CRÓNICA | PANORAMA | ECONOMÍA

La globalización mutilada

La extrema riqueza y la extrema pobreza se contrastan

LA CASUALIDAD DIVINA ha hecho que en el mismo día aparezcan en los medios de comunicación dos realidades opuestas: la extrema pobreza y la extrema riqueza en el mundo. La diferencia consistía en que mientras el desarrollo de la primera se cubría en las páginas de Sociedad, el de la riqueza iba en la sección de Economía. Y, sin embargo, ambas son caras de la misma moneda, la de la globalización, y hay que darles contraste y contexto.

La pasada semana se ha celebrado en Bruselas la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Países Menos Adelantados (PMA). Las anteriores convocatoria...

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LA CASUALIDAD DIVINA ha hecho que en el mismo día aparezcan en los medios de comunicación dos realidades opuestas: la extrema pobreza y la extrema riqueza en el mundo. La diferencia consistía en que mientras el desarrollo de la primera se cubría en las páginas de Sociedad, el de la riqueza iba en la sección de Economía. Y, sin embargo, ambas son caras de la misma moneda, la de la globalización, y hay que darles contraste y contexto.

La pasada semana se ha celebrado en Bruselas la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Países Menos Adelantados (PMA). Las anteriores convocatorias tuvieron lugar en 1981 y 1991, una cada década, lo que contrasta con la proliferación de asambleas que todos los años se llevan a efecto en los otros organismos multilaterales, dominados y financiados preferentemente por los países más ricos. Los datos proporcionados son brutales: en 1971, los PMA eran 25; hoy son 49, de los cuales 34 son africanos. Mientras la renta per cápita de los países industrializados se sitúa alrededor de los 25.000 dólares, ninguno de los 49 PMA alcanza los 900 dólares, y cuatro de ellos (Sierra Leona, Etiopía, República Democrática del Congo y Burundi) apenas llegan a los 150 dólares. El 80% de la población del planeta no dispone de protección social. Los PMA reciben tan sólo el 0,5% de las inversiones directas mundiales. En la conferencia también se recordó que sólo cinco países del mundo (Suecia, Luxemburgo, Holanda, Dinamarca y Noruega) destinan a ayuda al desarrollo el 0,2% del PIB, y los países de la OCDE -los más ricos del mundo- han reducido esa ayuda a la mitad en la última década.

Paralelamente, se conocía el informe sobre la extrema riqueza en el mundo, que desde hace unos años elaboran Merril Lynch y Cap Gemini Ernst & Young. El incremento medio de los grandes patrimonios en el mundo ha sido del 375% desde 1986; en 2000, las caídas bursátiles han provocado que las grandes fortunas crecieran sólo un 6%, frente al 18% de un año antes. En el mundo hay 7,2 millones de personas que poseen patrimonios superiores a un millón de dólares en activos líquidos, excluyendo los bienes inmobiliarios, y 57.000 ciudadanos cuyos patrimonios superan los 30 millones de dólares (un 3% más que un año antes).

Las preguntas ante estos polos de la realidad son inmediatas: ¿Qué tiene que ver la extrema riqueza con la extrema pobreza y cómo están ligadas? ¿Hasta qué grado de desigualdad pueden soportar las democracias? ¿Qué se tienen que decir los protagonistas de una y otra? El hecho es que las desigualdades y las diferencias sociales se han multiplicado en las dos últimas décadas a más velocidad que antes, coincidiendo con la hegemonía del neoliberalismo y con la actual fase de globalización. Los deseos del Banco Mundial de reducir a la mitad la pobreza planetaria para el año 2015 no sólo parecen imposibles, sino que las distancias crecen.

La globalización no está saliendo bien porque es una globalización mutilada, que sólo es decididamente coherente cuando trata de los productos financieros, mientras que el resto de las globalizaciones (de bienes y servicios, de personas, de derechos humanos, ecológicos, económicos y sociales, de la política...) no existen o están claramente retrasadas. El presidente francés, Jacques Chirac, se acaba de referir a la 'mundialización de la solidaridad', y el secretario general de la ONU, Kofi Annan, declaraba: '630 millones de personas [el 10% de la población mundial] quieren entrar en el mercado global como productores y consumidores'. Para ello es imprescindible una apertura de los mercados de bienes y servicios y de los movimientos de personas. De forma que se liberalice el comercio en una dirección ampliada a la que ha habido hasta ahora: que los países ricos abran sus fronteras a los productos de los países pobres, y no los discriminen con aranceles proteccionistas. El proteccionismo no es la patria de los pobres.

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