Cadaqués, una isla en la costa

De acuerdo: las islas juegan con ventaja cuando se trata de hablar de paraísos, pero también es cierto que Cadaqués es como una isla pegada a la costa. Aislada durante años del resto del Empordà por la montaña de El Pení, Cadaqués aprendió a vivir mirando al mar y consiguió el difícil milagro de crear un microcosmos griego en Cataluña. Casas pintadas de blanco, ventanas de un color azul Ulises, campos de olivos, una bahía resplandeciente y un paisaje perfectamente dibujado, a punto para la foto de postal. Eso es Cadaqués. Eso y, por desgracia, la amenaza del incendio de todos los veranos.
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De acuerdo: las islas juegan con ventaja cuando se trata de hablar de paraísos, pero también es cierto que Cadaqués es como una isla pegada a la costa. Aislada durante años del resto del Empordà por la montaña de El Pení, Cadaqués aprendió a vivir mirando al mar y consiguió el difícil milagro de crear un microcosmos griego en Cataluña. Casas pintadas de blanco, ventanas de un color azul Ulises, campos de olivos, una bahía resplandeciente y un paisaje perfectamente dibujado, a punto para la foto de postal. Eso es Cadaqués. Eso y, por desgracia, la amenaza del incendio de todos los veranos.

Cuando uno se acerca a Cadaqués por la sinuosa carretera de Roses se da cuenta de que el acceso al paraíso nunca es fácil y se siente como si estuviera pasando por una especie de ritual iniciático antes de alcanzar el cielo en la tierra. Una vez en el pueblo -excepto en agosto, ya se sabe: los paraísos experimentan desagradables mutaciones genéticas en este mes-, basta con tomarse una cerveza en la terraza del Marítim y echar una mirada a la bahía para hacer las paces con el mundo. Cada vez hay más gente, más coches y más yates, es cierto, pero aun así es posible atisbar el paraíso en Cadaqués.

Escribió Dalí que en Cadaqués 'cada colina, cada contorno de cada piedra podía haber sido dibujado por Leonardo da Vinci'

Dalí y Pla han sido los grandes propagandistas de Cadaqués. Y los de la gauche divine, claro, que convirtieron el pueblo en símbolo de su oposición lúdica al franquismo. Dalí, hijo de un notario de Figueres, supo enseguida de la fuerza que escondía Cadaqués y allí, en la recogida cala de Port Lligat, instaló un cuartel general convertido hoy en día en una especie de santuario al que acuden devotos seguidores de todo el mundo. Escribió Dalí que en Cadaqués 'cada colina, cada contorno de cada piedra podía haber sido dibujado por Leonardo da Vinci'. Enamorado de este paisaje único, que se desgarra y se vuelve hostil cuando uno se dirige al Cap de Creus, Dalí invitó a Cadaqués a sus amigos García Lorca, Buñuel, Bréton, Gala... Los surrealistas supieron comprender la belleza de aquel lugar único al que la película Un perro andaluz rinde homenaje.

Pero si Dalí se encargó de promocionar Cadaqués con sus cuadros y sus actuaciones públicas, fue Josep Pla quien supo poner por escrito la esencia de este pueblo único. En el prólogo de su libro Cadaqués escribe Pla: 'Si la aparición del libro clásico sobre Cadaqués parece ineluctable, todo hace pensar, en cambio, que no seré yo el instrumento señalado por la Providencia para elaborarlo. Esas cosas requieren calma y lentitud. Están por encima de las que puede hacer un periodista; es decir, un tastaolletes recalcitrante'. Pla, una vez más, se pone la boina y se dedica a despistar al personal. Porque no hay ninguna duda de que su libro es el clásico que Cadaqués esperaba. Pla, conocedor a fondo del pueblo, bucea en la historia del mismo y narra como sólo él sabe historias de pescadores, contrabandistas, brujas e indianos que han ido conformando el perfil de Cadaqués. Pla da con los adjetivos precisos, exactos, para describir ese paisaje que conocía de memoria. 'Allí sentimos la sensación que dan las islas', escribe. 'Una obsesión de recogimiento, una seguridad real o ficticia y un sentimiento de lejanía, la sensación tan satisfactoria, de que la gente que no tiene la suerte de vivir allí es completamente infeliz'. Y concluye: 'Cadaqués es una isla. Su historia y su manera de ser sólo pueden comprenderse considerando a este país como una isla'.

Ya estamos de nuevo enfrentados a la visión del paraíso, a la visión de un lugar donde la felicidad parece al alcance de la mano. Los habitantes de Cadaqués que regresaron enriquecidos de América lo subrayaron construyendo grandes casas junto a las humildes casitas de pescadores, y las familias burguesas de Figueres, Girona y Barcelona refrendaron también el privilegio de Cadaqués eligiéndolo como lugar de veraneo. Es el de Cadaqués un veraneante militante, que no admite ningún tipo de dudas sobre el hecho de que Cadaqués es el sitio donde hay que estar. La vida social ayuda lo suyo, porque en Cadaqués están los que tienen que estar. No hay más que darse una vuelta por sus escaparates -el Marítim, el Casino, el Melitón- para comprobarlo. Es cierto que también hay hippies de vez en cuando, y muchos italianos y muchos mirones en verano, pero éstos, en el fondo, no son más que aves de paso.

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En la década de 1960, los miembros de la gauche divine, que era en el fondo un juego eminentemente burgués, encontraron en sus casas de familia de Cadaqués el escenario ideal para sus desmadres antifranquistas y para la ruptura con la rígida moral tradicional. En sus memorias, el arquitecto Oriol Bohigas pasa de puntillas sobre el tema de la gauche divine, y pasa también de puntillas sobre lo que significó para ellos Cadaqués, pero hay un párrafo en Combat d'incerteses, fechado en 1987, que resulta muy revelador sobre este Cadaqués endogámico de la burguesía. Escribe Bohigas: 'Una semana de vacaciones en Cadaqués. Ahora, cuando volvemos a Cadaqués, la gente de mi edad nos quejamos: 'Esto ya no es lo que era'. Y se trataría seguramente de una afirmación correcta si no la subrayáramos con una sonrisa de menosprecio. No es exactamente lo mismo, pero no es peor. Lo que ocurre es que nuestros viejos amigos han sido sustituidos por una juventud con la que resulta más difícil conectar. Mis cinco hijos y sus compañeros, por ejemplo, sí conectan con el nuevo entorno, y encuentran hoy en Cadaqués las mismas excelencias y unos atractivos nuevos, no demasiado diferentes, sin embargo, de aquellos que nos divertían en los años sesenta, cuando éramos jóvenes'. Tras pasar lista a los amigos que ya no ve, remata Bohigas: 'Perduran las familias estables -las de siempre, las que constituyen colonia-, que han diseminado allí un buen enjambre de hijos y nietos que ahora dominan la situación y que tal vez dentro de unos cuantos años también sentirán nostalgia de una juventud que ya será historia local'.

Y es que los paraísos, por desgracia, tienen para cada generación un momento culminante y una fecha de caducidad. Por suerte, las nuevas generaciones siempre están alerta para redescubrirlos y para tomar el relevo. Sic transit gloria mundi.

Postal de Cadaqués al caer la tarde.CARMEN SECANELLA

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