Columna

Silicona

Acabo de regresar de un largo viaje por América Latina y en todos los países me han hablado, enigmática coincidencia, del auge de la cirugía plástica por esos lares entre las clases medias y pudientes. Al parecer se ha desatado un auténtico frenesí mutilatorio, una fiebre por el bricolaje corporal, de manera que hordas de mujeres y tropillas de hombres se cortan, se succionan, se rellenan y esculpen, dispuestos a alterar la realidad y a fingir que son otros con un coste feroz en carne y sangre.

Claro que también en España nos recauchutamos como locos, y he leído que en la China posmaoís...

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Acabo de regresar de un largo viaje por América Latina y en todos los países me han hablado, enigmática coincidencia, del auge de la cirugía plástica por esos lares entre las clases medias y pudientes. Al parecer se ha desatado un auténtico frenesí mutilatorio, una fiebre por el bricolaje corporal, de manera que hordas de mujeres y tropillas de hombres se cortan, se succionan, se rellenan y esculpen, dispuestos a alterar la realidad y a fingir que son otros con un coste feroz en carne y sangre.

Claro que también en España nos recauchutamos como locos, y he leído que en la China posmaoísta andan todos tajándose los párpados para lucir unos ojos occidentales y redondos: la moda de las operaciones estéticas es una enfermedad mental muy extendida. Pero tal vez sea cierto eso de que en América Latina están especialmente enganchados al bisturí; a fin de cuentas, los cirujanos plásticos más famosos son brasileños, y nunca había visto a las argentinas, que siempre han sido guapas, tan morrudas y turgentes como ahora.

Yo no sé si la crítica situación que viven muchos países latinoamericanos es un acicate subconsciente para entregarse al doloroso beso de la cuchilla. Despegarse la piel de la cara y estirarla, arrancarse costillas, filetearse la panza, alterar penosamente el propio cuerpo, ¿no supone acaso una evidente huida de la propia realidad, una elección de la mentira, una loca carrera hacia la nada? Grandes carteles callejeros anuncian un sujetador en la ciudad de México; se ve la foto de una chica luciendo la prenda con donaire, y junto a ella aparece la siguiente frase: 'Es ¡como operado!'. Fíjense bien: lo que se valora del sujetador, con mucha interjección y letra gorda, es que deja los senos como de plástico. Es lo sucedáneo como opción preferible a lo real, es el triunfo de la falsificación sobre lo verdadero.

Sólo así se entiende, por ejemplo, que Alan García, a quien muchos consideraron un redomado bribón hasta ayer mismo, regrese a las elecciones peruanas con impensable éxito. O sea, digamos que García guarda la misma relación con el sistema democrático que una prótesis de silicona con un pecho.

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