Columna

Rayo de tinieblas

El PP parece haber enfilado el caso Gescartera combinando la táctica del leopardo con la del calamar: mucho ruido y mucha furia para aturdir, y mucha tinta para que no sea fácil ver. A fuer de sincero, tampoco espero grandes esclarecimientos del lado socialista. Así las cosas, conviene sentar algunos puntos mínimos, para mejor gobierno de todos durante el tiempo que viene.

Lo archiesencial es esto: en la primavera de 1999, la inspección de la CNMV detectó en Gescartera un agujero de cuatro mil millones, junto a indicios innegables de que se habían falsificado documentos. Ambos he...

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El PP parece haber enfilado el caso Gescartera combinando la táctica del leopardo con la del calamar: mucho ruido y mucha furia para aturdir, y mucha tinta para que no sea fácil ver. A fuer de sincero, tampoco espero grandes esclarecimientos del lado socialista. Así las cosas, conviene sentar algunos puntos mínimos, para mejor gobierno de todos durante el tiempo que viene.

Lo archiesencial es esto: en la primavera de 1999, la inspección de la CNMV detectó en Gescartera un agujero de cuatro mil millones, junto a indicios innegables de que se habían falsificado documentos. Ambos hechos aparecen recogidos en un informe, no público todavía. A los quince días, en una sesión, según parece, harto movida, la CNMV determina no intervenir la sociedad. En compensación, se somete a ésta a 'vigilancia reforzada'. El señor Vives, que era el que había llevado la inspección, deja al poco la CNMV. Año y medio más adelante, y no mucho después de que Gescartera hubiese sido elevada de rango en Consejo de Ministros, se interviene la sociedad. El señor Camacho, por las trazas, había aprovechado ese año y medio de vigilancia intensa para sangrar los fondos de Gescartera. ¿Cómo explicarse el desaguisado?

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Según la interpretación más benévola, se demoró la intervención apelando a la prudencia. Intervenir habría provocado una retirada masiva de inversores, a los que no se podía restituir su dinero. La Bolsa estaba todavía alta, y no era impensable que Gescartera recompusiera sus cuentas. Pero, qué se le va a hacer, pintaron bastos. Y aquí paz y después gloria. Desgraciadamente, la interpretación más benévola sólo es creíble a condición de que se verificara una quiebra cataclismática en los sistemas de control. Pilar Valiente, en el Congreso, y Rato, en declaraciones a un diario, han afirmado que la conversión tardía de Gescartera en sociedad de valores permitió un mejor contraste de los coeficientes de liquidez, alertando a la CNMV sobre el estado real de la sociedad. Esto... no se sostiene. Primero, el señor Vives había descubierto el pastel sin necesidad de que Gescartera fuera una sociedad de valores. Segundo, si tan importante resultaba que Gescartera fuera sociedad de valores en orden a conocer la verdad, lo propio habría sido aplicar la recalificación cuando se decidió ejercer la vigilancia reforzada. Lo sucedido es ininteligible en términos técnicos. Y exige, en consecuencia, una explicación plausible.

Estas consideraciones se han reiterado mil veces. No se ha extraído de ellas, sin embargo, la consecuencia más importante. Y es que Giménez-Reyna... no es el problema principal. El ex secretario de Estado de Hacienda, por supuesto, integra un gran problema. Un señor que tiene a la mitad de su parentela en una sociedad delincuente, y que habla con quien no debe hablar, es un señor que ha hecho un uso escandaloso de su cargo. Pero el desfalco gordo se verifica antes de que Giménez-Reyna ocupe la secretaría. Y plantea, por lo mismo, interrogantes que no se pueden despejar cargando sobre él todo el oprobio. El hilo rojo pasa por la CNMV y sus superiores jerárquicos en la latitud de 1999, no por los elementos adyacentes y subsiguientes. No nos confundamos, por tanto, o incurramos en el error de pensar que hay sólo una cuestión. Por desventura, hay varias.

¿Alguna reflexión de índole más general? Sí. Hasta la época de la transición, los altos cargos de Hacienda solían venir de la Administración, a la que volvían luego dibujando un bucle cerrado. Esto es, la esfera pública y la privada tendían a permanecer estrictamente disjuntas. Al crecer la economía, se hizo imposible mantener este régimen. Se abrió un tráfico entre ambas esferas, con gentes que pasaban de lo público a lo privado, y a veces, como el yoyó, rebotaban de nuevo de lo privado a lo público. De aquí no se desprende, por fuerza, un solapamiento entre los intereses públicos y los privados. Lo demuestra el caso norteamericano, en que los controles son rigidísimos. Pero hace falta eso, que haya controles, y que éstos sean rígidos. No parece que en España acabemos de dominar la técnica. Está demostrado que tres altos directivos de Gescartera pertenecieron antes a los equipos de supervisión de la CNMV. Y que, para más señas, alguno estuvo comprometido en inspecciones que interesaban a la sociedad. Es posible que no exista relación causa-efecto entre ambas circunstancias. Pero una buena Administración no se lo juega todo al albur de la buena suerte. Una buena Administración se pone en lo peor y evita las ocasiones en que pueda haber mala suerte.

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