SOBREMESAS

Los transgénicos

'La falta de cultura científica arroja miedo sobre las innovaciones, ya que vivimos bastante bien'. Los que estamos instalados en la parte rica del mundo nos atemorizamos hasta con las antenas o los teléfonos móviles, y queremos, lo contrario de Lampedusa: que nada cambie para que todo siga igual. Los adelantos científicos tienen un componente inentendible para el pueblo, que los castiga, estigmatizándolos y haciéndoles portadores de extrañas magias o vudús perjudiciales, cuando no letales.

La cita entrecomillada pertenece a Daniel Ramón, joven biólogo de brillante currículo como...

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'La falta de cultura científica arroja miedo sobre las innovaciones, ya que vivimos bastante bien'. Los que estamos instalados en la parte rica del mundo nos atemorizamos hasta con las antenas o los teléfonos móviles, y queremos, lo contrario de Lampedusa: que nada cambie para que todo siga igual. Los adelantos científicos tienen un componente inentendible para el pueblo, que los castiga, estigmatizándolos y haciéndoles portadores de extrañas magias o vudús perjudiciales, cuando no letales.

La cita entrecomillada pertenece a Daniel Ramón, joven biólogo de brillante currículo como investigador del CSIC, profesor asociado a la Universidad de Valencia, y técnico del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos, en Burjassot, que se rebela contra la población asustada ante la palabra transgénico. Todo ser vivo ha sufrido -dice-, a lo largo de la historia, manipulación genética, sea de forma consciente o no; natural: por las mutaciones y los saltos que se producen en los genes, o inducida: por causas exteriores, desde animales hasta fenómenos de la naturaleza. Que ahora esa manipulación se produzca con un mayor conocimiento y selección a nadie debe preocupar, los resultados que se obtienen están controlados y pasan multitud de revisiones.

Los problemas de la alimentación en el mundo no parece que vayan a ser resueltos con los alimentos transgénicos, para la solución de los mismos no hay que incrementar las producciones, sino distribuirlas mejor. Lo que sí debe hacerse es mejorar algunos productos que se crían en los países menos desarrollados, dotándolos de cualidades que no poseían en el estadio actual. No hace muchos días se publicaba la consecución de un 'arroz dorado', y no porque hubiese sido ya sometido a la acción del sofrito y el fuego, sino porque llevaba en su interior -debido a la manipulación genética- la vitamina 'A', que lo hacía un alimento más completo para aquellos habitantes del mundo que sobreviven con una dieta casi exclusiva de arroz.

Según el doctor Ramón, son manipulables todas las características de los alimentos; sobre el papel -confiesa- podemos lograr sabores y olores exóticos en nuestros productos, pero la realidad nos hace tropezar y pararnos, ya que la bioquímica, que debería decirnos cuál es el origen de los aromas y las rutas químicas que se desarrollan en el interior de los alimentos y les confieren su peculiaridad, no las conoce con perfección. A partir de este déficit, no se puede crear un gen modificado, porque nos falta saber cuál de todos. Sin embargo, otros aspectos, como la maduración y conservación, están a disposición del público; eso sí, de aquel que pueda sufragar los experimentos para llevarlo a la práctica. El desarrollo teórico necesario para tal fin esta terminado en estos momentos.

Como decíamos al comienzo, no es la transgenia para la boca del asno -países pobres-, sino para los ricos. Estos deciden dónde invertir y, por supuesto, lo hacen donde el mercado vaya en su favor y el cobro esté asegurado. Riqueza llama riqueza. No obstante estas negras realidades, sin duda llegará el progreso transgénico a las semillas de los países que lo necesitan, y mediante ellas lograrán cosechas con los valores añadidos de: mayor calidad, más cantidad recolectada por espacio cultivado, mayor defensa ante las plagas y todo aquello que podamos imaginar. Lo mismo podemos decir de la ganadería, o de cualquier otro producto provisto de genes y que sirva para satisfacer las necesidades de la humanidad. La revolución científica es imparable, pero no parece ser la genética la más perjudicial entre las revoluciones. La hipótesis de modificar genes humanos, o cualquier otra de esa trascendencia, será objeto de debate, pero no hay porque darle a las manipulaciones transgénicas de alimentos realizadas hoy las mismas connotaciones morales.

Ni tampoco a la técnica con la que se realizan las modificaciones del ADN; esto es: el tiro.

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Ahí va la receta: cójase una pistola -especial, por lo pequeño del armamento- y procédase a cargarla con una bala de oro -0,45 micras, 0,00045m/m- recubierta con el gen a modificar. A continuación se dispara contra una hoja del vegetal que queremos alterar y, finalmente, se selecciona por cultivo 'in vitro'.

¡Ah, si el padre Gregor Johann Mendel levantara la cabeza!

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