Columna

Chaves Nogales

La Diputación de Sevilla continúa firme en su propósito de rescatar a grandes escritores de los múltiples naufragios de la historia. Fue primero la obra narrativa de Manuel Chaves Nogales. Después la obra crítica de Cansinos Assens (de cuyo magisterio presumía Borges). Con impaciencia esperamos las completas de Machado y Álvarez, creador de la antropología andaluza, padre de Machado el bueno, y del otro. Que no desfallezca la tarea.

Le ha tocado ahora el turno a la ingente obra periodística de Chaves Nogales (Sevilla, 1897; Londres, 1944), en dos tomos que suman la nada despreciable can...

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La Diputación de Sevilla continúa firme en su propósito de rescatar a grandes escritores de los múltiples naufragios de la historia. Fue primero la obra narrativa de Manuel Chaves Nogales. Después la obra crítica de Cansinos Assens (de cuyo magisterio presumía Borges). Con impaciencia esperamos las completas de Machado y Álvarez, creador de la antropología andaluza, padre de Machado el bueno, y del otro. Que no desfallezca la tarea.

Le ha tocado ahora el turno a la ingente obra periodística de Chaves Nogales (Sevilla, 1897; Londres, 1944), en dos tomos que suman la nada despreciable cantidad de 1.682 páginas. (Se impone una edición abreviada y más asequible). Excelente y minuciosa labor, incluido un penetrante estudio introductorio, llevada a cabo por la catedrática de instituto María Isabel Cintas, que ya se ocupó de las empolvadas narraciones del mismo autor (Javier Marías las ha estimado superiores a las de muchos novelistas consagrados), y que nos promete una tercera entrega con los escritos del exilio.

Chaves Nogales ya estaba en la alta verdad literaria con dos libros memorables: La Ciudad (1921) y Juan Belmonte, matador de toros (1935), que es algo así como la biblia secreta de los taurómacos, cosa que Chaves no era, por cierto. Pero sus otros méritos, que ahora se reivindican, no le van a la zaga. Para muchos es el introductor en España del periodismo moderno, andariego, objetivo y con apetencias de neutralidad; el que ejerció incansable en ciudades como Huelva, Sevilla, Córdoba, Madrid desde 1924, en medios tan notables como El liberal, el Heraldo, Estampa, Ahora. No quiere decir que no prestara su cordialidad crítica a las cosas que amaba, como la Semana Santa, la Feria, el Rocío, la Exposición Iberoamericana del 29; fenómenos siempre difíciles, y peligrosos, para todo andaluz que quiera ejercitar la lucidez, contra los excesos del tipicismo, el localismo, la apropiación indebida por parte de los señoritos, el exhibicionismo de las multitudes. Hoy como ayer. Pero fue también repórter de la Revolución Soviética y del nazismo, a los que se opuso, no obstante su profesionalidad, con la misma rectitud ética. Ahí está la explicación a su olvido. Chaves Nogales fue un liberal independiente y republicano, demócrata convencido, internacionalista, antirracista, europeísta, partidario de la libertad religiosa, que además cometió la osadía de querer ser ecuánime en medio de la barbarie. Se definía a sí mismo como 'pequeño burgués liberal', lo que le granjeó enemistades en la derecha caciquil y en la izquierda revolucionaria. Con trágica clarividencia escribiría: 'Había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros'. Y desde luego no se libró del franquismo, que lo condenó a 12 años y un día de reclusión menor. Y todo lo que hizo fue escribir. Suerte que, como tantos, ya había emprendido el camino del exilio.

Ante la enormidad de esta obra, y la grandeza del hombre que la sustenta, uno se hace la misma pregunta de siempre, sin respuesta posible: ¿cómo pudo ocurrir lo que ocurrió? Don Manuel Azaña llegó a escribir en su diario: 'Los hombres como yo hemos venido demasiado pronto, o demasiado tarde'. Desde esa óptica desesperada, el caso de Chaves Nogales resulta dolorosamente ejemplar.

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