Columna

La arrogancia del poder

De nuevo se ha repetido la historia. Una vez más, la clase política se despierta entre aturdida y asombrada porque la ciudadanía, con su voto, ha decidido en sentido contrario a sus previsiones. Esta vez ha sido en Irlanda. Un para casi todos los europeos ignorado referendum ha provocado un terremoto que, dicen algunos, amenaza con paralizar o retrasar la ampliación al Este de la Unión Europea. Se preguntaba al personal por el Tratado de Niza y la respuesta ha sido 'no'. ¿Cómo es posible semejante barbaridad?, se preguntan algunos ¿Quiénes son un puñado de irlandeses ignorantes para cuestionar...

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De nuevo se ha repetido la historia. Una vez más, la clase política se despierta entre aturdida y asombrada porque la ciudadanía, con su voto, ha decidido en sentido contrario a sus previsiones. Esta vez ha sido en Irlanda. Un para casi todos los europeos ignorado referendum ha provocado un terremoto que, dicen algunos, amenaza con paralizar o retrasar la ampliación al Este de la Unión Europea. Se preguntaba al personal por el Tratado de Niza y la respuesta ha sido 'no'. ¿Cómo es posible semejante barbaridad?, se preguntan algunos ¿Quiénes son un puñado de irlandeses ignorantes para cuestionar el sesudo trabajo negociador llevado a cabo por profesionales de la diplomacia de toda Europa? ¿A quién se le ocurre preguntar a la gente sobre algo que no entiende?, se interrogan escandalizados los que creen que la democracia tiene como único acto la elección cada cierto tiempo de unos representantes para que éstos actúen luego según su propio criterio.

Lo ocurrido en Irlanda no es sino una muestra de las dificultades crecientes a las que se enfrentan las democracias modernas para dirimir asuntos cada vez más complejos y distantes. ¿Cuántos irlandeses de los que votaron el pasado viernes conocen lo que dice el famoso Tratado de Niza? Es probable que no más del 0,01%. Mejor así, pensarían los miembros del Gobierno al convocar la consulta. De esa manera se sentían probablemente menos obligados a esforzarse para ganarlo. A fin de cuentas, ¿cómo iba a perderse un referéndum en el que Gobierno, oposición, sindicatos, patronal y todo tipo de gente respetable pedía el sí? Parece claro que ninguno de ellos consideró necesario remangarse o ponerse el buzo de trabajo para convencer y movilizar a los electores. Y sin embargo, parece lógico pensar que, ante asuntos cada vez más complejos y aparentemente distantes respecto a la vida cotidiana de la gente, los representantes políticos deberían hacer un esfuerzo suplementario de información y explicación. Pero no. Acostumbrados en unos y otros países a presentarse ante el electorado con eslóganes vacíos, les faltan reflejos para entender las reacciones del común de los mortales. Todo lo más aprietan el acelerador y movilizan los medios de comunicación que controlan cuando sienten que sus alubias peligran y que pueden ser desbancados del poder.

Probablemente, algunos ya estén pensando en cómo evitar estas situaciones de cara al futuro. A fin de cuentas, ¿para qué tentar la suerte?, ¿porqué consultar si puede evitarse? En un contexto en el que cada vez un mayor número de cosas que afectan a aspectos esenciales de nuestras vidas se pactan y deciden en lejanos foros internacionales, ¿cómo explicar a la gente la bondad de asuntos que, a primera vista, pueden alterar negativamente sus condiciones de vida? ¿Se imaginan qué follón si tuvieran que llamarnos a referéndum para aprobar los acuerdos en la OMC; si, además de tener que soportar a los manifestantes en Seattle y otras ciudades, tuvieran que pedir la opinión del personal en las urnas? O, por ejemplo: ¿se imaginan al cawboy Bush teniendo que consultar a sus conciudadanos si puede abandonar el protocolo de Kyoto?

El que parece verlo más claro es Tony Blair. No importa que los industriales y algunos de los sectores económicos más poderosos de su país anhelen entrar en el euro. Tampoco que los representantes de las 350 mayores empresas británicas, consultadas por The Financial Times, aprueben por inmensa mayoría la moneda única europea. Él sabe que la prensa amarilla patriotera y sensacionalista no está por la labor y que, por si las moscas, no conviene mentar por ahora la bicha. A fin de cuentas, como señaló Lord Desai, su asesor personal para el euro, 'los bancos no tienen que ganar elecciones, pero Blair sí'. De momento, y por si dentro de un tiempo no hay más remedio que hacer frente al asunto y consultar al personal, ya ha tomado algunas precauciones, como subirse el sueldo un 40% y asegurarse así una jubilación más confortable. Que no están los tiempos para bromas y los electores son un poco raros. Ya lo dice el refrán: cuando las barbas de tu vecino veas pelar...

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