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Si el comportamiento de los precios al consumo en el conjunto del área euro siguiera el mismo patrón que los españoles, los miembros del consejo del Banco Central Europeo (BCE) podrían no esperar a su reunión del 2 de agosto para tomar vacaciones. Tampoco serían tan intensas las presiones para que adecuara sus tipos de interés a un horizonte menos inflacioncita a medio plazo en la zona, al tiempo que cargado de esa incertidumbre adicional asociada a las dificultades en la mayoría de los mercados emergentes.

Afortunadamente para el BCE no es así. El crecimiento de la tasa de inflación me...

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Si el comportamiento de los precios al consumo en el conjunto del área euro siguiera el mismo patrón que los españoles, los miembros del consejo del Banco Central Europeo (BCE) podrían no esperar a su reunión del 2 de agosto para tomar vacaciones. Tampoco serían tan intensas las presiones para que adecuara sus tipos de interés a un horizonte menos inflacioncita a medio plazo en la zona, al tiempo que cargado de esa incertidumbre adicional asociada a las dificultades en la mayoría de los mercados emergentes.

Afortunadamente para el BCE no es así. El crecimiento de la tasa de inflación medida por el Índice de Precios al Consumo (IPC) sigue siendo en la economía española (cuyo PIB no representa más del 8% del área euro) significativamente superior al del promedio de la vigente en los países con los que compartimos moneda y la mayoría de nuestros intercambios comerciales.

La reducción de los tipos en la zona euro encuentra ahora una razón adicional en la aversión al riesgo de los mercados emergentes

La evolución de ese índice en junio ha situado la correspondiente tasa interanual española en el 4.2%, muy por encima de las de Alemania (3.1%) y Francia (2.1%), que representan la mitad del PIB de la eurozona.

No es fácil encontrar elementos que palien la interpretación adversa de ese indicador. Cuando se excluyen de ese índice los componentes más volátiles (energía y alimentos sin elaborar), la inflación subyacente también experimenta un repunte hasta el 3.6%, la más elevada variación desde agosto de 1996. Los precios de los servicios, creciendo a un ritmo del 5% anual, y la importancia que en esa evolución tienen los de hostelería y servicios turísticos (los precios en este sector han crecido más que en el mismo mes del pasado año) advierten de riesgos adicionales a los derivados de los conflictos laborales en algunas empresas, que se ciernen sobre un sector de importancia fundamental para nuestra economía.

Ni la pulsación de la demanda interna, ni la orientación de la política monetaria (argumentos manejados hasta hace poco por nuestras autoridades), ni la percepción de aumentos relativos de calidad en nuestros bienes y servicios, justifican ahora esa resistencia de nuestra inflación a converger con el promedio de Europa.

La ampliación del diferencial de inflación frente a nuestros principales socios comerciales tiene lugar en un momento en el que las posibilidades de crecimiento no son precisamente muy favorables. El deterioro de la confianza empresarial en las principales economías europeas es consecuente con esa continua revisión a la baja de las previsiones de crecimiento económico y las más recientes perturbaciones en la mayoría de las economías no industrializadas, incluidas algunas de Europa del Este.

Son circunstancias todas ellas que, favoreciendo la reducción adicional de las tensiones inflacionistas en el promedio de la zona, deberían hacer lo propio con la suavización de la política monetaria del BCE; en mayor medida si el agregado monetario M3 (el primer pilar de la estrategia de política monetaria del BCE) mantiene la estabilidad de los últimos meses y el tipo de cambio del euro no registra depreciaciones adicionales.

La conveniencia de la reducción de tipos de interés en la zona euro encuentra ahora una razón adicional en la renovada sensibilidad de la aversión al riesgo hacia los mercados emergentes. Aun cuando la propagación de las dificultades que están atravesando Argentina y Turquía disponga hoy de canales detransmisión menos propicios que los existentes durante la crisis asiática de 1997 y 1998, la importante exposición de las economías europeas a las vicisitudes latinoamericanas , o al contagio a las economías más 'euroizadas' del este de Europa, justifica la revisión de la política monetaria; la vigente parece seguir demasiado anclada en diagnósticos que asumen una extensión al conjunto de la región de tensiones inflacionistas similares a las españolas o/y una inmunización de la eurozona frente a las serias amenazas que desde principios de año se ciernen sobre el crecimiento y la estabilidad financiera del conjunto de la economía mundial.

Emilio Ontiveros es catedrático de Economía de la Empresa en la Universidad Autónoma de Madrid

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