Columna

Ahora, un mundo en recesión

A finales del verano, aunque la economía de Japón entraba en una recesión suave, Europa perdía fuerza y Estados Unidos se encontraba entre el estancamiento y la contracción absoluta, aún era posible evitar la recesión mundial. No es de extrañar que la drástica pérdida de confianza en todo el mundo tras los ataques terroristas del 11 de septiembre haya inclinado la balanza hacia la recesión, aunque el Fondo Monetario Internacional aún no esté dispuesto a admitirlo. El crecimiento económico mundial, que en los últimos 35 años ha alcanzado una media del 3,8% y el pasado año superó el 4%, va a cae...

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A finales del verano, aunque la economía de Japón entraba en una recesión suave, Europa perdía fuerza y Estados Unidos se encontraba entre el estancamiento y la contracción absoluta, aún era posible evitar la recesión mundial. No es de extrañar que la drástica pérdida de confianza en todo el mundo tras los ataques terroristas del 11 de septiembre haya inclinado la balanza hacia la recesión, aunque el Fondo Monetario Internacional aún no esté dispuesto a admitirlo. El crecimiento económico mundial, que en los últimos 35 años ha alcanzado una media del 3,8% y el pasado año superó el 4%, va a caer aproximadamente un 2%.

¿Y a continuación qué va a pasar? ¿Será una recesión normal o podría convertirse en algo peor, como a principios de los ochenta, o incluso agravarse y convertirse en una depresión mundial en toda regla? ¿Cómo no temer lo peor cuando los indicadores económicos toman rumbo al sur en todas partes?

El crecimiento mundial debería acelerarse gradualmente hasta un 3% o un 3,5% a partir de mediados del próximo año

En efecto, en la economía mundial abundan los puntos débiles. A Japón se le han acabado los instrumentos políticos para propiciar un arranque del crecimiento en el futuro inmediato. Si se cala, Asia caerá con él, y hará inevitable una profunda recesión mundial, o algo peor.

El segundo frente de debilidad está en Europa, cuyas autoridades monetarias, hipnotizadas por el miedo a la inflación, no se han dado mucha prisa en recortar los tipos de interés. Mientras tanto, la política fiscal europea está paralizada por el Tratado de Maastricht -diseñado para pacificar a los alemanes propietarios de bonos ante la llegada de la unión monetaria- y, por lo tanto, no puede contribuir a estimular el crecimiento. Si Estados Unidos no se recupera inmediatamente y con fuerza, Europa lamentará ponerse una camisa de fuerza que haga imposible la adopción de medidas para contrarrestar los ciclos.

Los mercados incipientes constituyen la tercera fuente de preocupación. Las principales economías de Latinoamérica se asemejan a un río azotado por la sequía en el que el nivel de agua ha caído tanto que deja al descubierto los elementos menos atractivos. Se prevé que Argentina incumplirá sus pagos. Brasil sufre problemas de deuda similares y una recesión en año de elecciones, y la economía de México también está empezando a desacelerarse. Mientras tanto, en Asia, la falta de reforma y el flojo rendimiento de las exportaciones han reducido las tasas de crecimiento a la mitad.

¿Por qué hay que ser optimista con tantos focos de problemas? ¿Por qué creer en una recesión moderada y en una pronta reactivación? El motivo más fuerte es que, esta vez, en Estados Unidos no se perfila ninguna crisis bancaria ni ninguna crisis inmobiliaria tras la recesión, aunque los precios de las acciones hayan caído hasta un punto que los observadores expertos consideran sostenible. El único problema es la falta de confianza, y eso puede recuperarse pronto.

Dando por hecho que es así, el estímulo monetario, especialmente de la Reserva Federal estadounidense y, con más reservas, del Banco Central Europeo, debería ser suficiente para impulsar la demanda mundial. También hay una expansión fiscal significativa en Estados Unidos. Ya está en trámite un recorte fiscal del 0,5% del PIB, y otro 1% del PIB en gasto fiscal y recortes fiscales está a punto de obtener el visto bueno. La expansión monetaria y fiscal ha hecho salir a las economías, especialmente la estadounidense, de las últimas 10 recesiones, y ésta no será distinta, e incluso permitirá a Japón pedalear en el agua durante unos años más.

Aunque se puede descartar una nueva expansión, el crecimiento mundial debería acelerarse gradualmente hasta un 3 o un 3,5% a partir de mediados del próximo año. Evidentemente, este benigno panorama podría agriarse si no se logra recuperar la confianza mundial y la producción cae en picado, como ocurrió en 1982, cuando el crecimiento mundial cayó hasta sólo el 0,6%. El resultado sería la quiebra generalizada y el aumento radical del desempleo, pero difícilmente una depresión mundial.

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