Columna

Vivan las cadenas

Hace unas semanas, un hombre persiguió a dos activistas de ETA por las calles de Madrid, lo llamamos héroe y, para proteger su anonimato, se le dieron los nombres de Juan Nadie, como al protagonista de la película de Frank Capra, Juan Ciudadano y Juan Español. Hace un par de días, un ecologista llamado Juan García se encadenó a una excavadora en la Casa de Campo para evitar que las obras de un colector dañaran unas galerías del siglo XVI, pero casi nadie habló de él en los medios de comunicación, y cuando lo hicieron fue para llamarle loco. Quizás a algunos pueda sorprenderles o hasta enfadarl...

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Hace unas semanas, un hombre persiguió a dos activistas de ETA por las calles de Madrid, lo llamamos héroe y, para proteger su anonimato, se le dieron los nombres de Juan Nadie, como al protagonista de la película de Frank Capra, Juan Ciudadano y Juan Español. Hace un par de días, un ecologista llamado Juan García se encadenó a una excavadora en la Casa de Campo para evitar que las obras de un colector dañaran unas galerías del siglo XVI, pero casi nadie habló de él en los medios de comunicación, y cuando lo hicieron fue para llamarle loco. Quizás a algunos pueda sorprenderles o hasta enfadarles que se junte en una misma columna los nombres de Juan Español y Juan García. Será porque hay cosas que no se deben comparar o porque, al fin, todo depende del color del cristal con que se miren. Ya lo decía otro Juan Todoelmundo de los años setenta, el famoso protagonista de las Coplas de Juan Panadero, de Rafael Alberti: 'Juan Panadero es poeta: / cuando está verde la mar / él siente que está violeta'.

Es curioso el modo en que, por una parte, los políticos se sienten molestos cuando determinadas personas luchan contra lo que consideran injusto o bárbaro y, por otra parte, animan a los ciudadanos a convertirse en héroes, a jugarse la vida en nombre de la libertad, el orden o la ley: ayuden a la policía a capturar a los criminales; denuncien a los asesinos, a los violentos, a los sospechosos; oigan lo que ocurre en la casa de al lado, delaten a los bestias que maltratan a sus mujeres y a sus hijos. Incluso, en otro nivel, casi todas las campañas publicitarias con las que el Estado pretende atenuar problemas como el de la violencia doméstica, los accidentes laborales, la drogadicción o la siniestralidad en las carreteras suelen incidir, de un tiempo a esta parte, en la responsabilidad individual, y la mayoría de esos anuncios suelen acabar con frases del tipo: 'Recuerda que sólo tú puedes hacerlo'. Y, desde luego, hay una parte de verdad, pero es una parte menor. La siniestralidad laboral no se arregla recordándoles a los albañiles que miren por dónde pisan, sino inspeccionando las obras para comprobar que cumplen las normas de seguridad. ¡Se pierden tantas vidas por no poner una red bajo los andamios!

La actitud de Juan Nadie o Juan Ciudadano, su valor, su inteligencia y su sangre fría son, sin duda, admirables; pero el modo en que ha sido vendida su audacia resulta temerario: se le ha puesto como un ejemplo tan a seguir que, al final, casi parece que su actitud es la más lógica o la única honrada y, en consecuencia, no correr tras unos asesinos armados y furiosos es de cobardes, de irresponsables.

Cuando un ciudadano como el otro Juan, el ecologista Juan García, decide tomar las riendas de un problema tirando hacia el lado contrario de las autoridades, entonces las autoridades cambian. La hazaña de Juan García es, sin duda, mucho más modesta que la de Juan Ciudadano o Juan Español. Lo único que hizo Juan García fue encadenarse a una excavadora y defender unos restos arqueológicos. A las autoridades, en este caso, les viene mejor otro discurso: 'Váyase a su casa, éste es un problema demasiado grande para resolverlo por su cuenta y riesgo, no asuma responsabilidades que no le corresponden, no se haga el héroe'.

Por fortuna, hay muchas personas como Juan García que llevan años encadenándose a excavadoras, puertas y árboles para evitar que los especuladores o los insensatos acaben con nuestros bosques, nuestros bienes culturales o nuestros ríos; personas que una vez se encadenaron a las máquinas que iban a arrasar el valle de Lozoya; otra, a la puerta de un vertedero ilegal que envenenaba el Manzanares; otra, a las sierras mecánicas que iban a talar miles de pinos de Navacerrada para instalar unos cañones de nieve. Ahora, uno de ellos se ha encadenado en la Casa de Campo para intentar salvar esas ruinas del siglo XVI. A veces, esas personas consiguieron sus propósitos y otras no. A veces fueron juzgados y multados, y nunca se los trata como a héroes. Yo creo que lo son, y si algo les echo en cara es que no se encadenen más a menudo, por ejemplo, a la pagoda de Miguel Fisac, demolida por las grúas. Si tuviese dinero, yo también pondría un anuncio como los del Estado: 'Contra la bestialidad, vivan las cadenas'.

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