Columna

Jugadores en Euskadi

La aplicación de la teoría de los juegos al análisis político es relativamente reciente, pero sin ese nombre se encuentra ya en todas las construcciones teóricas que desde hace siglos intentan desentrañar la lógica de los comportamientos respecto del poder, tanto en el Arthasastra, del hindú Kautilya, como en los teóricos de la razón de Estado. La escena política puede ser imaginada como el tablero en que distintos jugadores desarrollan estrategias para maximizar sus beneficios y eliminar en lo posible las pérdidas en su pugna con el o los adversarios.

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La aplicación de la teoría de los juegos al análisis político es relativamente reciente, pero sin ese nombre se encuentra ya en todas las construcciones teóricas que desde hace siglos intentan desentrañar la lógica de los comportamientos respecto del poder, tanto en el Arthasastra, del hindú Kautilya, como en los teóricos de la razón de Estado. La escena política puede ser imaginada como el tablero en que distintos jugadores desarrollan estrategias para maximizar sus beneficios y eliminar en lo posible las pérdidas en su pugna con el o los adversarios.

No existe obstáculo alguno para que sea pertinente aplicar ese enfoque a la valoración del escenario de conflictos vasco en la actualidad, ya que no se trata de una simple pugna ideológica, respondiendo a intereses concretos que cuentan con más o menos apoyo social, sino de una complicada combinatoria de alianzas y enfrentamientos que además se desarrolla simultáneamente en dos tableros. Uno tiene como protagonista a un único jugador, ETA, que actúa con una iniciativa propia favoreciendo o perjudicando los comportamientos de su aliado doctrinal, el nacionalismo democrático, y golpeando de forma criminal a sus verdaderos adversarios, los partidos estatutistas, con el fín de expulsarles de las dos mesas de juego. La firma del Pacto Antiterrorista por los dos partidos afectados ha sido la respuesta política de ambos en esta trágica partida. La segunda mesa de juego esta lógicamente condicionada por la primera, aun cuando un sector de los jugadores, los nacionalistas democráticos, declaren actuar sin condicionamientos externos, persiguiendo bajo otro nombre, la 'soberanía', una finalidad próxima a la de ETA, con un punto de apoyo también cercano, el municipalismo de Udalbiltza; en tanto que hasta ahora los partidos estatutistas, a pesar de sus profundas diferencias de fondo, aplicaban a este tablero la proyección unitaria de la coalición antiterrorista.

Desde la sustitución de Redondo por Jáuregui esta estrategia se ha roto. La justificación reside en que para el PSE resultaba costosa una alianza dominada electoralmente por el PP y que además entraba en abierta contradicción con la pugna entre ambos partidos en el conjunto de España. En principio, el PSE obtendría así las ventajas derivadas de su actuación autónoma y, al acercarse al PNV, crearía un nuevo clima en la política vasca.

La reciente reunión de partidos democráticos convocada por Ibarretxe prueba, sin embargo, que esto último es lo único claramente positivo, pero el precio parece demasiado alto, ya que no se ha arrancado cambio alguno de fondo en PNV y EA. En cambio, aunque permanezca en la letra, el Pacto Antiterrorista ha pasado a ser inoperante en la política vasca, determinando incluso un empeoramiento de las relaciones entre los dos partidos sobre el tema a nivel estatal. Y si el antiterrorismo no es la prioridad política en Euskadi, ¿qué ocupa su vacío? Sin duda, un horizonte bastante confuso para un PSE que por sí solo no puede hacer nada y que al arrimo del nacionalismo únicamente sirve de refuerzo para una situación política que deja de ser complicada para el PNV, así como de aval para las futuras intenciones de éste. En lo primero, cambiar PP por PNV implícitamente de cara a las municipales puede arrastrar la pérdida de Álava, Vitoria y San Sebastián para el estatutismo, vaciado de contenido político, y la realización del sueño peneuvista de controlar municipios y provincias de Euskadi desde su minoría mayoritaria. A medio plazo, la danza india de Eguiguren en torno a la autodeterminación, rechazando ésta pero admitiendo lo que quiere el PNV, esto es, la consulta a la sociedad vasca sobre si desea dicha consulta autodeterminista, corre el riesgo de terminar en el visto bueno para algo escasamente democrático: la autodeterminación es inconstitucional, pero presentaba la ventaja de plantear al electorado una opción definida con resultados en principio claros. En cambio, la consulta sobre la consulta tiene un doble fín poco transparente, provocar el enfrentamiento con el Gobierno central que la rechazaría (apareciendo así como enemigo de la democracia) y hacer que intervenga el efecto-mayoría. La presunta autonomía pronacionalista del PSE sólo servirá así, si no consigue modificar en serio la estrategia del PNV, para garantizar la derrota de la pareja estatutista y de los valores que encarna, salvando a la banca que estaba contra las cuerdas.

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