Crítica:LOS ARGENTINOS

El dolor protege

En tiempos de homogeneidad, un poema -decía Joseph Brodsky- es la más antigua de las iniciativas individuales, algo que nos conecta con lo nuestro interior, frente a tanto otro hecho social. Un poema enseña la dimensión más privada de lo humano. Enseña al hombre el valor de su ser diferenciado y dibuja una huida hacia el rostro no común que es, en realidad, el deber de cualquier vida, la maduración hacia la propia conciencia y el papel propio.

Con Tratado de las sensaciones, que continúa la indagación iniciada en su anterior El vespertillo de las parcas (1997), Arturo Carr...

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En tiempos de homogeneidad, un poema -decía Joseph Brodsky- es la más antigua de las iniciativas individuales, algo que nos conecta con lo nuestro interior, frente a tanto otro hecho social. Un poema enseña la dimensión más privada de lo humano. Enseña al hombre el valor de su ser diferenciado y dibuja una huida hacia el rostro no común que es, en realidad, el deber de cualquier vida, la maduración hacia la propia conciencia y el papel propio.

Con Tratado de las sensaciones, que continúa la indagación iniciada en su anterior El vespertillo de las parcas (1997), Arturo Carrera nos entrega uno de esos gestos extremos e individualizadores en que consiste la verdadera poesía. Acto básicamente original y, por tanto, originario, la escritura de Carrera resulta de una subjetividad implacable y de una diferencia sin parangones.

TRATADO DE LAS SENSACIONES

Arturo Carrera Pre-Textos. Valencia, 2001 197 páginas. 16,53 euros

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No hay discurso alguno en la poesía contemporánea ni siquiera parecido al proliferante e interminable, al casi ininterrumpido de este libro entrañable y entrañado de Carrera. Por eso, a lo que asistimos en él es a la creación de un idioma, a la formulación de un idiolecto, a la conversión del lenguaje en un rasgo interior, distinto, individual y diferenciante. Y asistimos asimismo al despliegue de un pensamiento como ejercicio de la peculiaridad. Quizá, por esa razón, este poemario abunda en detalles, en un encaje gozoso de minucias y anécdotas, datos privadísimos de una historia íntima. Y evoca además el territorio más particular que existe, el espacio intransferible de la niñez.

Escribir sobre la infancia, cuando vive 'la esperanza protegida por el dolor', es escribir de un momento no comunitario del habla, del momento del balbuceo no institucionalizado, un instante solitario con una expresión solitaria. Entonces la lengua coincide punto por punto con el individuo que la usa, es su sola patria, su individualidad y 'su manera'. De ahí que, antes que barroca -o neobarrosa como se la ha llamado, aludiendo al légamo de Río de la Plata-, la poesía de Carrera resulte 'manierista', porque es toda voz, porque en ella la forma inimitable de escribir pertenece a la escritura, no como su adorno, sino como su esencia o su tiempo, el de los niños y del modo de decir de los niños.

Si el tema ya había sido tratado pormenorizadamente en un título previo -Children's corner (1989)-, ahora aparece atemperado con el concurso paralelo de las relaciones domésticas y familiares. Tíos, primos, parientes, se encuentran aquí representados en la idiosincrasia de sus manías, de sus señas identitarias y de sus 'modales'. La estructura del poema repite la estructura fundacional del parentesco y el lazo de afinidades que es la existencia con los otros, la 'genética compañía' en la que empezamos a ser y nos configuramos. El presente libro de Carrera investiga en ese amor inmotivado, esa curiosa figura del querer que representa el linaje, 'amor, a veces torpe, por una sintaxis que se convierte en nuestro propio ritmo impuro'. Cada verso se enuncia como 'un problema afectivo', inseparable de la generación y de las filiaciones. El Tratado de las sensaciones es así un estudio sobre la estirpe y la sangre, sobre ese continuo emotivo y esa desmesura de afectos que forman hijos, hermanos, abuelos.

Y todo se desencadena, se inaugura a partir de la muerte prematura de la madre. Ésta, la orfandad tosca junto al padre y el baile alrededor de las demás familias se erigen en comienzos, en un origen posible y datable, 'un lento y olvidado nacimiento que nos contiene', el principio sin par de una manera de hacer. Quiere eso decir que la poesía de Carrera se sitúa siempre en una época primigenia, 'más inmemorial que memoriosa', época primera y arranque causal de la identidad y de todas sus diferencias.

La niñez, por otra parte, no puede recordarse con una precisión estable -el recuerdo es sólo 'una miel pringosa que desmemoriza'-. El Tratado de las sensaciones que, en tanto trabajo intangible con la intangibilidad de lo sentido, está escrito casi en carne viva la recupera a través de las sensaciones disueltas que de ella emanan.

En la escritura de Carrera luchan el carácter personal del sentimiento con la tendencia socializadora del lenguaje, luchan 'de la boca para afuera, sobre los labios como minúsculas espadas'. Y esta batalla es la seña más singular de este poeta originalísimo que con esa batalla está devolviendo el poema a su valor de gestión íntima y distinta sin duda a todas las otras y que hace de esa tarea diferenciadora el sentido último del hecho poético, 'el decir de una diversidad adonde ni siquiera llega la palabra'.

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