Reportaje:

Memorias de la convulsión

En la revolución literaria que se está llevando a cabo en el Magreb desde hace más de veinte años, Rachid Mimouni ocupa un lugar cardinal. Me atrevería a decir que todos los jóvenes escritores magrebís le deben algo a este narrador excepcional nacido en 1945 en Boudouaou (Argelia) y fallecido en París en 1995.

Mimouni posee la claridad estilística de Carver y la opacidad kafkiana de Onetti. Su pluma precisa y enérgica se adentra en los territorios más sombríos y degradados de la condición humana, configurando las autopsias más trágicas y luminosas que se han hecho sobre un sistema perve...

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En la revolución literaria que se está llevando a cabo en el Magreb desde hace más de veinte años, Rachid Mimouni ocupa un lugar cardinal. Me atrevería a decir que todos los jóvenes escritores magrebís le deben algo a este narrador excepcional nacido en 1945 en Boudouaou (Argelia) y fallecido en París en 1995.

Mimouni posee la claridad estilística de Carver y la opacidad kafkiana de Onetti. Su pluma precisa y enérgica se adentra en los territorios más sombríos y degradados de la condición humana, configurando las autopsias más trágicas y luminosas que se han hecho sobre un sistema pervertido en todos sus flancos y donde crepita, con su llama negra, el fuego sin luz del terror.

Su colección de novelas cortas El cinturón del ogro se nos presenta como una obra tan fundamental como Catedral, de Carver, y no es de extrañar que los franceses la hayan premiado. El relato titulado El manifestante, con el que se abre el libro, da ya la medida de la capacidad que tiene este escritor para desvelar la trama más íntima y más viciada de la gramática del poder: una gramática que exige continuamente el doble lenguaje y la doble moral, y que justamente por eso es incapaz de soportar el mínimo indicio de transparencia, como si se hiciera cargo de esa sentencia de Eliot según la cual 'el género humano no puede soportar demasiada realidad'. Lo mismo cabe decir de los relatos Cuestión de tiempo, Los gusanos de seda o El fugitivo, ya que en todos ellos se hace más que evidente la claridad formal y la complejidad de fondo de este gran narrador de nuestro tiempo.

Siguiendo la estela del inevitable Mimouni, han ido apareciendo otros escritores magrebís, entre los que destaca Azouz Begag, nacido en Francia, en el seno de una familia de emigrantes argelinos. Dos de sus novelas se hallan ahora en nuestras librerías y ambas excelentes: El niño del Chaâba y El pasaporte.

De las dos, El niño del Chaâba es la más autobiográfica y se presenta como una novela de aprendizaje narrada en primera persona, con una voz en presente de indicativo que tiene la virtud de ir actualizando el pasado en lugar de limitarse a evocarlo de modo más o menos proustiano.

Si es verdad que la lectura de novelas es la forma más completa y directa de adentrarse en una cultura, El niño del Chaâba sería la mejor manera de adentrarse en el mundo de la emigración magrebí, en su sistema, sus clanes, sus alianzas, sus luchas internas, sus ritos y sus intentos de reconstruir el mundo que dejaron atrás para mejor soportar un mundo que les rechaza. Tienen especial fuerza las páginas dedicadas al ritual de la circuncisión. Descrita por Begag, la circuncisión parece una ceremonia sofocante y aterradora, en la que se concreta con toda su carga de dolor y mutilación la idea freudiana de castración como sustancia misma de la virilidad.

Aún más cruda que El niño del Chaâba, El pasaporte es una novela muy próxima a la 'poética' descarnada de Mimouni, en parte porque retrata una sociedad parecida a la descrita por el autor de El cinturón del ogro. El narrador de El pasaporte es un guardia urbano lúcido y desesperado en la Argelia del terror y las contradicciones abismales. El punto de vista de un agente de la ley (en un Estado quebrado en todos sus ángulos y de una legislación desalmada) le sirve a Begag para adentrarse de verdad en el infierno argelino, donde, según el narrador, 'la barbarie alcanzaba cotas nunca exploradas por la humanidad. Aldeas enteras habían sido presas, de noche, de hordas de bestias fanáticas que cortaban vidas humanas con hachas, sierras, cuchillos. Los aullidos de los mutilados resonaban en todas las calles del mundo. La epidemia de atrocidades alcanzaba su punto culminante. Había colas en los cementerios para enterrar a los muertos...'. Aquí el narrador nos está hablando del pasado, cierto, pero también del futuro, y al hacerlo Begag nos muestra hasta qué punto somos 'botes flotando a contracorriente', además de hijos de todos los errores que nos han precedido y que ahora empiezan a mostrar su perfil más siniestro. La voz del guardia urbano también le sirve a Begag para elaborar toda una teoría de la memoria y la muerte. Un rostro que no recordamos es un rostro aniquilado, viene a decir, como si quisiera ilustrar esa idea de Gracián según la cual 'no hay venganza como el olvido'.

He aquí tres libros imprescindibles para entender el Magreb y abordar su presente y el nuestro, además tres obras literarias de una honestidad y un rigor ejemplares.

El cinturón del ogro. Rachid Mimouni. Traducción de Marina Widmer. Casiopea. Barcelona, 2001. 160 páginas. 2.800 pesetas. El niño del Chaâba. Azouz Begag. Traducción de María Dolores Mira. Del Bronce. Barcelona, 2001. 182 páginas. 2.300 pesetas. El pasaporte. Azouz Begag. Traducción de Francisco Torres. Muchnik. Barcelona, 2001. 175 páginas. 2.400 pesetas. El passaport. Azouz Begag. Traducción de Lluís-Anton Baulenas. Edicions 62. Barcelona, 2001. 210 páginas. 2.470 pesetas.

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