Columna

¿Le pica a usted el euro?

Según parece, a muchos europeos, incluidos los españoles, el euro les va a producir alergia en los dedos. Por lo visto, el níquel es un material que causa reacciones alérgicas en contacto con la piel y el sudor de un montón de gente, efecto secundario que no han tenido en cuenta los diseñadores de la moneda. Utilizar otro material no alérgico hubiera sido más caro, así que los expertos recomiendan no manosear demasiado la moneda, advertencia que se hace muy especialmente a la comunidad de los empleados bancarios, los invidentes, y también, por qué no, a la comunidad de los nerviosos, que jugue...

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Según parece, a muchos europeos, incluidos los españoles, el euro les va a producir alergia en los dedos. Por lo visto, el níquel es un material que causa reacciones alérgicas en contacto con la piel y el sudor de un montón de gente, efecto secundario que no han tenido en cuenta los diseñadores de la moneda. Utilizar otro material no alérgico hubiera sido más caro, así que los expertos recomiendan no manosear demasiado la moneda, advertencia que se hace muy especialmente a la comunidad de los empleados bancarios, los invidentes, y también, por qué no, a la comunidad de los nerviosos, que juguetean con las monedas en los bolsillos.

Que una moneda pique en la mano parece ser una metáfora definitiva de que todo tiene su cara y su cruz, aunque no resulta nada sorprendente, en estos tiempos que corren, que todo el mundo tenga que deshacerse de la calderilla como si le quemase muy dentro. El dinero es un crimen, ya lo decía Pink Floyd, y en este caso parece haber sido fabricado con escoria, fundido con cierto desprecio hacia la mano que va a guardarlo en su palma, diseñado con cierta indiferencia hacia la piel humana. Todos los intentos por humanizar el euro -poniéndole sonrisa y ojos, y brazos y piernas- quisieron hacernos pensar que una moneda podía ser simpática, que un trozo de metal barato podía sonreírnos y darnos los buenos días, al fin y al cabo, que esa moneda podía amarnos, sí, amarnos y divertirnos con sus piruetas de payaso. Una moneda hecha mascota, como el Naranjito, personalizada como el perrito Coby, que ahora va a tomar cuerpo. Una moneda que no hay que tocar demasiado, no vaya a ser que nos salga una alergia al dinero. Si es usted alérgico al níquel, ya lo sabe.

Tal vez algunos se decidan a deshacerse de las monedas dando limosna a los que piden por la calle. Como es de suponer, los rumanos, por ejemplo, no saben nada del níquel de las monedas, y es posible que se lleven más de una desagradable sorpresa mientras cuentan las pocas monedas que algún alma caritativa, tal vez ingenuamente, haya depositado en sus manos. Seguramente muchos pensarán que los mendigos tienen una piel especial, y que a ellos no les hace daño el níquel de las monedas. Hay opiniones para todo.

Por desgracia, todos sabemos que el dinero puede ser malo para la salud. Los más radicales afirman que el dinero nunca ha sido bueno. No obstante, ante la necesidad, justificada o no, de seguir utilizándolo, los europeos hemos resumido dicha idea fabricando monedas con material alérgico. Puede que en el futuro se justifiquen así muchas estafas: el dinero les picaba en las manos. Uno se pregunta si, al fin y al cabo, no tenía la peseta algo de alérgica, porque se vio envuelta en muchos turbios asuntos. Pero, al mismo tiempo, siempre ha resultado obvio que la sarna con gusto no pica. Más vale tener euros en el bolsillo, aunque sean euros picantitos. Así se lleva más caliente el paquete, con perdón.

Al fin y al cabo, el euro les va a picar a los mismos. A aquellos que cuentan y recuentan las moneditas en el supermercado para ver si llevan lo justo o si tienen que dejar unas latas. A aquellos que las pasan canutas para llegar a fin de mes y a la hora de romper la hucha tendrán que ponerse guantes de fregar para tocar el dinero. Quizás incluso a los 32.000 parados de noviembre ya les esté picando el euro en la mano. Una moneda que muchos tendrán que manosear hasta que en su dedo brote una pequeña ampolla. Una paradoja, un poema visual, una sentencia absurda: alergia al dinero. Además, no totalmente cierta: los billetes de euro tienen toda la pinta de ser aterciopelados, una auténtica delicia para el tacto. Son el último grito de la técnica, para evitar falsificaciones, y sus múltiples dispositivos de seguridad los hacen aún más agradables a nuestros dedos. Parece que en lugar de un billete, uno lleva una pieza de lencería fina, un chip ultramoderno y un cuadro carísimo de Picasso en la cartera.

Así es el euro, un elogio a los billetes grandes, símbolo del prestigio y el poder económico europeo, y un tratamiento despectivo hacia la moneda pequeña. Calderilla que, sin duda, debería ser eliminada cuando lleguemos al nivel de crecimiento infinito y los mendigos vivan como reyes, si es que no se han muerto antes de hambre o de alergia.

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