La Iglesia vasca, después de Setién

La crítica de ETA, por primera vez, a la falta de 'neutralidad' del clero evidencia el cambio de su discurso sobre violencia

El pasado martes, el obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, ensalzaba calurosamente la labor de su antecesor, José María Setién, en el acto religioso de sus bodas de oro sacerdotales. Uriarte se solidarizó con su sufrimiento por las veces que se 'han desnaturalizado el sentido y el alcance de tus palabras' y por haber conocido 'el sabor amargo del insulto y de la calumnia'. Y a continuación repudió 'la muerte inhumana', dos días antes, de Manuel Giménez Abad y clamó desde 'la ley santa de Dios' y la 'ética humana más elemental' contra 'este nuevo acto terrorista'. La Iglesia vasca, con o...

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El pasado martes, el obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, ensalzaba calurosamente la labor de su antecesor, José María Setién, en el acto religioso de sus bodas de oro sacerdotales. Uriarte se solidarizó con su sufrimiento por las veces que se 'han desnaturalizado el sentido y el alcance de tus palabras' y por haber conocido 'el sabor amargo del insulto y de la calumnia'. Y a continuación repudió 'la muerte inhumana', dos días antes, de Manuel Giménez Abad y clamó desde 'la ley santa de Dios' y la 'ética humana más elemental' contra 'este nuevo acto terrorista'. La Iglesia vasca, con o sin Setién, ha rechazado siempre la violencia. Pero lo cierto es que una condena tan nítida, llamando 'terrorista' a un atentado de ETA y evitando cualquier alusión a las 'raíces' del conflicto que sufre la sociedad vasca, hubiera sido impensable hace un años y cuatro meses, el tiempo que lleva Uriarte de obispo en la difícil diócesis de San Sebastián.

'El discurso de la jerarquía ha dejado de ser imparcial y se ha comprometido con las víctimas'
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Ha habido, sin embargo, signos más ilustrativos del giro que se ha producido en la Iglesia vasca en relación con la violencia desde que el 13 de enero de 2000. En esa fecha, el Vaticano aceptó la jubilación anticipada de José María Setién (Hernani, 1928) y su relevo por el entonces obispo de Zamora, Juan María Uriarte (Fruiz, Vizcaya, 1933), en una sutil operación cuyo alcance final no se adivina todavía. La prueba irrefutable de ese cambio, en una institución tan lenta de movimientos, es que, por vez primera, la instancia destinataria de la condena eclesial se ha dado por aludida. En el Zutabe (boletín interno) de febrero, ETA se dolía con acidez de las iniciativas a favor de la paz de las diócesis vascas, especialmente la concentración celebrada el pasado 12 de enero en las afueras de Vitoria. La organización acusaba, sin citarlo, a Uriarte y lamentaba que la Iglesia pueda perder 'su neutralidad' al inclinarse a favor 'de una de las partes del conflicto' y favorecer los intentos de 'despolitizar' éste, 'equiparando la paz con la desaparición de la lucha armada'.

La crítica de ETA define, según las instancias eclesiales consultadas, la naturaleza de lo ocurrido a partir de la sustitución de Setién. 'No es que los fieles y el clero hayan dejado de ser mayoritariamente nacionalista en términos sociológicos; lo que ha cambiado es el acento del discurso de la jerarquía, que ha dejado de ser imparcial y se ha comprometido con una de las partes, las víctimas de la violencia, a las que había dejado desamparadas', resume el teólogo vizcaíno Rafael Aguirre.

El último año y medio ha estado jalonado de indicios de esa evolución. Los factores fundamentales han sido, en primer lugar, el relevo de Setién, que se había convertido en la referencia única de la Iglesia de Euskadi respecto a la violencia de ETA, que enjuiciaba con un enfoque muy nacionalista: la contundencia de su condena se veía matizada por la invocación añadida a la necesidad de buscar soluciones de diálogo político. Pero también hay que considerar la frustración que causó en la comunidad eclesial el fin de la tregua de ETA, así como el impacto de la degeneración terrorista cuando ha comenzado a afectar, con creciente crueldad, a sectores cada vez más amplios de la sociedad.

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El proceso de secularización ha resultado en Euskadi más acusado que el del resto de España, puesto que partía de un nivel de religiosidad superior -el 77,6% de sus habitantes se define católico, si bien no llegan al 30% los practicantes, según la encuesta del CIS y otros estudios-. Sin embargo, la influencia social de la Iglesia continúa siendo notable, debido a su larga trayectoria de intervención en los asuntos públicos. De ahí que el mundo de ETA acuse en nuevo acento despolitizado del discurso eclesial.

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