Columna

Zapatero en Rabat

Parece ser que Zapatero tiene muchos enemigos. Y que esos enemigos han recibido con alborozo el transitorio estancamiento del político leonés en las encuestas de intención de voto y carisma que trabaja el CIS. También se cuenta que sus enemigos están en muchas partes, cualquiera sabe. Sea lo que fuere, uno está convencido de que Zapatero acierta en el fondo de su discurso, y no digamos en las formas, donde su buena educación democrática y su talante cordial tan atrás dejan el estilo ácido, altanero y esquivo de algunos de sus adversarios políticos. También, para qué negarlo, de algún remoto ca...

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Parece ser que Zapatero tiene muchos enemigos. Y que esos enemigos han recibido con alborozo el transitorio estancamiento del político leonés en las encuestas de intención de voto y carisma que trabaja el CIS. También se cuenta que sus enemigos están en muchas partes, cualquiera sabe. Sea lo que fuere, uno está convencido de que Zapatero acierta en el fondo de su discurso, y no digamos en las formas, donde su buena educación democrática y su talante cordial tan atrás dejan el estilo ácido, altanero y esquivo de algunos de sus adversarios políticos. También, para qué negarlo, de algún remoto camarada. Zapatero sabe muy bien que la izquierda, hoy, aquí, en este rincón de Occidente, y en el Occidente todo, tiene que huir como de la peste de viejas e ineficaces costumbres. Por ejemplo, de ese espeso antiamericanismo que llevó a algunos antiguos estalinistas a 'comprender' los atentados del 11 de septiembre. Sabe que la izquierda que urge en el nuevo milenio es abierta, antidogmática, irónica, optimista, libre, culta y laica. Y, por supuesto, beligerante contra todo nacionalismo excluyente y frente a cualquier apelación étnica. Enemiga de la equidistancia cómplice entre asesinos y víctimas. Una izquierda en lucha constante por la igualdad efectiva entre el hombre y la mujer. Solidaria y defensora radical del protagonismo público en los asuntos de la sanidad, la educación y el bienestar social. Zapatero ha dado muchas pruebas de su lealtad a la Constitución y se ha implicado muy consecuentemente con el Gobierno en asuntos de gran trascendencia, recuperando así el clima de consenso que protagonizaron los socialistas y la UCD en los duros tiempos de la transición política, cuando José María Aznar se peinaba para atrás. Zapatero ni ha sido oscuro ni ruin en sus relaciones con el Ejecutivo. De ahí que no se comprenda el enfado que Aznar, Arenas y compañía han pillado ante el anunciado viaje a Marruecos. Porque la presencia de Zapatero en Rabat favorecerá el deshielo en las relaciones entre ambos países, hoy bajo mínimos a cuenta de la susceptibilidad del bisoño hijo de Hassan II. Y de la gentil torpeza de Piqué.

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