Columna

La papelera inteligente

¿Es posible que una papelera sea inteligente? Es decir, ¿es posible que un objeto diseñado, fabricado y dispuesto para un fin sea más inteligente que el hombre que lo diseñó, lo fabricó y lo dispuso? La respuesta es sí, y constituye la paradoja entre la evolución de una especie y el atraso de los individuos de esa especie. La nuestra.

Acompaño a mi amigo Nacho a la estación de Atocha a sacar un billete; se va a Benicàssim. Como es natural en estas fechas, en Atocha hay un montón de gente y la zona de taquillas está a tope. Puedes coger número en una maquinita inteligente: un botón si pr...

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¿Es posible que una papelera sea inteligente? Es decir, ¿es posible que un objeto diseñado, fabricado y dispuesto para un fin sea más inteligente que el hombre que lo diseñó, lo fabricó y lo dispuso? La respuesta es sí, y constituye la paradoja entre la evolución de una especie y el atraso de los individuos de esa especie. La nuestra.

Acompaño a mi amigo Nacho a la estación de Atocha a sacar un billete; se va a Benicàssim. Como es natural en estas fechas, en Atocha hay un montón de gente y la zona de taquillas está a tope. Puedes coger número en una maquinita inteligente: un botón si precisas billete para un tren de cercanías; un botón, para lejanías; un botón, para billetes reservados por teléfono. La estación ferroviaria ha puesto a su lado a un señorito o una señorita; será para ayudar: un detalle, gracias. Cogemos un número para lejanías: el 736. Y miramos el contador digital que indica el número por el que van atendiendo en las taquillas: el 234. ¿Eh?, exclamamos, confusos. Nos fijamos mejor: en efecto, quedan 502 números para nuestro turno. Hay unas diez taquillas en la sala, de las que están abiertas cuatro. Lo comentamos con la señorita que vigila amablemente la maquinita inteligente: 'Es que ahora en verano hay mucha gente', dice. 'Claro, precisamente por eso, ¿cómo es posible que haya más taquillas cerradas que abiertas?; incluso, ¿cómo es posible que no estén abiertas todas las taquillas?'. La señorita sonríe con cara de terror (ambos gestos son posibles simultáneamente), acaso temiendo que nuestras preguntas sean el germen de un motín. Pero Nacho y yo nos limitamos a suspirar y nos vamos a dar una vuelta.

Nos demoramos en la contemplación de los nenúfares y las tortugas del jardín tropical. ¡¿Quién ha tirado un paquete de tabaco vacío?! Sólo lo pregunto una vez más: ¿quién ha sido? ¡Como lo pille va a Úrculo! Nosotros, que no hemos tirado nada, pasamos corriendo por el Homenaje al viajero del susodicho, no nos vaya a pillar y paguemos justos por pecadores. Así que nos esfumamos por las escaleras mecánicas, porque hemos visto periodistas con cámaras y micrófonos y pensamos que sería sublime ver bajar a los famosos del AVE. Pero pecamos de frivolidad, porque la cosa en Atocha no va por ahí. Para nada: Atocha es para el hombre de a pie. Nos dimos con él de bruces. El hombre de a pie es a tamaño natural, joven, broncíneo y trabajador, concentrado en su deber, con traje Emidio Tucci un poco arrugado, y anota algo apoyándose en una carpeta que sostiene su mano izquierda: AGENTE COMERCIAL, reza la carpeta; y a sus pies, la placa: Homenaje al agente comercial, Francisco López, 1998. O sea, lo que se entiende por arte contemporáneo. Casi nos desmayamos; pero es que hacía mucho calor. Casi nos morimos de risa; pero es que el arte tiene que ser así: alegría. O serían los nervios de Benicàssim, los mensajitos del móvil: en fin, lo contemporáneo. Así que decidimos ir a comprar tabaco, para calmarnos. Como nos daba pavor ir a Úrculo, nos acercamos a una papelera a tirar el plástico y el papel del Marlboro Light. Y la papelera era inteligente: la tapa constaba de tres orificios, uno para plásticos y envases (a su lado, en relieve como el agente comercial, el símbolo de un tetrabrik y una botella), otro para papel (a su lado, unos folios en relieve) y otro para desechos orgánicos (a su lado, una manzana mordida). 'Mira qué bien', exclamó Nacho con cívico alborozo (hay que tener en cuenta que a estas alturas debían de faltar unos 450 números para su turno en taquilla y nos entreteníamos con cualquier cosita), 'el plástico, donde los plásticos; el papel, donde el papel'. Yo observaba con paciente y solidaria ternura: la amistad es saber compartir estos momentos de interés. Y me asomé al agujero negro de nuestro municipal reciclaje. Entonces vi cómo volaban un momento el precinto plástico y el papel plata del Marlboro Light, volvían casi a unirse en un punto del vuelo y caían en el mismo fondo, juntos ya para siempre. ¿Eh?, acertamos a balbucir: la papelera tenía una sola bolsa para los tres orificios. O sea, la papelera era más inteligente que el tío que la controla, que el tío que dirige a los que la controlan, que el tío que manda sobre el que dirige. O sea, la papelera era más inteligente que un hombre; más que un concejal, más, incluso, que un alcalde. Este descubrimiento sí que fue sublime, porque apela a la inteligencia artificial: ¡qué es el AVE comparado con la IA!

Yo ya me tuve que ir (no hay amistad que resista los 440 números que faltaban), pero Nacho me lo contó ('Te perdiste lo mejor': él sabe cuánto me interesan el arte contemporáneo y la evolución de mi ciudad). Porque asistió a la recogida de las papeleras inteligentes: pasa un tío con un carrito, un tío preparado con un gran guante, y va sacando, con la mano del guante, los desperdicios de la papelera. Con la mano. ¿Eh? ¿Qué no?

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