Columna

Europas

Se ha organizado un revuelo desmedido en torno a la vicepresidencia que ocupa el presidente de la Generalitat en el Comité de las Regiones. Eduardo Zaplana será presidente del comité que aglutina a las regiones europeas en una segunda etapa. Sin embargo, este hecho no es especialmente relevante, si lo comparamos con la pérdida de sensibilidad europea que se percibe en la sociedad valenciana. Tenemos una certeza. Sabemos que la cumbre de Maastricht en 1997 perseguía adquirir talla suficiente ante las potencias económicas de Asia y América, pesar sobre los asuntos políticos del mundo y atraer ca...

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Se ha organizado un revuelo desmedido en torno a la vicepresidencia que ocupa el presidente de la Generalitat en el Comité de las Regiones. Eduardo Zaplana será presidente del comité que aglutina a las regiones europeas en una segunda etapa. Sin embargo, este hecho no es especialmente relevante, si lo comparamos con la pérdida de sensibilidad europea que se percibe en la sociedad valenciana. Tenemos una certeza. Sabemos que la cumbre de Maastricht en 1997 perseguía adquirir talla suficiente ante las potencias económicas de Asia y América, pesar sobre los asuntos políticos del mundo y atraer capitales y empleo.

La sociedad valenciana, los intelectuales, algunos políticos y los empresarios, han pagado con creces, cada uno en su moneda, el precio de un objetivo para conseguir que el proyecto europeo se desarrollara. El siguiente reto consistía en que la Comunidad Valenciana participara y promoviera el proceso de unificación europea. De esta manera se fortalecía la consolidación de la Comunidad Valenciana al trascender de lo particular y doméstico a la dimensión plurinacional. Europa está abocada a convertirse en una estructura federal, configurada como una de tantas uniones territoriales. Una de ellas sería, por supuesto, la alternativa de una 'unión federal europea', cuya solución evolucionaría hacia un conjunto de poder y de armonía social. Otra línea en paralelo sería el espacio europeo, a modo de mercado común sin integración política. Podrían también disolverse los restos de un continente en el gran mercado mundial. Es el triunfo de Norteamérica, de sus valores, y de sus productos. Sería ésta la unión euroatlántica. También se podría contemplar que, reformada y ampliada la UE, diera lugar a la unión continental. Finalmente se encuentra como opción complementaria la unión mediterránea, que unifica a los pueblos de ambas orillas del mar Mediterráneo.

Ante estas posibilidades, los valencianos no podemos permanecer en silencio, sin defender el criterio que realmente conviene a nuestros intereses. Economía, cultura y política podrían coincidir para conformar el porvenir, sin necesidad de tener capacidad para actuar, en una reivindicación que reclaman otras nacionalidades en España, que quieren ser consideradas en su diferencia, pero sin exigencias que marquen tensiones innecesarias. Ser presidente antes o después en el Comité de las Regiones de Europa es indiferente, si detrás de las presidencias no existe el respaldo de la sociedad civil. Hemos de asumir la carga de trabajo y de dedicación a un proceso vivo en el que, en ningún caso, hemos de olvidar su continuidad, al margen de las circunstancias políticas del momento.

A pesar de la implantación del euro, sigue habiendo lagunas, desconexiones y alejamientos que están exigiendo una rectificación. La Comunidad tiene la oportunidad de jugar un papel decisivo a la hora de equilibrar las tensiones territoriales que se plantean en España. Ajena al recrudecimiento de algunos frentes, como la polémica sobre la reforma de la Constitución o el establecimiento de la Carta Municipal de Barcelona, que junto a Madrid, pugna por el reconocimiento como gran metrópoli, la autonomía valenciana debería resituar su vocación euromediterránea, reforzando la capitalidad de la ciudad de Valencia con todo su potencial.

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