla entera oyó sobrecogida las explosiones La Pañoleta. Los sublevados respiraron aliviados, mientras en los barrios obreros cundía la desazón'. Ocurrió el 19 de julio del año fatídico y así lo describe Ortiz Villalba en Sevilla, 1936, con escalofriante precisión. Es verosímil que si la columna minera, enviada por el Gobierno de la República contra los sublevados, hubiera estado menos confiada, el signo de la Guerra Civil habría sido otro. Desde entonces, otro signo, el de toda la cuenca, entró en franco declive. Del colonialismo inglés se pasó casi sin transición a las ínfulas autárquicas del INI, Plan Huelva, años 50, derrotado desde dentro por la propia burocracia del Régimen, además de por un mercado exterior de los metales mangoneado por los norteamericanos, con la inestimable ayuda de los caciques chilenos. Eran los primeros pasos de la globalización, hermoso eufemismo. Desde entonces también las minas de pirita de todo el mundo constituyen un sistema de vasos comunicantes del dolor y de la explotación del hombre por el lobo.

Con esos antecedentes, nada halagüeños, llegamos al día de hoy. En el aire 1.500 empleos de un grupo de seis explotaciones (Tharsis, Calañas, Cala; en total 16 pueblos afectados), todas en suspensión de pagos y con deudas descomunales. Sobre ellas, además, el síndrome Aznalcóllar, el desastre ambiental de abril de 1998, cuya reparación nos ha costado a todos más de 40.000 millones de pesetas, y que sólo ahora empieza a respirar. A la postre, sin embargo, ese mismo síndrome parece actuar como factor de raciocinio: no enterrar más dinero de los contribuyentes en empeños inútiles. Algo se aprende, por doloroso que sea. Cerrar una mina es cerrar un capítulo de la condición humana, pero seguir engordando al monstruo de las profundidades no resulta mejor. ¿Alternativas? La única que medio funciona (ha funcionado en Santana Motor y el Consejero Viera lo tiene muy claro): ayudar con dinero sólo a aquellas explotaciones que todavía tengan futuro; si no, jubilaciones anticipadas, empleo formativo para jóvenes y diversificación económica en la zona. Nuevas actividades, nuevas esperanzas. Ojalá ese despliegue incluya reforestar una dehesa que ya los romanos esquilmaron para la extracción de plata (fueron taladas alrededor de 600.000 encinas), y así romper el círculo maldito de una agricultura depauperada para producir mineros dóciles. Ya está bien.

El preacuerdo alcanzado el pasado día 27 ha permitido salvar la dignidad de unos mineros encerrados en el pozo de la desesperación. Ahora les toca a las dos administraciones cumplir lo pactado. Esperemos que Aznar no se equivoque, como se equivocó con los algodoneros. Y que esté bien aconsejado (cosa más difícil). Que no actúen los resabios históricos de la derecha contra los mineros de Huelva. Héroes anónimos de una épica sin literatura, tal vez por eso, por su larga inteligencia, curtida en los agujeros más hondos, han preferido

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