Columna

Resignación

Nos encontramos de nuevo metidos de lleno en la vorágine que cada año suponen las Fallas, en las incomodidades de todo tipo que representan para los habitantes de esta ciudad unas fiestas falleras que parecen no tener límite y ante las que todos aquellos ciudadanos que no desean participar de esa locura sólo tienen dos opciones. Una es la huida, alternativa que gana partidarios con el paso de los años, adoptada cada vez por un número mayor de nuestros convecinos que roban días a sus vacaciones estivales o juntan días libres y moscosos -en el caso de los funcionarios que disponen de ello...

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Nos encontramos de nuevo metidos de lleno en la vorágine que cada año suponen las Fallas, en las incomodidades de todo tipo que representan para los habitantes de esta ciudad unas fiestas falleras que parecen no tener límite y ante las que todos aquellos ciudadanos que no desean participar de esa locura sólo tienen dos opciones. Una es la huida, alternativa que gana partidarios con el paso de los años, adoptada cada vez por un número mayor de nuestros convecinos que roban días a sus vacaciones estivales o juntan días libres y moscosos -en el caso de los funcionarios que disponen de ellos- para escapar de la ciudad. Una ciudad que se convierte en inhabitable durante estos días porque las autoridades municipales no se deciden a ponerle coto a una fiesta que crece año tras año, sin control, y porque consienten crecientes desmanes del mundo fallero -ruidos, música machacona que no cesa, olores, cortes de calles, suciedad, destrozos de todo tipo- que permanecen impunes. La otra opción que les queda a los habitantes de esta ciudad que no quieren sufrir todo eso es la resignación. Una alternativa que desde el punto de vista personal es perfectamente válida -cada cual es libre de adoptarla en función de su nivel de masoquismo y de sus posibilidades de escapar- pero que resulta inaceptable cuando la recomienda una Administración municipal que tiene la obligación de velar por todos, y digo todos, los ciudadanos. Pues eso es lo que ha recomendado el Ayuntamiento de Valencia a los vecinos de una calle del Ensanche cortada desde el pasado 20 de febrero -un mes antes del día grande- con motivo de los preparativos de la fiesta: resignación. Que algún gracioso hace explotar un petardo dentro de una papelera justo cuando pasas junto a ella: resignación. Que no te dejan descansar con tanto ruido y tanta música: resignación. Que te impiden circular en coche o en moto, incluso si vas a pie y aunque falten muchos días para la semana grande: resignación. La ciudad es de los falleros y a los demás, que les zurzan. Pues uno este año no se resigna. Que ustedes lo pasen bien.

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