Reportaje:

Una boda y tres entierros

El asesinato de François Santoni dibuja todas las ambigüedades del nacionalismo en Córcega

Viernes 17 de agosto. Monaccia d'Aullene, un pueblecito del sur de Córcega. Una de la madrugada. François Santoni abandona la fiesta de boda de su amigo Jean-Pierre Tomasi. Cuando se dispone a montar en su BMW último modelo, matriculado en Milán -'mi coche de mafioso', decía Santoni-, suenan dos ráfagas de Kaláshnikov. Trece de las balas le alcanzan y dos de ellas, en la cabeza, le causan la muerte casi instantánea, pues le dejan tiempo para desenfundar la Beretta, pero no para apretar el gatillo. Dos días más tarde, en Gianaccio, entierran a Santoni y, entre las 400 personas presentes, además...

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Viernes 17 de agosto. Monaccia d'Aullene, un pueblecito del sur de Córcega. Una de la madrugada. François Santoni abandona la fiesta de boda de su amigo Jean-Pierre Tomasi. Cuando se dispone a montar en su BMW último modelo, matriculado en Milán -'mi coche de mafioso', decía Santoni-, suenan dos ráfagas de Kaláshnikov. Trece de las balas le alcanzan y dos de ellas, en la cabeza, le causan la muerte casi instantánea, pues le dejan tiempo para desenfundar la Beretta, pero no para apretar el gatillo. Dos días más tarde, en Gianaccio, entierran a Santoni y, entre las 400 personas presentes, además de dos diputados de la coalición nacionalista Corsica Nazione, también es posible identificar a Dominique Marcelli, un joven de 25 años que el 9 de agosto de 2000 fue visto junto a Santoni en otro entierro, el de Jean-Michel Rossi, cofundador con Santoni en el otoño de 1999 de Armata Corsa, un grupito que dice querer la independencia, la autonomía, la soberanía o el autogobierno -todas las fórmulas valen- de la isla y del que varios de sus miembros son sospechosos de tráfico de drogas, de armas, extorsión o control de casinos.

Cuando le preguntaban por la independencia decía: 'Depende de cuánto me paguen'
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Martes 21 de agosto. Moriani, cerca de Bastia, en el norte de Córcega. Doce del mediodía. Unos campesinos oyen el crepitar de una ametralladora seguido de una explosión y de la huida a toda marcha de dos coches. Minutos después descubren dos cuerpos calcinados junto a un coche que arde. Se trata de Dominique Marcelli y de su primo Jean-Christophe. El primero tiene antecedentes penales por estar comprobado que pertenece a Armata Corsa, al tiempo que también se le relaciona con asuntos de drogas y robo de coches.

Córcega tiene 8.680 kilómetros cuadrados, rodeados de agua cristalina, y cuenta con 260.000 habitantes, es decir, una demografía modesta, de 30 personas por kilómetro cuadrado frente a la media francesa de 107 habitantes. Las dos ciudades importantes, Bastia y Ajaccio, la primera al noreste de la isla, la segunda al suroeste, apenas superan las 50.000 almas cada una. Las conexiones con el continente son buenas y abundantes, gracias a cuatro aeropuertos y a un servicio de barcos desde seis puertos. Media Córcega es parque nacional y en esa zona no se puede construir nada nuevo o sólo bajo condiciones muy especiales y un control estricto. Es el paraíso en tierra para quien desea unas vacaciones tranquilas y rodeado de paisajes vírgenes. Pero ese paraíso tiene un defecto, ya lo hemos visto, pues la calma de sus playas -300 kilómetros- y de sus montañas -20 picos por encima de los 2.000 metros- se ve rota a menudo por las detonaciones de armas de fuego. En diez años, más de 400 personas han muerto asesinadas y muchos de esos crímenes siguen sin aclararse.

Desde diciembre de 1999, el Gobierno de Lionel Jospin intenta resolver el embrollo corso, negociando con todos los diputados insulares, sea cual sea su programa. Se trata de hacer transparentes unas negociaciones tradicionalmente ocultas, de lograr que se formulen en voz alta todos los deseos que animan la vida política de Córcega. Se quería también aislar a los mafiosos, a los que utilizan la tapadera patriótica para sus negocios ilícitos. Una boda seguida de tres entierros pone en peligro el objetivo gubernamental.

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La derecha insta a Jospin a interrumpir el diálogo con los políticos corsos. El antiguo ministro del Interior, Charles Pasqua, exige incluso 'unas nuevas elecciones en la isla', como si de ellas debiera surgir una asamblea regional sustancialmente distinta. En realidad, Pasqua y otros correligionarios suyos, al mismo tiempo que pretenden desacreditar a Jospin, intentan ocultar antiguas complicidades con Santoni, de trayectoria sinuosa, antiguo líder militar del nacionalismo en el sur de la isla, del llamado Canal Histórico del Frente de Liberación Nacional Corso (FLNC), fundador al salir de la cárcel de la citada Armata Corsa y cabeza visible de su vitrina legal, el minipartido Presenza Naziunale. Santoni, entre 1993 y 1996, gozó de una suerte de bula para hacer lo que le venía en gana.

En dos oportunidades fue detenido con las manos en la masa (con explosivos en su poder o extorsionando al propietario de un campo de golf), pero la policía, siguiendo órdenes de París, le dejó en libertad. Santoni era un hombre de Pasqua -al menos eso es lo que él ha dejado escrito- y de Jean-Louis Debré, titular de la misma cartera con el tándem Chirac-Juppé. Si en 1996 cayó en desgracia es porque no comprendió que su libertad de acción no la debía a su talento, sino a la longitud de la correa que llevaba al cuello sin apercibirse. En 1996, la vigilia de una visita de Debré a Córcega, montó una conferencia de prensa con 200 hombres encapuchados y armados hasta los dientes. Esa demostración de fuerza fue considerada de mal gusto en París, y Santoni sintió cómo le tiraban de las orejas. De nuevo interpretó mal la relativa tolerancia del poder: puso una bomba en el Ayuntamiento de Burdeos, ciudad de la que era -y es- alcalde Alain Juppé, entonces primer ministro. Ese día todo acabó para La Iguana, alias con el que era conocido Santoni entre sus camaradas. Al poder le faltó tiempo para desenterrar alguno de los dossieres olvidados y enviarlo a la cárcel durante dos años.

Al salir de prisión, Santoni se encuentra con que todo ha cambiado. De entrada ya no están en el Gobierno sus amigos, sino los socialistas. Las diversas familias del nacionalismo acaban de firmar un pacto de no agresión, los políticos han tomado el relevo de los militares, el FLNC ya no existe. Él no tiene ningún poder, excepto el de las armas y los fieles -pocos- que conserva. Su arsenal es viejo, procede de un robo mafioso en Toulon efectuado por los hombres del capo Jean-Louis Fargette, asesinado en 1993. Fue Paul Grimaldi -asesinado en Córcega en junio de 2000- quien les vendió las armas a él y a Pieri, entonces aún amigos porque Pieri aún no le había arrebatado el control de parte de la isla ni la novia.

Más atentados

Santoni ordena algunos atentados, intenta implicar a Pieri en delitos, pero le faltan pruebas para que la policía preste oídos a sus denuncias. Tras su muerte, la policía registra el domicilio de su nueva novia, Christel Baldocchi, y descubre documentos que prueban que Santoni mantenía contactos con André Guelfi, el hombre de ELF en África, hoy procesado, y con Robert Feliciaggi y Michel Tomi, dos íntimos de Pasqua, propietarios de casinos en África y Francia y hoy acusados en Mónaco de blanqueo de dinero.

Santoni, cuando le preguntaban si deseaba la independencia de Córcega, respondía: 'Depende de cuánto me paguen'. Ahora se presentaba como un puro frente a los corrompidos, pero quién sabe si no es a través de su muerte que la policía podrá anudar por fin otros muchos hilos, entre ellos los del asesinato de la diputada Yan Piat en 1993 o del gánster Francis el Belga en 2000. Apellidos corsos siempre aparecen detrás de los asesinatos, en París o en la isla, aunque a veces firmen las coronas mortuorias con un simple 'para nosotros, tú siempre serás el boss'.

El líder corso François Santoni, en 1996.AP

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