Columna

Puentes

No hay abertzale (quiero decir patriota de uno u otro color o denominación de origen) que se resista a un puente. El suntuoso puente de la Inmaculada llenará las aceras londinenses de patriotas vestidos con barbour que aborrecen a la pérfida Albión desde hace cinco o seis generaciones. Con el puente de Todos los Santos las calles de Sevilla o Benidorm o Cádiz estarán ahora mismo llenándose de vascos, muchos de ellos fervientes seguidores de las doctrinas de Sabino Arana. Los vascos, contra lo que de vez en cuando nos promete Arzalluz, no se echarán al monte, y él lo sabe. Lo que...

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No hay abertzale (quiero decir patriota de uno u otro color o denominación de origen) que se resista a un puente. El suntuoso puente de la Inmaculada llenará las aceras londinenses de patriotas vestidos con barbour que aborrecen a la pérfida Albión desde hace cinco o seis generaciones. Con el puente de Todos los Santos las calles de Sevilla o Benidorm o Cádiz estarán ahora mismo llenándose de vascos, muchos de ellos fervientes seguidores de las doctrinas de Sabino Arana. Los vascos, contra lo que de vez en cuando nos promete Arzalluz, no se echarán al monte, y él lo sabe. Lo que hacemos los vascos, al igual que otros ciudadanos de otras comunidades, es echarnos al puente en cuanto se presenta la ocasión. Lo que nos tira a todos es el puente y no el monte.

Precisamente para olvidar el monte, porque estamos aburridos de montes, salimos a otras tierras aprovechando los generosos puentes que nos tiende el calendario ibérico. Huimos de la rutina, de un trabajo que a lo peor mañana no tenemos, del vecino del cuarto, de la grúa, del frío o del calor, de la tasca del maño de la esquina, de un perro que nos ladra, de nuestra propia sombra. Estamos aburridos como ovejas. Por eso en cuanto divisamos cualquier puente, por angosto que sea, nos echamos a él.

Si el poder y el dinero mueven montañas, la fuerza oscura del aburrimiento también puede remover los cimientos de nuestra sociedad. En EE UU comienzan a detectarse los primeros síntomas de aburrimiento ante los bombardeos contra Afganistán. Los ardores guerreros, igual que los amorosos, suelen ser transitorios. Morir acaba siendo aburridísimo. Y esta guerra de todos contra uno puede terminar siendo tan aburrida y cutre como la del Vietnam, el epítome bélico del aburrimiento. Nos aburre la guerra y nos aburren los teléfonos móviles. Son dos buenas noticias, salvo para los 33.000 empleados de Alcatel en Europa que han perdido su empleo y los 800 trabajadores españoles de Ericson que engrosarán las listas del paro y tendrán todo el tiempo del mundo para aburrirse. Los únicos que no parecen aburrirse en el país de los vascos son los chicos de ETA. Ni siquiera hacen puentes, sólo los vuelan.

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