Columna

De Ibarretxe y algunos tópicos

Si al final de la tregua Ibarretxe hubiese tenido la autoridad política suficiente para adelantarse a su partido y emprender la revisión de la fracasada estrategia del pacto de Estella, todo hubiera sido distinto. Si al final de la tregua Arnaldo Otegi hubiese tenido el coraje moral para rechazar la violencia y seguir por la vía política, todo habría ido de otra manera. Pero el lehendakari Ibarretxe es rehén de Arzalluz y su partido y nunca ha sido capaz de imponer la autonomía propia de su cargo sobre los intereses de partido. Y Arnaldo Otegi es un rehén voluntario de ETA, sin dignidad...

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Si al final de la tregua Ibarretxe hubiese tenido la autoridad política suficiente para adelantarse a su partido y emprender la revisión de la fracasada estrategia del pacto de Estella, todo hubiera sido distinto. Si al final de la tregua Arnaldo Otegi hubiese tenido el coraje moral para rechazar la violencia y seguir por la vía política, todo habría ido de otra manera. Pero el lehendakari Ibarretxe es rehén de Arzalluz y su partido y nunca ha sido capaz de imponer la autonomía propia de su cargo sobre los intereses de partido. Y Arnaldo Otegi es un rehén voluntario de ETA, sin dignidad moral para correr el riesgo de distanciarse de lo que ésta decide. Uno y otro volverán a ser candidatos. Lo cual da la medida de lo que esperan nacionalistas democráticos y nacionalistas radicales de las próximas elecciones: que todo quede más o menos como está.

No dudo de la buena voluntad de Ibarretxe, que a juzgar por la angustia y tristeza que transmite su rostro no lo pasa bien en este oficio. Pero la angustia de un político es cinismo si no va acompañada de acciones efectivas para resolver los problemas. Y desde que ETA dio por acabada la tregua, la aportación de Ibarretxe se ha reducido a piadosos sermones y convocatorias por la paz. Sometido a las exigencias de Xabier Arzalluz, retrasó absurdamente la ruptura con Euskal Herritarrok cuando ETA volvió a matar y ha alargado hasta el disparate la legislatura a la espera de alguna novedad -¿una nueva tregua?, ¿un desencuentro entre el Partido Popular y el PSOE?- que cambiara la situación en su favor. El resultado ha sido un año de tensión civil y degradación institucional creciente. El hombre que ha presidido Euskadi en este triste período es el elegido del Partido Nacionalista Vasco para liderar el futuro.

Con esta perspectiva, no es extraño que se anuncie, como tópico de campaña, que estas elecciones no cambiarán nada. Era el argumento que utilizó el PNV para no convocarlas y es el argumento que utiliza ahora para espantar el fantasma de la pérdida del poder. No hay elección sin cambio. El solo hecho de que las elecciones tengan lugar ya es un cambio en sí mismo, porque un resultado electoral renueva legitimidades e impone nuevas responsabilidades a los partidos concurrentes. Y la primera novedad está ya sobre la mesa: por primera vez, la alternancia es posible en Euskadi con un pacto alternativo a la coalición gobernante.

El tópico de que no va a cambiar nada es, lógicamente, el preludio de otro tópico de igual calado: el que anuncia todo tipo de horrores si el PNV perdiera el poder. Según esta doctrina, los nacionalistas deberían tener siempre el Gobierno del País Vasco. Sin ellos, el caos. ¿Más caos, todavía? No es un tópico menor, porque viene de lejos: de los albores de la transición. Tanto Adolfo Suárez como Felipe González fomentaron esta idea, probablemente porque pensaban que el PNV tenía la capacidad y la voluntad para resolver el problema de ETA. Los tópicos tienen siempre un recorrido que va más allá de su verosimilitud inicial. La alternancia ni es la panacea que resuelve todos los problemas, ni tiene por qué empeorar la situación existente. Sin el poder -y la enorme red que de él se desprende- el PNV probablemente no tardaría en moderar su discurso para recuperarlo, que es lo que quiere todo partido con voluntad hegemónica. Las instituciones vascas en manos del PP y del PSOE deberían ser menos dubitativas contra el terrorismo.

De un tópico a otro. Para cimentar la amenaza de radicalización se dice que ETA apuesta por una victoria del Partido Popular como vía hacia una confrontación civil. Y vaticinan una escalada de violencia durante la campaña. Una nueva tregua sería, sin duda, un modo de votar a favor del Partido Nacionalista Vasco, aunque las condiciones de la misma podría ponerle en un aprieto. Una campaña sin violencia favorecería a todos, porque mejoraría sensiblemente las condiciones de ejercicio del voto. Pero no está claro que si ETA opta por matar dé ventaja el Partido Popular. Probablemente, los efectos electorales se compensarían entre el hartazgo (que beneficiaría al PP) y el miedo (que tradicionalmente ha beneficiado al nacionalismo). Lo que sí está claro es que, inevitablemente, todos los partidos están a la espera de que ETA diga la suya. Es el indicador que más crudamente expresa la situación.

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